Enterado de la guerra fraticida que enfrentaba a los visigodos
hispanos, el militar Musa ibn Nusayr, gobernador de las regiones norteafricanas
de Ifriqiya y del Magreb desde 704,
proyectó con sus ayudantes las estrategias para introducirse en la
península Ibérica. Uno de ellos fue el conde don Julián, señor de Ceuta, de
origen romano y de religión cristiana arriana, noble que prestó sus naves para
que tropas e intendencia cruzaran el estrecho...
La primera ocupación se realizó el año 710 con medio millar de
soldados y bajo mando de Tarif ibn Malluk. A dos kilómetros del alto Peñón
rocoso se instaló con ellos y puso un puesto fronterizo. Como desquite por los
abusos políticos y económicos impuestos por la monarquía visigoda a los
arrianos y otros apóstatas, estableció un elevadísimo impuesto que debían pagar
todos los comerciantes católicos para poder pasar con sus mercancías de un lado
a otro del estrecho. Este tributo se conoció por La Tarifa, dio nombre al
municipio español que hoy conocemos, al pago de cuotas diversas, e incluso a
grandes discusiones y peleas (por tarifar o salir tarifando).
Comenzado el año 711 hubo una nueva revuelta de los vascones cerca
de Pamplona, siempre enfrentados a romanos y visigodos. El rey Roderico reunió
a un ejército y marchó con él hacia el norte para combatirla. En mayo de 711,
Tariq ibn Ziyad cruzó el estrecho que lleva su nombre (Jabal Tariq, Monte Taric
o Gibraltar) al mando de unos doce mil soldados, la mayoría de ellos eran
bereberes o norteafricanos y unos pocos, árabes.
Lo acompañaban el conde don
Julián y don Opas, obispo de Sevilla y hermano del fallecido rey Witiza. Enterado
semanas después, Roderico no dudó en bajar y hacer frente a las tropas enemigas
provenientes del sur. Entre los días 19 y 26 de julio de 711 se produjeron
tierra adentro una serie de refriegas bélicas que desbarataron al ejército de
Roderico, con más de cien mil hombres.
Al-Andalus en su máxima expansión durante la Edad Media |
La leyenda cristiana medieval llama Rodrigo a Roderico y dice que
murió en aquella batalla. Aunque es mucho más posible que huyera o fuera
desterrado, se refugiara en Lusitania y allí organizara otro reino con su clan
de nobles y obispos. El clérigo portugués Antonio Calvalho da Costa, en su obra
Corografía Portuguesa, relata que en la iglesia de san Miguel de Fetal de la
ciudad lusitana de Viseu, a poco más de cien kilómetros de la salmantina y
reveladora Ciudad Rodrigo, se podía ver hasta el siglo XVIII una sepultura con
un epitafio que decía: Aquí yace Roderico, rey de los godos.
Tariq ibn Ziyad fue ayudado por el obispo Opas en su recorrido por
Hispania y acompañó a sus tropas en el paso por Écija, Córdoba, Úbeda, Jaén,
Consuegra y Toledo, capital del reino visigodo. Algunas negociaciones no fueron
posibles y, tras la inevitable batalla, los nobles partidarios de Roderico que
se encontraban en esas ciudades fueron ejecutados. Musa ibn Musayr desembarcó
en Algeciras con un ejército de casi veinte mil soldados.
Recorrido el suroeste
peninsular, se unió en Toledo a Tariq ibn Ziyad para continuar juntos el plan
para tierras de Hispania y más al norte, una tarea que les llevó sólo cinco
años. Los cronistas católicos, mercenarios de la palabra en nombre del dios y
el rey a los que servían, describieron su ocupación como una diabólica
conquista llena de terror, sangre y destrucción. Pero la realidad histórica fue
muy distinta.
La política islámica se caracterizó por sus pactos con la nobleza y
las poblaciones alcanzadas. Los judíos sefarditas facilitaron la entrada de los
islamistas con su reconocida astucia y, junto con los cristianos arrianos y
otras muchas herejías perseguidas, les dieron la bienvenida. La llegada del
Islam supuso mayor paz y prosperidad para todos ellos, los hispanojudíos
ejercieron importante labores como consejeros, eruditos, médicos y financieros.
Los mahometanos consideraban a judíos y cristianos no trinitarios como Gentes
del Libro, monoteístas como ellos que compartían el mismo Dios, con sus mismos
misterios y secretos. En ningún momento hicieron propaganda de su devoción ni
obligaron a nadie a seguir sus prácticas.
Esta nueva y mejor situación social, cultural, artística y
religiosa, acorde con el sentir de la mayoría de la población hispana, fue
acogida con esperanza y contribuyó a facilitar el asentamiento de sus
difusores. Respecto al origen de éstos, el sustantivo vándalo es también
revelador, tiene su raíz en la voz germánica wandliaz, cuyo significado es el
que vaga.
Los bizantinos del norte de África, la Berbería, vencedores de
aquellos vándalos asdingos y arrianos que estaban instalados en la Mauritania Tingitana,
llamaron al sur de la península Ibérica la Tierra
de los Vándalos. Los islamitas hicieron suya esta definición en memoria de sus
antepasados godos y al traducirla al árabe quedó como al-Andalus... (sigue)
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