Documentos del año 1320 reflejan que los cristianos cátaros
seguían recibiendo el Consolamentum en zonas de los Pirineos y del reino de
Aragón que les sirvieron como refugio. Para sobrevivir a la intolerancia
católica y pasar desapercibidos, las perfectas y los perfectos cátaros se
hacían pasar por matrimonios católicos. También existen datos sobre acciones
armadas de grupos afines al cristianismo puro, descendientes de los
exterminados por la Iglesia
y sus príncipes asociados. Guillaume Bélibaste es el último aspirante a la perfección cátara
del que se conservan datos...
Guillaume Bélibaste nació en la región de Occitania en 1280 y se le
atribuye el asesinato de un campesino católico cuando era joven. Las
represalias le hicieron huir, vivir escondido y refugiarse al otro lado de los
Pirineos entre los de su etnia, donde tomó otro nombre y mejoró su existencia.
Durante 1314 vivió en Morella (Castellón) y de ahí pasó más tarde al cercano
poblado de San Mateo, donde se había asentado una importante comunidad cátara
procedente de la zona del Sabarthès.
San Mateo, el Maestrazco, cátaros y templarios del medievo |
Arnaud Sicre era hijo de un notario de Ax-les-Thermes. Su tío materno se llamaba Pons Bayle, que fue perfecto cátaro y compañero del también perfecto Pierre Authié. El nombre de su madre era Sibille y murió en una de las hogueras inquisitoriales después de confiscarle todos sus bienes materiales. En 1317 viajó hasta el pueblo de San Mateo, los cristianos puros lo acogieron sin ningún reparo por sus lazos familiares y le presentaron a Guillermo Bélibaste. Al año siguiente, Arnaud regresó a su tierra natal haciendo ver que sólo era para llevarse al pueblo de San Mateo a su tía y a su hermana. Pero se detuvo en Pamiers y fue a casa de Jacques Fournier, entonces obispo católico de la ciudad, para denunciar a Bélibaste a cambio de una recompensa.
Con todo dispuesto, Arnaud Sicre volvió a San Mateo en 1320. Logró
convencer a Guillaume Bélibaste para que volviera con él al Languedoc y diera
el Consolamentum a su tía, que ya anciana no había podido hacer el viaje. La
primavera de 1321, cerca de Castelbon (condado de Foix), soldados de la Inquisición capturaron
a Guillaume y a sus acompañantes, delatados y engañados con tácticas de los
dominicos. El 12 de octubre, una vez sometido al suplicio inquisidor en
Carcasona, Jacques Fournier sentenció la ejecución en la hoguera de Gillaume
Bélibaste, el último perfecto cátaro contabilizado por la Inquisición. En
1334, Jacques Fournier fue nombrado papa en Aviñón con el nombre de Benedicto
XII.
La contabilidad católica también asentó su primer aquelarre
condenatorio en 1330, fecha en que los inquisidores de Carcasona castigaron a
una mujer por practicar la brujería. Aquelarre es una palabra de origen vasco
que significa prado del cabrón y alude a la supuesta presencia del Diablo con
forma de macho cabrío en esas liturgias populares. El cabrón representa el
pentáculo estrellado regular, pero invertido. Es un símbolo muy presente en la Naturaleza y los seres
vivos, utilizado por muchas culturas en sus rituales sagrados. Sobre sus cinco
esquinas se asienta el arco de herradura visigodo y el islámico. El
cristianismo lo relacionó con las cinco heridas del Cristo y la Iglesia
Católica dio la vuelta a su significado asociándolo con el
Diablo y las prácticas satánicas, de lo cual era ya experimentada institución.
En el fondo, la palabra aquelarre da nombre a las reuniones
ocultas que efectuaban grupos de personas en lugares sagrados y retirados de la
censura inquisidora. Su propósito era el mismo que el de los herejes anteriores
(recuérdense los siete mártires priscilianistas inmolados en Tréveris el año
385): reunirse para apoyarse, comunicarse, organizarse y compartir experiencias
de tipo espiritual. Éstas incluían danzas, saltos, cánticos, unas relaciones
sexuales diferentes a las de hoy y pociones alucinógenas bien administradas,
ceremonias ancestrales que permitían acceder a otros estados de conciencia, más
allá de nuestra limitada percepción de la realidad.
De repente, de manera oportuna, misteriosa y fatal, siendo papa el
opulentísimo, mujeriego, glotón y derrochador Clemente VI, el año 1348 una pandemia de peste entra por
Marsella (en el Languedoc) y asola Europa matando a gran parte de su población
en sólo dos años. Esta plaga fue conocida en el medievo como La Gran Matanza, cruzó fronteras
sin dificultad y acabó incluso con animales domésticos de granjas y salvajes.
Ante el temor de ser contagiados, los dueños de extensos latifundios ordenaron
limitar los movimientos de personas y mercancías. Se propagó la creencia de que
la peste era un castigo de Dios por los pecados humanos. Hubo penitentes
trastornados y predicadores de una moralidad extrema sin placeres que incluía
flagelarse con látigos y otras herramientas. Otros fueron al otro extremo y se
dedicaron a vivir sus días cometiendo desórdenes en todos los sentidos. Y no
faltaron quienes echaron la culpa del mal a pobres, a mendigos y a judíos o
cristianos conversos del pueblo a los que llamaban marranos.
Hospitales, monasterios, iglesias y hospederías habilitados para peregrinos
en el Camino de la Pureza
no daban abasto para atender personas necesitadas, emigradas y desahuciadas.
Muchas de estas dependencias se convirtieron en casas de apestados y acabaron
cerrándose a cal y canto para evitar ser nuevo foco de la terrible epidemia.
Las peregrinaciones hacia Galicia cesaron, las tierras dejaron de cultivarse
por extinguirse el campesinado y las guerras internas entre reinos devastaron
aún más el panorama. La escasez subió precios y salarios de forma brusca, y la
afectada nobleza forzó la subida de impuestos a los más necesitados. Esta
fórmula de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis generó un gran número de bandidos
y de gentes desesperadas que saquearon lo que pudieron en granjas, pueblos,
ciudades y caminos.
En este caos alzó la voz y las armas el campesinado franco. Esta
rebelión se conoce en francés como Jacquerie (Jacobería) y tuvo lugar en mayo
de 1358, mientras se disputaba la Guerra de los Cien Años entre
Francia e Inglaterra (1337-1453). El término deriva de Jacques Bonhomme (Jacobo
Buenhombre), nombre colectivo que las castas privilegiadas dieron al
campesinado francés, una sarcástica y despectiva comparación con el peregrino
cátaro y su perseguida bondad. Los campesinos aprovecharon la victoria inglesa
de la batalla de Poitiers en 1356 para romper la esclavitud que practicaba con
ellos la nobleza franca. La chispa prendió en Beauvais (al norte de París) y se
amplió a zonas del noreste de Francia.
Los aldeanos recibieron apoyo de numerosos burgueses, cosa que les
facilitó el saqueo de muchos castillos y el asesinato de los dueños, sus
opresores directos. El rey de Navarra Carlos II el Malo, interesado aspirante
al trono franco y a otros poderes políticos en Hispania, era entonces capitán
general de París y se puso al mando de un ejército para sofocar la rebelión
campesina. En junio de 1358, Carlos el Malo obtuvo una definitiva victoria
cerca de Meaux, extinguiendo la sublevación con la matanza de miles de
agricultores y granjeros. Y para evitar que el conflicto se reavivara, se
dispusieron rigurosas represalias contra los jacobos buenoshombres sobrevivientes
que mataron a decenas de miles más en menos de un mes.
Durante esta misma franja temporal, con el fin
de renacer y consolidar sus orígenes imperiales, e indiferente a la mortandad y
el sufrimiento que devastaba Europa, la Iglesia
Católica favoreció la aparición del Renacimiento en Italia, estilo artístico y social que se expandió
por Europa. Sus mecenas mostraron un gran interés por la Grecia y la Roma clásicas, especialmente
por sus formas de construcción. Como en ellas, la idea renacentista se basaba
en el control de los elementos por el hombre. Una idea aparentemente
filantrópica que en realidad perseguía el dominio político de lo humano y lo
divino gracias al poder económico... (sigue)
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