domingo, 1 de enero de 2006

Más Corderos para los Lobos

Documentos del año 1320 reflejan que los cristianos cátaros seguían recibiendo el Consolamentum en zonas de los Pirineos y del reino de Aragón que les sirvieron como refugio. Para sobrevivir a la intolerancia católica y pasar desapercibidos, las perfectas y los perfectos cátaros se hacían pasar por matrimonios católicos. También existen datos sobre acciones armadas de grupos afines al cristianismo puro, descendientes de los exterminados por la Iglesia y sus príncipes asociados. Guillaume Bélibaste es el último aspirante a la perfección cátara del que se conservan datos...
 
Guillaume Bélibaste nació en la región de Occitania en 1280 y se le atribuye el asesinato de un campesino católico cuando era joven. Las represalias le hicieron huir, vivir escondido y refugiarse al otro lado de los Pirineos entre los de su etnia, donde tomó otro nombre y mejoró su existencia. Durante 1314 vivió en Morella (Castellón) y de ahí pasó más tarde al cercano poblado de San Mateo, donde se había asentado una importante comunidad cátara procedente de la zona del Sabarthès.

San Mateo, el Maestrazco, cátaros y templarios del medievo

Arnaud Sicre era hijo de un notario de Ax-les-Thermes. Su tío materno se llamaba Pons Bayle, que fue perfecto cátaro y compañero del también perfecto Pierre Authié. El nombre de su madre era Sibille y murió en una de las hogueras inquisitoriales después de confiscarle todos sus bienes materiales. En 1317 viajó hasta el pueblo de San Mateo, los cristianos puros lo acogieron sin ningún reparo por sus lazos familiares y le presentaron a Guillermo Bélibaste. Al año siguiente, Arnaud regresó a su tierra natal haciendo ver que sólo era para llevarse al pueblo de San Mateo a su tía y a su hermana. Pero se detuvo en Pamiers y fue a casa de Jacques Fournier, entonces obispo católico de la ciudad, para denunciar a Bélibaste a cambio de una recompensa.

Con todo dispuesto, Arnaud Sicre volvió a San Mateo en 1320. Logró convencer a Guillaume Bélibaste para que volviera con él al Languedoc y diera el Consolamentum a su tía, que ya anciana no había podido hacer el viaje. La primavera de 1321, cerca de Castelbon (condado de Foix), soldados de la Inquisición capturaron a Guillaume y a sus acompañantes, delatados y engañados con tácticas de los dominicos. El 12 de octubre, una vez sometido al suplicio inquisidor en Carcasona, Jacques Fournier sentenció la ejecución en la hoguera de Gillaume Bélibaste, el último perfecto cátaro contabilizado por la Inquisición. En 1334, Jacques Fournier fue nombrado papa en Aviñón con el nombre de Benedicto XII.

La contabilidad católica también asentó su primer aquelarre condenatorio en 1330, fecha en que los inquisidores de Carcasona castigaron a una mujer por practicar la brujería. Aquelarre es una palabra de origen vasco que significa prado del cabrón y alude a la supuesta presencia del Diablo con forma de macho cabrío en esas liturgias populares. El cabrón representa el pentáculo estrellado regular, pero invertido. Es un símbolo muy presente en la Naturaleza y los seres vivos, utilizado por muchas culturas en sus rituales sagrados. Sobre sus cinco esquinas se asienta el arco de herradura visigodo y el islámico. El cristianismo lo relacionó con las cinco heridas del Cristo y la Iglesia Católica dio la vuelta a su significado asociándolo con el Diablo y las prácticas satánicas, de lo cual era ya experimentada institución.

En el fondo, la palabra aquelarre da nombre a las reuniones ocultas que efectuaban grupos de personas en lugares sagrados y retirados de la censura inquisidora. Su propósito era el mismo que el de los herejes anteriores (recuérdense los siete mártires priscilianistas inmolados en Tréveris el año 385): reunirse para apoyarse, comunicarse, organizarse y compartir experiencias de tipo espiritual. Éstas incluían danzas, saltos, cánticos, unas relaciones sexuales diferentes a las de hoy y pociones alucinógenas bien administradas, ceremonias ancestrales que permitían acceder a otros estados de conciencia, más allá de nuestra limitada percepción de la realidad.

De repente, de manera oportuna, misteriosa y fatal, siendo papa el opulentísimo, mujeriego, glotón y derrochador Clemente VI, el año 1348 una pandemia de peste entra por Marsella (en el Languedoc) y asola Europa matando a gran parte de su población en sólo dos años. Esta plaga fue conocida en el medievo como La Gran Matanza, cruzó fronteras sin dificultad y acabó incluso con animales domésticos de granjas y salvajes. Ante el temor de ser contagiados, los dueños de extensos latifundios ordenaron limitar los movimientos de personas y mercancías. Se propagó la creencia de que la peste era un castigo de Dios por los pecados humanos. Hubo penitentes trastornados y predicadores de una moralidad extrema sin placeres que incluía flagelarse con látigos y otras herramientas. Otros fueron al otro extremo y se dedicaron a vivir sus días cometiendo desórdenes en todos los sentidos. Y no faltaron quienes echaron la culpa del mal a pobres, a mendigos y a judíos o cristianos conversos del pueblo a los que llamaban marranos.

Hospitales, monasterios, iglesias y hospederías habilitados para peregrinos en el Camino de la Pureza no daban abasto para atender personas necesitadas, emigradas y desahuciadas. Muchas de estas dependencias se convirtieron en casas de apestados y acabaron cerrándose a cal y canto para evitar ser nuevo foco de la terrible epidemia. Las peregrinaciones hacia Galicia cesaron, las tierras dejaron de cultivarse por extinguirse el campesinado y las guerras internas entre reinos devastaron aún más el panorama. La escasez subió precios y salarios de forma brusca, y la afectada nobleza forzó la subida de impuestos a los más necesitados. Esta fórmula de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis generó un gran número de bandidos y de gentes desesperadas que saquearon lo que pudieron en granjas, pueblos, ciudades y caminos.

En este caos alzó la voz y las armas el campesinado franco. Esta rebelión se conoce en francés como Jacquerie (Jacobería) y tuvo lugar en mayo de 1358, mientras se disputaba la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra (1337-1453). El término deriva de Jacques Bonhomme (Jacobo Buenhombre), nombre colectivo que las castas privilegiadas dieron al campesinado francés, una sarcástica y despectiva comparación con el peregrino cátaro y su perseguida bondad. Los campesinos aprovecharon la victoria inglesa de la batalla de Poitiers en 1356 para romper la esclavitud que practicaba con ellos la nobleza franca. La chispa prendió en Beauvais (al norte de París) y se amplió a zonas del noreste de Francia.

Los aldeanos recibieron apoyo de numerosos burgueses, cosa que les facilitó el saqueo de muchos castillos y el asesinato de los dueños, sus opresores directos. El rey de Navarra Carlos II el Malo, interesado aspirante al trono franco y a otros poderes políticos en Hispania, era entonces capitán general de París y se puso al mando de un ejército para sofocar la rebelión campesina. En junio de 1358, Carlos el Malo obtuvo una definitiva victoria cerca de Meaux, extinguiendo la sublevación con la matanza de miles de agricultores y granjeros. Y para evitar que el conflicto se reavivara, se dispusieron rigurosas represalias contra los jacobos buenoshombres sobrevivientes que mataron a decenas de miles más en menos de un mes. 

Durante esta misma franja temporal, con el fin de renacer y consolidar sus orígenes imperiales, e indiferente a la mortandad y el sufrimiento que devastaba Europa, la Iglesia Católica favoreció la aparición del Renacimiento en Italia, estilo artístico y social que se expandió por Europa. Sus mecenas mostraron un gran interés por la Grecia y la Roma clásicas, especialmente por sus formas de construcción. Como en ellas, la idea renacentista se basaba en el control de los elementos por el hombre. Una idea aparentemente filantrópica que en realidad perseguía el dominio político de lo humano y lo divino gracias al poder económico... (sigue)


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