jueves, 7 de julio de 2011

Primera expulsión de los jesuitas

La primera expulsión de jesuitas en Europa se dio en el reino de Portugal. El ministro Carvalho, marqués de Pombal, conde de Oeiras y primer ministro del rey José I el Reformador, ordenó la prisión de ciento ochenta jesuitas en Lisboa y expulsó al resto de los curas de la Compañía en 1759. De esta manera pretendía robustecer la autoridad del rey José I de Portugal y dar una clara señal al papa de no tolerar intromisiones pontificias en los asuntos del estado portugués...

Más de mil jesuitas de Portugal y sus colonias fueron deportados después y acogidos por los Estados Pontificios. El papa veneciano Clemente XIII (Carlo della Torre Rezzonico) no pudo hacer mucho contra esta medida. Pero los jesuitas, de forma velada, se vengarían luego con la planificación y el desarrollo de la Revolución francesa.

Expulsión de España, orden de Carlos III, 1767, dibujo francés

Luis XV de Francia los acusó en 1763 de malversación de fondos debido a la quiebra del P. Antoine Lavalette en Martinica. El Parlamento de París, que ya desde la fundación de la Orden había impugnado la presencia legal de la Orden en Francia, condenó las Constituciones y el Rey decretó la disolución de la orden en sus dominios, y el embargo de sus bienes.

A partir de 1766 se produjo la venta de bienes de la Compañía de Jesús y la denominada desamortización de Manuel Godoy (bienes raíces pertenecientes a hospitales, hospicios, casas de misericordia o cofradías, muchos de ellos relacionados con el Camino de Santiago.

Una impresionante revuelta tuvo lugar en Madrid en marzo de 1766 a causa de la carestía de pan y el hambre. La movilización popular fue masiva (un documento contemporáneo cita la cifra de treinta mil participantes para una población con ciento cincuenta mil habitantes), y llegó a considerarse una amenazada para la seguridad del propio rey Carlos III de Borbón.

Hubo otras revueltas semejantes en otras zonas de España, pero la consecuencia política más grande de ellas se limitó a un cambio de gobierno que incluía el destierro del marqués de Esquilache, el principal ministro del rey, al que los amotinados culpaban de la carestía del pan, y que se había hecho extraordinariamente impopular como consecuencia de la prohibición de algunas vestimentas tradicionales. Su condición de italiano contribuyó de forma importante a ese rechazo. Las iniciales medidas de apaciguamiento y el especial cuidado que a partir de entonces se puso en el abasto de Madrid fueron suficientes para garantizar el orden social en los años siguientes.

Se han identificado diferentes intereses y grupos de poder nobiliarios y eclesiásticos, tanto entre los acusados de instigar el motín. Según las conclusiones de la Pesquisa Secreta llevada a cabo por las autoridades desde el mes de abril de 1766, estuvo planificado por los jesuitas y personalidades afines, como el marqués de la Ensenada y sus seguidores ensenadistas, como entre los beneficiados por la nueva situación, denominados albistas por el Duque de Alba, aunque el personaje que alcanzó mayor poder fue el conde de Aranda (cabeza del partido aragonés), junto con un equipo de burócratas ilustrados como Roda y Campomanes. Fue este un movimiento popular azuzado por infiltrados jesuitas, utilizado para sacar partido en la lucha por el poder entablada por dos facciones rivales de la Corte Borbónica.

El año 1767 sucedió la expulsión de los Jesuitas por parte de Carlos III, por ser los instigadores del Motín de Esquilache y oponerse a él. Fueron expulsados de los territorios de la Corona española a través de la Pragmática Sanción de 1767 dictada por el susodicho rey el día 2 de abril de 1767 y cuyo dictamen fue obra de Pedro Rodríguez de Campomanes, futuro conde de Campomanes, regalista y entonces Fiscal del Consejo de Castilla.

Al mismo tiempo, se decretó la incautación del patrimonio que la Compañía de Jesús tenía en estos reinos (haciendas, edificios, bibliotecas), aunque no se encontraron los tesoros o riquezas en efectivo que se esperaban. Los sucesores de Ignacio de Loyola tuvieron que dejar el trabajo que realizaban en sus obras educativas, cosa que supuso un duro golpe para el adoctrinamiento de la juventud en la América Hispana y sus misiones entre indígenas, como las famosas reducciones guaraníes, las algo menos célebres misiones en el noroeste de México (Baja California, Sonora y Sierra Tarahumara) y sus ocupaciones situadas a lo largo de río Amazonas y el río Marañón.

La supresión de los jesuitas fue llevada a cabo en 1773, cuando el nuevo papa Clemente XIV enfrentó fuertes presiones de los reyes de Francia, España, Portugal y de las Dos Sicilias quienes, por razones políticas, le exigían la desaparición de la Compañía. El papa Clemente XIV cedió y mediante el documento pontificio Dominus ac Redemptor dijo anular a la Compañía de Jesús. Mediante ella y en teoría, los sacerdotes jesuitas podían convertirse al clero secular; los escolares y hermanos coadjutores quedaron libres de sus votos.

El general jesuita Lorenzo Ricci y su consejo de asistentes fueron apresados y encerrados en el Castillo de Sant'Angelo (Roma) sin juicio alguno, pero nada se sabe con certeza de lo que hicieron a partir de entonces, aunque, conociendo a la Compañía, no es difícil hacerse una idea de a qué se dedicaron durante los años siguientes.

Sin embargo, en Rusia (en Bielorrusia) y en Prusia el edicto de supresión no fue promulgado por sus monarcas correspondientes. Jesuitas de toda Europa aceptaron la oferta de refugio hecha por la emperatriz rusa Catalina II la Grande (1762-1796), quien esperaba continuar así con el apoyo intelectual y logístico de la Compañía de Jesús, y del rey prusiano Federico II el Grande (1740-1786)...


Para conocer más sobre el tema:
La expulsión de Argentina

250 años de exilio de Nueva España

La historia de la Compañía

Para contactos profesionales o editoriales, enviar email.

No hay comentarios:

Publicar un comentario