La primera expulsión de
jesuitas en Europa se dio en el reino de Portugal. El ministro Carvalho, marqués de Pombal, conde de Oeiras y primer ministro del
rey José I el Reformador, ordenó la prisión de ciento ochenta jesuitas en
Lisboa y expulsó al resto de los curas de la Compañía en 1759. De esta
manera pretendía robustecer la autoridad del rey José I de Portugal y dar una
clara señal al papa de no tolerar intromisiones pontificias en los
asuntos del estado portugués...
Más de mil jesuitas de Portugal y sus colonias
fueron deportados después y acogidos por los Estados Pontificios. El papa
veneciano Clemente XIII (Carlo della Torre Rezzonico) no pudo hacer mucho
contra esta medida. Pero los jesuitas, de forma velada, se vengarían luego con la planificación y el desarrollo de la Revolución
francesa.
Expulsión de España, orden de Carlos III, 1767, dibujo francés |
Luis XV de
Francia los acusó en 1763 de malversación de fondos debido a la quiebra del P. Antoine
Lavalette en Martinica. El Parlamento de París, que ya desde la fundación de la Orden había impugnado la
presencia legal de la Orden
en Francia, condenó las Constituciones y el Rey decretó la disolución de la
orden en sus dominios, y el embargo de sus bienes.
A partir de 1766 se produjo la venta de bienes de la Compañía de Jesús y la
denominada desamortización de Manuel Godoy (bienes raíces pertenecientes a
hospitales, hospicios, casas de misericordia o cofradías, muchos de ellos
relacionados con el Camino de Santiago.
Una impresionante revuelta tuvo lugar en Madrid en marzo de 1766
a causa de la carestía de pan y el hambre. La
movilización popular fue masiva (un documento contemporáneo cita la cifra de
treinta mil participantes para una población con ciento cincuenta mil
habitantes), y llegó a considerarse una amenazada para la seguridad del propio rey
Carlos III de Borbón.
Hubo otras revueltas semejantes en otras zonas de España, pero la consecuencia política más grande de ellas
se limitó a un cambio de gobierno
que incluía el destierro del marqués de
Esquilache, el principal ministro del rey, al que los amotinados culpaban
de la carestía del pan, y que se había hecho extraordinariamente impopular como
consecuencia de la prohibición de algunas vestimentas tradicionales. Su
condición de italiano contribuyó de forma importante a ese rechazo. Las
iniciales medidas de apaciguamiento y el especial cuidado que a partir de
entonces se puso en el abasto de Madrid fueron suficientes para garantizar el
orden social en los años siguientes.
Se han identificado diferentes intereses y grupos de poder
nobiliarios y eclesiásticos, tanto entre los
acusados de instigar el motín. Según las conclusiones de la Pesquisa Secreta
llevada a cabo por las autoridades desde el mes de abril de 1766, estuvo planificado por los jesuitas y
personalidades afines, como el marqués
de la Ensenada
y sus seguidores ensenadistas, como entre los beneficiados por la nueva
situación, denominados albistas por el Duque
de Alba, aunque el personaje que alcanzó mayor poder fue el conde de Aranda (cabeza del partido
aragonés), junto con un equipo de burócratas ilustrados como Roda y
Campomanes. Fue este un movimiento popular azuzado por infiltrados jesuitas,
utilizado para sacar partido en la lucha por el poder entablada por dos
facciones rivales de la Corte Borbónica.
El año 1767 sucedió la expulsión de
los Jesuitas por parte de Carlos III, por ser los instigadores del Motín de Esquilache y oponerse a él. Fueron expulsados de los territorios de la Corona española a través de
la Pragmática Sanción de
1767 dictada por el susodicho rey el día 2 de abril de 1767 y cuyo dictamen fue obra de
Pedro Rodríguez de Campomanes, futuro conde de Campomanes, regalista y entonces Fiscal del Consejo de Castilla.
Al mismo tiempo, se decretó la
incautación del patrimonio que la
Compañía de Jesús tenía en estos reinos (haciendas, edificios,
bibliotecas), aunque no se encontraron los tesoros o riquezas en efectivo que se
esperaban. Los sucesores de Ignacio de Loyola tuvieron que dejar el trabajo que realizaban
en sus obras educativas, cosa que supuso un duro golpe para el adoctrinamiento de la
juventud en la América
Hispana y sus misiones entre indígenas, como las famosas reducciones guaraníes, las algo menos célebres misiones
en el noroeste de México (Baja California, Sonora y Sierra Tarahumara) y sus ocupaciones situadas a lo
largo de río Amazonas y el río Marañón.
La supresión de los jesuitas fue llevada a
cabo en 1773, cuando el nuevo papa Clemente XIV enfrentó fuertes presiones de
los reyes de Francia, España, Portugal y
de las Dos Sicilias quienes, por razones políticas, le exigían la desaparición de la Compañía. El papa Clemente XIV cedió y mediante el documento
pontificio Dominus ac Redemptor dijo anular a la Compañía de Jesús. Mediante
ella y en teoría, los sacerdotes jesuitas podían convertirse al clero secular;
los escolares y hermanos coadjutores quedaron libres de sus votos.
El general
jesuita Lorenzo Ricci y su consejo de asistentes fueron apresados y encerrados
en el Castillo de Sant'Angelo (Roma) sin juicio alguno, pero nada se sabe con
certeza de lo que hicieron a partir de entonces, aunque, conociendo a la Compañía , no es difícil hacerse una idea de a qué se dedicaron durante los años siguientes.
Sin embargo, en Rusia (en Bielorrusia) y en Prusia
el edicto de supresión no fue promulgado por sus monarcas correspondientes. Jesuitas
de toda Europa aceptaron la oferta de
refugio hecha por la emperatriz rusa
Catalina II la Grande
(1762-1796), quien esperaba continuar así con el apoyo intelectual y
logístico de la Compañía
de Jesús, y del rey prusiano Federico II el Grande (1740-1786)...
Para conocer más sobre el tema:
La expulsión de Argentina
250 años de exilio de Nueva España
La historia de la Compañía
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