sábado, 21 de julio de 2018

Juan García Atienza

Juan García Atienza escribió el gran libro La Meta Secreta de los Templarios y la editorial Martínez Roca se lo publicó el año 1979. Buscando la mejor manera de escribir sobre este gran escritor e investigador, di con un escrito hecho por su amigo y también escritor Domingo Santos (cuyo nombre original es Pedro Domingo Mutiñó), fallecido en 2018. Estas son parte de las palabras que escribió el año 2011 homenajeando a su amigo Juan G. Atienza: ...

 
La vida de Juan García Atienza puede dividirse en cuatro etapas sucesivas claramente diferenciadas: el cine, la ciencia ficción/fantasía/terror, la televisión, y la España mágica. Juan G. Atienza nació en Valencia un 18 de julio de 1930. Estudió Filología Románica en la Universidad Complutense de Madrid, aunque desde joven mostró su entusiasmo por el cine, de modo que alternó los estudios de filología con la crítica cinematográfica en diversas revistas y con dos cursos de cinematografía en la Escuela de Cine, por aquel entonces llamada Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas.

Juan García Atienza... Gracias por todo

Al poco tiempo consiguió una beca del Instituto de Filmología de la Sorbona y partió hacia París. Según su propia confesión, prácticamente no asistió a ninguna de sus clases, pero se vio un mínimo de cuatro películas diarias durante cuatro meses sin interrupción.

De regreso a España y metido de lleno en los ambientes cinematográficos, Juan empezó a escribir guiones y trabajó como ayudante de dirección en una treintena de películas de diversos realizadores, entre las cuales, se enorgullecía, una de Roberto Rossellini. Un par de sus guiones fueron incluso premiados por el Sindicato del Espectáculo, aunque ninguno de los dos llegó a plasmarse en una película.

En 1962 le llegó la oferta de dirigir una película, se tituló Los dinamiteros y, a partir de un guión suyo y de Luis Ligero, dio como resultado una ácida, lúcida y divertida cinta en blanco y negro heredera directa del neorrealismo italiano y de filmes como Rufufú, que narraba en clave de comedia la historia de tres entrañables viejecitos encabezados por Pepe Isbert que, indignados por la miseria que cobraban cada mes de su mutualidad, decidían atracarla para darse con el dinero obtenido los caprichos que nunca se habían podido dar. La película se estrenó en 1963, y pese a su calidad y a sus indudables méritos pasó casi completamente desapercibida.

Buena parte la culpa de eso hay que achacársela a las leyes de protección de la industria cinematográfica nacional de aquellos tiempos, que obligaban a los exhibidores a programar una cuota de pantalla de películas nacionales por cada día de exhibición de películas extranjeras.

Aunque en teoría la intención era loable, en la práctica esto hacía que salvo muy contadas excepciones las películas nacionales que llegaban a estrenarse no recibieran ningún tipo de promoción, su publicidad fuera inexistente, y la mayoría de ellas fueran programadas como relleno para cubrir la norma en programas dobles junto a filmes extranjeros de segunda fila, y en muchas ocasiones –los ejemplos son abundantes– incluso eran programadas tan sólo nominalmente a efectos de cuota de pantalla, sin llegar a exhibirse nunca.

Corría el año 1967. Un editor,  Edhasa, se interesó por aquellos cuentos que le ofrecían, y decidíó publicarlos en dos volúmenes: La máquina de matar y Los viajeros de las gafas azules, dentro de su colección Nebulae, por aquel entonces la colección más prestigiosa del género; y otro editor, Acervo, aceptó incluir también algunos de esos relatos en sus conocidas Antologías de Novelas de Anticipación; y otros antologistas se interesaron también por ellos, y en pleno auge de los fanzines éstos también se interesaron por su producción, y el nombre de Atienza empezó a sonar entre los fans. El bache parecía superado.

A lo largo de los siguientes seis años Atienza escribió –y publicó– unos cuarenta relatos, que aparecieron diseminados prácticamente por todas las antologías, revistas, fanzines y demás publicaciones que editaban ciencia ficción. Por un tiempo pareció que había encarrilado su carrera. Pero todavía le faltaba dar el siguiente paso. La literatura en general, y la ciencia ficción en particular, no eran rentables económicamente para los autores. Y así, en 1973, Juan García Atienza abandonaría de golpe – y definitivamente – la ciencia ficción y el terror, aunque no la fantasía, para cubrir su siguiente etapa: la televisión.

A principios de los años setenta Juan Atienza fue llamado por Televisión Española con el encargo de realizar un programa informativo diario para la recién estrenada segunda cadena. El programa duró poco, dos meses tan sólo, pero sirvió para que Atienza entrara en los engranajes de la televisión como colaborador y no tardara en hacerse cargo de una serie de documentales destinados a ensalzar en principio las virtudes patrias.

Atienza la calificó de inmediato como una serie pedrusquera: durante toda una temporada recorrió con su equipo los más recónditos rincones de la península ibérica en busca de lugares, ruinas ancestrales, enigmas, leyendas, festividades.., todo lo que fomentara en principio el interés y el sentido patrio del público. Se trataba de una serie firmemente encorsetada, marcada por unos conceptos caducos que en ciertos aspectos parecían haberse detenido en los Reyes Católicos, pero que sirvieron a Atienza para abrirle los ojos a la existencia de toda una serie de ideas esotéricas y conceptos no ortodoxos, camuflados, como decía el propio Atienza, debajo de las más ancestrales piedras que registraban fielmente sus cámaras.

Hizo los documentales tal y como se le pedía que los hiciera, no era cuestión de enemistar a los que ponían el dinero, pero tomó al mismo tiempo abundantes notas personales de lo que veía y lo que su mente lúcida deducía de lo que veía, y se creó para su propio uso todo un dossier, varios dosieres, con sus verdades alternativas. Al mismo tiempo, fue el preludio de una serie de la cual se sentiría tan orgulloso como de Los dinamiteros durante todo el resto de su vida.

Los paladines, rodada en 1971 y emitida en España en 1972, fue en principio una coproducción de Televisión Española con la televisión alemana: una serie de aventuras históricas situada en la España de la Reconquista y protagonizada por tres hombres unidos por el azar: el hijo cristiano de un señor feudal, un campesino y un noble musulmán, que sellan un pacto de amistad y se comprometen a ser paladines tanto de moros como de cristianos.

Este planteamiento ya es suficiente para adivinar por donde iban los tiros, pero Atienza, que era a la vez director y guionista de los episodios, no se conformó sólo con ello, sino que además de dotar a la serie con algo más de profundidad le dio su marchamo personal, mezclando en los argumentos, además de aventuras y claras intenciones políticas y morales, una buena dosis de fantasía e incluso, cuando se terciaba, algo de magia. La intención de Atienza, según sus propias palabras de la época, era crear una serie eminentemente dinámica, divertida, pero que al mismo tiempo hiciera pensar y le dijera algo al espectador.

Por supuesto, los altos mandos de nuestra televisión no opinaron lo mismo. Hubo reuniones de la producción bicéfala: los alemanes pusieron algunos condicionantes a las manipulaciones españolas, entre ellas el formato de los capítulos: se había previsto una primera temporada de siete capítulos de una hora, que la televisión española transformó por su cuenta en catorce de media hora por el expeditivo sistema de partirlos por la mitad.

Se plantearon por parte del lado español de la producción una serie de temas non gratos acerca de la corrección política de los argumentos… Total: pese al éxito de la serie entre el público y las buenas críticas recibidas, los siete/catorce capítulos de la primera temporada fueron los primeros y los últimos, y la continuidad de Los paladines quedó olvidada en los cada vez más profundos cajones de los cada vez más profundos despachos de nuestra bienaventurada televisión. Su obra Los paladines murió de inanición, pese a haber sido vendida a otros países y pese a que aún se la recuerda con cariño por parte de muchos espectadores y es alabada por muchos críticos del medio.

Pero no hay mal que por bien no venga, y el paso de Atienza por Televisión Española sirvió para que diera su cuarto y definitivo salto. El cine quedó arrinconado. La ciencia ficción, la fantasía y el terror quedaron arrinconados. La televisión quedó también arrinconada. Juan García Atienza había descubierto la España mágica. La culpa fue principalmente de la propia Televisión Española. Los documentales pedrusqueros, la propia serie Los paladines, sirvieron para que Atienza fuera descubriendo una nueva imagen de España que estaba oculta a la mayoría de los españoles.

En su deambular por los remotos caminos de la piel de toro filmando lugares apartados y costumbres ancestrales y mitos y leyendas de todo tipo, Atienza empezó a acumular una gran abundancia de datos sobre hechos malditos en los que se mezclaban los templarios, los supervivientes de la Atlántida y leyendas de todo tipo que pese a todo tenían una base de realidad, la magia oculta del Camino de Santiago, el enigma de los caballeros teutones, la leyenda negra de toda una serie de reyes y reinas y grandes personajes, además del material suficiente para confeccionar toda una serie de guías de España muy poco ortodoxas, desde la guía judía hasta la de mitos y leyendas, así como la de recintos sagrados, que incluía una nueva visión del origen y significado de muchas de las esculturas de nuestras catedrales, auténticos templos iniciáticos.

Juan tuvo la suerte de hallar un editor, Martínez Roca, que confió y creyó en él y se avino a publicar su heterodoxa obra, y durante los siguientes veinte años Juan García Atienza produjo una treintena de libros serios y bien documentados sobre esos temas que, frente a las alegrías y los excesos de un Erich von Däniken o un Fernando Jimenez del Oso, le han proporcionado gran solvencia, una enorme reputación internacional y la traducción de buena parte de su obra a otros idiomas.

Hoy en día, Juan García Atienza es considerado una autoridad en la España secreta, esotérica y mágica, y sus textos son estudiados en muchas universidades.

Así, tras el cine, la ciencia ficción, la fantasía, el terror y la televisión, desde 1973, fecha de la primera edición de su La meta secreta de los templarios, su primer libro sobre la España mágica, hasta 2007, con el último, El legado templario, pasando entre muchos otros temas por 1981 y su La gran manipulación cósmica, y sus guías de la España secreta, inefable su Guía de la España mágica), Juan G. Atienza ha creado un corpus consistente y coherente sobre los aspectos ocultos de un país hasta ahora injustamente olvidados, mal comprendidos o despreciados, que componen la realidad de nuestra historia oculta, destacando las bases que los sustentan.

Solo por eso, merece ser recordado... y estudiado.

 
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