sábado, 3 de marzo de 2007

Un «proyecto social» de 500 Años

Juan de Ávila era hijo de Alfonso de Ávila y Catalina Gijón, descendientes de judíos de alta alcurnia, señores y dueños de grandes riquezas, entre ellas destacaban unas minas de plata en Sierra Morena (suroeste de Andalucía). Juan se instruyó en la universidad de Salamanca desde 1514 y pasó a la de Alcalá de Henares en 1520. Terminó sus estudios en 1526 y fue ordenado sacerdote franciscano. Le encomendaron su primera misión el año siguiente: partir hacia Tlaxcala (Méjico) para evangelizar la zona con el dominico Julián Garcés, primer obispo de la diócesis Carolina, llamada así en honor del emperador Carlos V. Y el predicador Juan de Ávila marchó con ese propósito al puerto de Sevilla para embarcar hacia América.

No obstante, Alonso Manrique de Lara (arzobispo de Sevilla, cardenal del Vaticano e inquisidor general en permanente contacto con Erasmo de Rotterdam) le ordenó quedarse en Hispania para catolizar al-Andalus. Se dedicó entonces a escribir obras de teoría ascética, obras que sirvieron de ejemplo e inspiración a posteriores escritores católicos como Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, y que agradarían mucho al futuro rey Felipe II. Sus escritos y prédicas levantaron la polvareda prevista en Sevilla y la Inquisición hizo su parte acusándolo de erasmista. De 1531 a 1533 se le atribuye un fingido presidio y un proceso que acabó en absolución. Desde 1535 viajó con el dominico Luís de Granada por los pueblos de al-Andalus, La Mancha y Extremadura, predicando entre sus gentes y consiguiendo muy sonadas conversiones según sus cronistas.

El franciscano de alta casta Juan de Ávila

A Juan de Ávila se le apodó por su gestión Apóstol de Andalucía. Como gerente de logística católica en el sur de Hispania, fue además, y pese a no constar en los orígenes de la misma, cabeza fundadora de la Compañía de Jesús, de numerosos colegios y seminarios de su doctrina, y director de Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Teresa de Jesús, Juan de Ribera, Pedro de Alcántara, Juan de Dios, Fray Luís de Granada y otras figuras del misticismo teórico-eclesiástico del Renacimiento. Sería beatificado por León XIII (Vicenzo Gioacchino Pecci) en 1894, nombrado santo patrono del clero español por Pío XII (Eugenio Pacelli) en 1946 y canonizado por Pablo VI (Giovanni Battista Montini) en 1970.

El célebre guipuzcoano Ignacio de Loyola, cuyo nombre era Íñigo de Óñez y Loyola, ejerció como paje en la corte aragonesa del rey Fernando el Católico y como militar a las órdenes del duque de Nájera y virrey de Navarra don Antonio Manrique de Lara. En mayo de 1521, salpicada por la Guerra de las Comunidades en Castilla, Pamplona es asediada por tropas francas e Ignacio de Loyola combate con las castellanas el asalto. Derrotado y con las piernas supuestamente fracturadas por una bala de cañón, Ignacio es trasladado a Loyola, su tierra natal, y allí se recupera con dificultades y dolores que lo convierten en apasionado religioso y le hacen tener una visión de la Virgen.

De este grave trauma sucedido a sus treinta años, que de ser cierto le habría dejado graves secuelas motrices de por vida, salió convencido y con fuerzas para realizar un montón de actividades físicas, intelectuales y místicas. Ignacio pudo ejercitarse como huésped en el monasterio benedictino del mágico y barcelonés macizo de Montserrat (emplazamiento de una amplia y duradera comunidad de eremitas durante la Alta Edad Media) y luego ermitaño en la cercana Manresa durante diez meses (1522), redactor en estos dos parajes de unos particulares Ejercicios Espirituales para practicar durante cuatro semanas (1522-1523), peregrino a Jerusalén (1523), universitario distinguido en Barcelona, Alcalá de Henares (1526), Salamanca (1527) y París (1528-1535), ordenado sacerdote jesuita y escogido del Vaticano por el papa Pablo III (1537-1538), cofundador de la Sociedad o Compañía de Jesús (1538-1540), y fundador en Roma de dos significativos y adoctrinadores colegios llamados Romano (1551) y Germánico (1552).

Los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola son una serie de instrucciones mentales con dinámicas individuales y grupales que aún se siguen utilizando en nuestros días. Nada más empezar, el autor explica el propósito general de estas instrucciones: La primera anotación es, que por este nombre, ejercicios espirituales, se entiende todo modo de examinar la consciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y de otras espirituales operaciones, según que adelante se dirá. Porque así como el pasear, caminar y correr son ejercicios corporales; por la misma manera, todo modo de preparar y disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del alma…

La quinta anotación personaliza: al que recibe los ejercicios mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad para que su divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad… Según el texto, para practicar los Ejercicios se toman cuatro semanas, por corresponder a cuatro partes en que se dividen;… la primera, que es la consideración y contemplación de los pecados; la segunda es la vida de Cristo nuestro Señor hasta el día de ramos inclusive; la tercera,  la pasión de Cristo nuestro Señor; la cuarta, la resurrección y ascensión

Ignacio de Loyola fue designado prepósito o primer general de la Compañía de Jesús en 1540, año de su inicio oficial, cargo que sería conocido popularmente como el Papa Negro. El año 1548 fueron publicados por vez primera estos Ejercicios Espirituales... (sigue)

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