jueves, 24 de diciembre de 2009

La parte oriental del pastel: Japón (causa de bombas en Hiroshima y Nagasaki)

El día 4 de diciembre de 1623 dos sacerdotes jesuitas, el franciscano valenciano Francisco Gálvez de Uriel y 47 cordígeros o franciscanos seglares, fueron quemados vivos en una gran plaza de las afueras de Yedo, a la vista de muchos nobles y señores que habían sido invitados a los festejos de la investidura del shogun, y de un gran gentío. A los hispanos se les denegó el permiso de desembarcar en Japón después de 1624 y, en la década siguiente, una serie de edictos prohibieron el comercio exterior e incluso la construcción de grandes barcos. Solamente se permitió permanecer en Japón a un pequeño grupo de holandeses, restringidos a la isla artificial de Dejima en el puerto de Nagasaki y limitando sus actividades. Japón continuó el comercio con China, aunque con una ajustada regulación…


En el apartado Un «Proyecto Social» de 500 años, relacionado con la Sociedad Logística Vaticana, vimos como el cabecilla jesuita Francisco de Javier y sus elegidos jesuitas se dirigieron el año 1550 hacia el norte de Japón con la intención de crear una comunidad católica en la isla de Hirado, población situada en la provincia de Nagasaki. En enero de 1552 y valiéndose de su intérprete, Francisco de Javier había conseguido convencer a varias docenas de japoneses e incorporarlos con el bautismo a su comunidad. En 1558, los adheridos a las comunidades católicas eran ya varios cientos y las disputas con los señores feudales se acrecentaron, produciéndose las primeras decapitaciones de convertidos y la ejecución de miembros de la comunidad católica en Hirado.

El shogun Tokugawa Ieyasu

 

La masacre obligó a portugueses y jesuitas a buscar nuevos puertos donde poder comerciar y a pactar con sus señores. El daimyo o soberano feudal japonés Omura Sumitada firmó con ellos unos acuerdos y les ofreció seguridad en sus dominios, cosa que causó una grata impresión en los portugueses y sobre todo en los jesuitas. En 1563, tras los beneficios obtenidos, Sumitada y sus vasallos se convirtieron al catolicismo, tomando Sumitada el antiguo nombre hebreo de Bartolomeo (hijo de Talmai Bartalmai, cabezas de poderosos clanes descritos en el Antiguo Testamento de la Biblia).

Incitado por sus aliados occidentales, el primer señor japonés convertido al catolicismo dio orden de arrasar los templos budistas y sintoístas que lo habían visto nacer, y obligó a los habitantes de su feudo a convertirse también al catolicismo bajo represiones y ejecuciones. Después de apoderarse de Nagasaki en 1570, Sumitada abrió el puerto de esa ciudad japonesa a los portugueses, colaborando y patrocinando su desarrollo. Y en junio de 1580 concedió su gobierno a los representantes de la Compañía de Jesús. 

Poco después, en 1589, fue fundada la ciudad de Hiroshima por el señor feudal Mori Terumo, convirtiéndola en capital de su feudo con vistas al comercio con Europa. Sin embargo, el 21 de octubre de 1600 se disputó la batalla de Sekigahara, de gran importancia en la historia de Japón. Los dos principales clanes japoneses y sus respectivos aliados se enfrentaron en ella, entre los perdedores estaba Mori Terumo y los ganadores establecieron el shogunato Tokugawa, el último shogunato de la historia (la palabra sogún o shogun viene de seii tai shogun, que en japonés significa jefe de los ejércitos contra los bárbaros o extranjeros.

El aristócrata samurai Asano Nagaakira se convirtió en cabecilla de su clan a la muerte de su hermano mayor Yoshinaga, quien no tenía heredero, y peleó para el shogunato Tokugawa durante el asedio del castillo de Osaka contra tropas de señores feudales contrarias a la política establecida por el shogunato, entre noviembre de 1614 y junio de 1615, acontecimiento bélico con espectaculares batallas disputadas en Osaka y sus alrededores, en cuyo final tomó cuarenta y dos cabezas de sus enemigos aristócratas tras hacerse el correspondiente seppuku o suicidio ritual japonés. Asano Naggakira recibió el apreciado feudo de Hiroshima en 1619 como recompensa a su labor. Los soldados o misioneros jesuitas que sobrevivieron y fueron testigos de este importante evento militar, y que favorecían al bando perdedor, aseguraron que más de cien mil hombres de los dos bandos perecieron durante este largo cerco.

Bajo la administración feudal de Asano Nagaakira, Hiroshima se desarrolló y amplió con pocos conflictos y disturbios. Sus descencientes continuaron gobernando la ciudad hasta la restauración Meiji en el siglo XIX. La importancia de esta batalla, desenlace de toda una campaña militar, radica en que debido a su resultado el país saldría de una época de constantes conflictos y luchas internas. Se establecería además una paz casi absoluta a lo largo y ancho del archipiélago, sólo interrumpida por revueltas menores hasta el regreso del emperador de Japón como máxima autoridad durante la Restauración Meiji, entre 1866 y 1869. 

La pequeña villa de Nagasaki se convirtió rápidamente en una ciudad portuaria diversa, por la cual ingresaron muchos productos importados de Portugal (como el tabaco, el pan, el tempura, el bizcochuelo, y nuevos estilos de vestimenta). Muchos de estos productos fueron asimilados por la cultura popular japonesa. Los portugueses también trajeron consigo muchos productos de origen chino.

En 1587 la prosperidad de Nagasaki fue amenazada cuando el Hideyoshi Toyotomi subió al poder. Preocupado por la gran influencia católica en el sur del Japón, ordenó la expulsión de todos los misioneros. Los jesuitas habían ya adquirido control administrativo parcial sobre Nagasaki, y la ciudad regresó entonces al control imperial. Católicos extranjeros y japoneses fueron perseguidos y Hideyoshi ordenó crucificar y lancear, a la manera romano-judía de tiempos cristianos, a 26 católicos en Nagasaki el día 5 de febrero de 1597 para prevenir cualquier intento de usurpación de su poder (cosa que desembocaría en el segundo blanco nuclear de la Segunda Guerra Mundial).

De los veintiséis, diecisiete eran japoneses laicos seducidos por los misioneros occidentales, tres jesuitas japoneses seleccionados para adoctrinar y seis franciscanos de Hispania o de origen hispano. Cosas interesantes de señalar y tener en cuenta son que no hubo ningún jesuita occidental entre los ajusticiados, que permanecieron entre los testigos de aquella ejecución y que los ocupantes hispanos continuaron con su labor comercial durante los años siguientes. Cuando el shogun Tokugawa Ieyasu sube al poder veinte años más tarde, los jesuitas y sus mercenarios afianzaban su poder en los territorios japoneses.

El año 1612 fue rotundo el Rechazo japonés de religión y comercio europeos. Otro resultado de la dominación Tokugawa (feudal y samurai) fue el aislamiento impuesto a Japón respecto a Occidente. Los comerciantes portugueses, españoles y holandeses habían visitado Japón cada vez más a menudo en el siglo XVI; los sogunes Tokugawa consideraron su credo como potencialmente subversivo y, desde 1612, se persiguió a los católicos predicadores de ese dios mayúsculo y engañoso.

Por ello, el catolicismo con tintes cristianos fue prohibido por completo el año 1614 y todos los misioneros cátolicos fueron deportados, así como aquellos japoneses que no se despegaron del catolicismo. Este decreto de expulsión fue seguido de una brutal campaña de persecución, resultando en miles de muertos o torturados en Nagasaki y otras partes del Japón.

El día 4 de diciembre de 1623, dos jesuitas, el franciscano valenciano Francisco Gálvez de Uriel y 47 cordígeros o franciscanos seglares, fueron quemados vivos (como solían hacer en la Inquisición europea sus acólitos con los cátaros y otros herejes), en una gran plaza de las afueras de Yedo, a la vista de muchos nobles y señores que habían sido invitados a los festejos de la investidura del shogun, y de un gran gentío acumulado.

A los hispanos se les denegó el permiso de desembarcar en Japón después de 1624 y, en la década siguiente, una serie de edictos prohibieron el comercio exterior, e incluso la construcción de grandes barcos. Solamente se permitió permanecer en Japón a un pequeño grupo de holandeses, restringidos a la isla artificial de Dejima en el puerto de Nagasaki y limitando sus actividades. Continuó el comercio con China, aunque con una ajustada regulación.

Tokugawa Iemitsu, tercer shogun Tokugawa de Japón, en un edicto fechado en 1633 prohibía el catolicismo en Japón y obligó a toda la población a registrarse en los templos japonese. Debido a estas persecuciones, en 1637 se produjo la Rebelión de Shimabara: encabezada por japoneses convertidos al cristianismo catolizado y alentada por los jesuitas y sus aliados occidentales. Más de 40.000 catolizados se alzaron en armas y tomaron el castillo Hara. El shōgun envió 120.000 soldados para aniquilar la rebelión y, una vez sofocada, en 1639, ordenó el aislamiento o cierre de Japón del mundo occidental, dando fin así a este siglo católico en Japón.

Los antiguos flamencos u holandeses se habían introducido en Japón silenciosamente para esta época, a pesar de la decisión oficial del shogunato de terminar definitivamente toda influencia extranjera en el país. Los holandeses demostraron que su interés era exclusivamente comercial y probaron su palabra durante la rebelión Shimabara disparando contra los católicos y a favor del shogun. En 1641 les fue otorgado Dejima, una isla artificial en la bahía de Nagasaki, como base de operaciones. Desde esta fecha hasta 1855 el contacto de Japón con el exterior se realizó exclusivamente a través del puerto de Nagasaki. 

El Vaticano, y especialmente los jesuitas, no olvidarían nunca el modo en que perdieron estas dos importantes ciudades japonesas, ni a los jefes tribales samurais que los vencieron y pagaron con su misma moneda. Los veintiséis crucificados fueron canonizados por la Iglesia Católica en 1862. Y, en poco más de tres siglos después, llegaría la venganza en el final de la Segunda Guerra Mundial con las dos bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.

 

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