El Boletín Oficial del Estado español anunció el decreto del día 14 de marzo con estas primeras palabras: La Organización Mundial de la Salud elevó el pasado 11 de marzo de 2020 la situación de emergencia de salud pública ocasionada por el COVI-19 a pandemia internacional. La rapidez en la evolución de los hechos, a escala nacional e internacional, requiere la adopción de medidas inmediatas y eficaces para hacer frente a esta coyuntura. Las circunstancias extraordinarias que concurren constituyen, sin duda, una crisis sanitaria sin precedentes y de enorme magnitud tanto por el muy elevado número de ciudadanos afectados como por el extraordinario riesgo para sus derechos.
En este texto aparece en primer lugar la Organización Mundial de la Salud, uno de los brazos de la Organización de las Naciones Unidas que, en teoría, está especializado en gestionar políticas de prevención, promoción e intervención para temas de salud a nivel mundial. Los estatutos de la OMS recogen que el dinero para financiarla ha de provenir de los gobiernos que la componen. Pero hoy, en realidad, son empresas privadas las que dan la mayor cantidad de dinero para los fondos de esta organización mundial, relacionada, en teoría, con la salud de los seres humanos del planeta.
El año 2015, de los 1.838 millones de dólares recibidos por la OMS, la mayoría procedían de gobiernos de los países del mundo y, entre todos ellos, aportaron 1.020 millones. El mayor inversor fue Estados Unidos, con 305 millones, seguido del Reino Unido, con 195 millones. La OMS recibió 90 millones de dólares de las grandes farmacéuticas, encabezadas por las cuatro más grandes y principales fabricantes de vacunas: GlaxoSmithKline, Novartis, Sanofi Pasteur y Merck. Por encima de muchos de estos grandes «donantes» de dinero estuvo la Fundación Bill & Melinda Gates, que desembolsó en la OMS 185 millones de dólares. España donó ese mismo año 1,9 millones de dólares...
Bill Gates trabaja como director ejecutivo de la compañía Microsoft Corporation, la conocida empresa fabricante de sistemas informáticos que fallan más que una escopeta de feria, y no por casualidad ni mala gestión. Por evidentes cuestiones de mercadotecnia, este personaje preside la Fundación Gates junto a su esposa Melinda, una organización exenta de impuestos con mucho ánimo de lucro y manipulación social. Para entender por qué este informático es voz cantante del Coronavirus19 y por qué aporta gran parte del capital que financia a la Organización Mundial de la Salud, es necesario conocer sus orígenes y el mundo en el que se desenvuelve.
El legado de la familia Gates tiene largas raíces en los asuntos relacionados con los asuntos eugenésicos o sistemas mundiales de control genético, incluyendo la tecnología, la medicina y la agricultura. William Henry Gates, el padre del Bill Gates, fue responsable del grupo eugenista Planned Parenthood (Planificación Familiar), una multinacional abortista que dispone de clínicas en 189 países del mundo, de los 194 que existen en la actualidad, una organización a la que se le lavó la imagen para ocultar su verdadero origen y propósitos.
La sociedad Planificación Familiar dice dedicarse a la salud reproductiva y sexual y fue nombrada antes como Sociedad para el Estudio de la Biología Social. Sin embargo, sus escondidos planes sociales se remontan a la Sociedad Americana de Eugenesia, fundada en 1922 y financiada por la familia Rockefeller. Y es empujada a su vez por la Open Society Foundations (Fundaciones de Sociedad Abierta), otra organización internacional fundada por George Soros, magnate y especulador político-financiero, falso filántropo y defensor que está detrás de movimientos, en apariencia libertadores, como el separatismo catalán, el progresismo, la ideología de género, el neofeminismo y el ecologismo, y gran pronosticador o previsor de conflictos en el mundo, ya planeados antes por los servicios secretos mundiales.
La eugenesia estudia la alteración genética de poblaciones humanas de bajo nivel social mediante la esterilización masiva y la cría selectiva. En 1880 fue promovida por el inglés Francis Galton, primo de Charles Darwin, financiada y practicada luego por varias corporaciones de magnates estadounidenses como la Fundación Rockefeller y el Instituto Carnegie, y apoyada por personalidades como los presidentes Winston Churchill y Theodore Roosvelt. La eugenesia degenerativa sería aplicada sin reservas en soldados y civiles durante las dos guerras mundiales del siglo XX, y continuada con otros proyectos bélicos, políticos y de manipulación mental de la población (como el proyecto MK-Ultra y el proyecto Monarca), hasta el actual Covid-19.
En íntima relación con esta eugenesia, el 10 de diciembre de 1974 se completó, bajo la dirección del siniestro Henry Kissinger, el Memorando de Estudio de Seguridad Nacional 200 ó NSSM 200 en el gobierno de los Estados Unidos. Este documento fue adoptado como política oficial por el presidente Gerald Ford en noviembre de 1975, y expone: El crecimiento de la población en los países menos desarrollados representa una preocupación de seguridad nacional de EE.UU., pues incrementa el riesgo de disturbios civiles e inestabilidad política en los países que tienen un alto potencial para el desarrollo económico. Da máxima importancia a las medidas de control poblacional y a promover la anticoncepción entre 13 países muy poblados… Recomienda a los líderes de EE.UU. influir en los líderes nacionales y establece que un mejorado apoyo mundial a los esfuerzos relacionados con la población debe buscarse a través de un mayor énfasis en los medios de comunicación masiva y otros programas de educación y motivación de la población… De esta manera y desde hace casi cincuenta años, los redactores de este documento pretenden eliminar masas humanas que estorban sus futuros intereses político-económicos y aborregar todavía más a las que queden.
En 1987 el padre de Bill Gates compró la cadena de cafés Starbucks, la compañía de cafés más grande del mundo. El poder económico de los Gates es guiado por la empresa Bain & Company, cuyos ejecutivos lo han ido asesorando en cada uno de sus movimientos. Bain & Company es una de las mayores empresas de consultoría del mundo que absorbe empresas y coloca a sus ejecutivos para obtener el total control de las mismas, un tiburón financiero en toda regla. Entre las sociedades que posee hay varias cadenas de televisión como la NBC estadounidense, donde Bill Gates aparece a menudo desde hace tiempo como voz experta en la teórica pandemia del Covid-19, proclamando una y otra vez la necesidad de vacunaciones masivas de la población.
Bain Capital es otra empresa íntimamente ligada a Bain & Company, una firma de inversión alternativa y global con sede en Boston, Massachusetts. Está especializada en capitales privados, de riesgo y productos de crédito, invierte en gran cantidad de sectores industriales y zonas geográficas del globo, y todos sus altos ejecutivos han sido formados en universidades jesuitas. A este elenco debe añadirse Anthony Fauci, médico estadounidense especializado en inmunología, director de Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, y miembro de la Fundación de Bill y Melinda Gates, la fundación privada de caridad teórica más grande del mundo. Anthony Fauci se graduó en la Regis High School de Nueva York en 1958, escuela preparatoria para la universidad regida por jesuitas. Unos años más tarde se licenció en la universidad privada y jesuita College of the Holy Cross, en Worcester, Massachusetts.
En marzo de 2015, Bill Gates dio una charla en otra teórica organización sin ánimo de lucro llamada TED (Tecnología Entretenimiento y Diseño), en Vancouver (Canadá), donde empezó diciendo: Cuando yo era un niño, el desastre más temido era una guerra nuclear. Por eso teníamos en el sótano un barril como este, lleno de tarros de alimentos y agua. Cuando llegara el ataque nuclear debíamos escondernos allá abajo y comer lo que hubiera en el barril. Hoy la mayor catástrofe mundial no se parece a esto. Más bien, es como esto (imagen de un Covid-19). Si algo ha de matar a más de 10 millones de personas en las próximas décadas, probablemente será un virus muy infeccioso, más que una guerra. No misiles, sino microbios. En parte, la razón de esto es que se han invertido enormes cantidades en disuasivos nucleares, pero muy poco en sistemas para detener epidemias. No estamos preparados para la próxima epidemia...
Poco después, durante el año 2017, Anthony Fauci pronunció un discurso en la universidad jesuita de Georgetown, en Washington D.C., donde citó la pandemia actual de gripe con el nuevo Covid-19, calificándola como un brote sorpresa. Como parte de este goteo de terror en forma viral, el día 18 de octubre de 2019, en Nueva York, el Centro Johns Hopkins para la teórica Seguridad de la Salud, en asociación con el Foro Económico Mundial y la Fundación Bill y Melinda Gates, organizaron el Evento 201, un ejercicio pandémico de alto nivel donde se ilustraron sus consecuencias económicas, sociales y de indefensión popular a gran escala.
Y la sorpresa llegó para casi toda la población mundial en 2020. Las noticias oficiales apuntan que la teórica pandemia tuvo su origen en la ciudad china de Wuhan a finales de diciembre de 2019, que el foco principal se situó en Europa en marzo de 2020 y que en mayo pasó a América, extendiéndose con rapidez por Estados Unidos. Según dicen, hasta ahora (julio de 2020) han muerto más de 538.000 personas, confirmándose más de 11,5 millones de casos en todo el mundo. Aquí conviene tener en cuenta que el 23 de abril de 2020, el gobierno chino anunció la aportación a la OMS de 30 millones de dólares extras para el control de la epidemia del Covid-19 y el desarrollo de los sistemas de salud. Aunque en realidad fue un manifiesto apaño o soborno para mantener el nivel de desarrollo de su economía, la más próspera y voluminosa del mundo actual.
A lo largo de estos últimos decenios, gracias a este sistema económico comunista de capitalismo salvaje y desenfrenado, multitud de chinos han podido asentarse y prosperar en los países occidentales (como es el caso de España, plagada de chinos por todas partes y en toda clase de negocios), mientras muchos comerciantes autóctonos no pueden hacer frente a las cargas de impuestos. A esto ha contribuido de forma notoria el mayor banco del mundo actual, el ICBC (Industrial and Comercial Bank of China), que en su mayor parte es propiedad de la poderosa familia Rothschild, estirpe cuya trayectoria histórica real sobrecoge al conocerse y aclara muchas cosas.
La enfermedad que tanto y tanto se ha repetido durante estos últimos meses por los medios de información más poderosos, para clavarla en nuestra mente como una espina, produce un SRAS (Síndrome Respiratorio Agudo y Severo), una enfermedad respiratoria causada por un coronavirus. Los coronavirus son una serie de virus llamados así por su particular forma, pues tienen una especie de corona alrededor del virión o núcleo del virus. Estos organismos han convivido con los seres humanos desde los primeros tiempos de la evolución, existen muchos tipos y se encuentran en todos los animales. Pero el primer análisis comparativo realizado sobre esta nueva enfermedad determinó que este virus era suficientemente distinto de los otros dos betacoronavirus de gravedad detectados en humanos, el SARS y el MERS (Síndrome Respiratorio de Oriente Medio, en inglés), para ser considerado una nueva enfermedad: el catalogado como Covid-19. Nombre infantil y pegadizo que más parece el dibujito de la mascota de unos Juegos Olímpicos o de la Copa Mundial de Fútbol, como el Naranjito de España en 1982. Otro detalle nada casual y bien estudiado por los expertos en propaganda.
La primera vez que se informó sobre este Síndrome Respiratorio Agudo y Severo fue en Asia en febrero de 2003. Se asegura que, en pocos meses, la enfermedad se extendió por Asia, Sudamérica y Europa antes de que se pudiera contener el brote. Según la Organización Mundial de la Salud, 8.098 personas en todo el mundo enfermaron por este SRAS durante el brote de 2003. De esta cifra, 774 personas murieron. En los Estados Unidos, solo ocho personas resultaron infectadas por el SRAS-Covid según confirmación hecha en laboratorios. Todas estas personas habían viajado a otras partes del mundo donde se había detectado la presencia del SRAS.
Por otra parte, en los medios independientes de información han aparecido declaraciones de especialistas honrados que es necesario tener en cuenta. Este es el caso de la doctora en biología molecular Judy Mikovitz, quien reveló en la revista Science que el uso común de tejidos fetales humanos y animales estaba desatando plagas devastadoras de enfermedades crónicas. Por ese escrito, la doctora Mikovits fue despedida el año 2012 de su trabajo como directora del Instituto Whittemore Peterson, en la ciudad de Reno (Nevada, EE.UU.), y sufrió el acoso y derribo de los poderosos dueños de la gran industria farmacéutica (llamada allí despectivamente Big Pharma), quienes se encargaron de destruir su buen nombre, carrera profesional y vida personal con propaganda difamatoria; y quienes, para rematar su faena, la metieron en la cárcel sin acusaciones, cargos y pruebas de ningún tipo, sobornando a policías y jueces.
En sus declaraciones como experta en el tema viral, Judy Mikovits asegura: El Covid-19 no se produjo de forma natural, sino que esta familia de virus fue mutada genéticamente en laboratorios especializados, porque la situación que estamos viviendo no puede ocurrir de forma natural, sino mediante la evolución viral acelerada. Si fuera algo producido por la naturaleza, tardaría hasta ochocientos años en ocurrir. La fabricación de virus ocurrió a partir del SARS 1 y fue producido por los grandes laboratorios farmacéuticos de Carolina del Norte, el Instituto de Investigación de Enfermedades Infecciosas del ejército estadounidense en Fort Detrick y el Instituto de Virología de Wuhan en China.
La doctora Judy Mokovits estuvo trabajando como bióloga en Fort Detrick durante el año 1991, conociendo de primera mano todos los pormenores de su funcionamiento administrativo, científico, político y bélico. El Instituto de Investigación de Enfermedades Infecciosas del ejército estadounidense en Fort Detrick se encuentra cerca de la capital Washington D.C., en la ciudad de Frederick, estado de Maryland. Desde el año 1943, en mitad de la Segunda Guerra Mundial, es el centro del programa de armas biológicas de los Estados Unidos, guerra global en la que sus funcionarios no han dejado de trabajar hasta el día de hoy. Muchos soldados estadounidenses fueron usados como conejillos de indias y les inyectaron la vacuna contra la gripe, poco tiempo después estos soldados fueron mucho más susceptibles de contagiarse por el Covid-19.
En 2015, mientras Bill Gates daba charlas sobre la terrible amenaza global de estos virus, los Institutos Nacionales de salud de Estados Unidos enviaron al laboratorio de Wuhan 3,7 millones de dólares y Anthony Fauci, el director del Instituto de Alergias y Enfermedades Infecciosas estadounidense, ordenó el traslado a las instalaciones farmacéuticas chinas del virus SARS-Covid-19, modificado en EE.UU. El gobierno chino y sus científicos esparcieron la noticia del virus y sus muestras entre la población, una gripe fuerte pero no tan letal como afirman, y luego los obligaron a vacunarse. La composición de la vacuna, con metales pesados y elementos virales dañinos, facilitó la transmisión del virus en las personas vacunadas, deterioró su sistema inmunológico, favoreció el contagio a otras personas y la muerte de muchas de ellas.
Judy Mokovits ha desvelado que la cloroquina y el zinc han sido usados durante setenta años con gran éxito para la curación de la malaria y que también son buenos para curar el nuevo virus Covid-19. Sin embargo, durante estos últimos años, la Asociación Médica Americana ha amenazado a los médicos estadounidenses con la pérdida de su licencia si la usan con sus pacientes enfermos. Advierte también del protocolo dado a estos médicos y de otros países para catalogar las muertes producidas durante este tiempo de teórica pandemia, donde pone: Sería apropiado diagnosticar en el certificado de defunción Covid-19, al margen del origen real de dicha defunción.
Muchos de los médicos intimidados están dando la voz de alarma sobre esta manipulación. Uno de ellos, en el documental Plandemic (Plandemia) del cineasta Mikki Willis, declara: Cuando escribo mi informe de defunción, me presionan para agregar Covid-19, para aumentar los números y que se vea peor de lo que en realidad es. Otros denuncian que están siendo sobornados para catalogar pacientes enfermos de Covid-19 o que han muerto con Covid-19, aunque hayan muerto de otras enfermedades. Medicare (un programa de cobertura de seguridad social administrado por el gobierno estadounidense) les da 13.000 dólares por cada informe si ponen en él Covid-19, y si usan además un ventilador para la neumonía (que los matará por tratamiento incorrecto), les da 39.000 dólares, tres veces más.
Entre los numerosos actos perversos de los poderosos mundiales, la doctora Mikovits agrega que existe un viejo medicamento antiviral con cien años de existencia, llamado Suramina y catalogado en la lista de Medicamentos Esenciales de la OMS, que se usa en África desde hace cien años para curar la enfermedad del sueño. Se compone de una larga molécula que absorbe carga energética y protege la membrana celular. No cuesta apenas dinero y comprobamos en nuestros estudios con retrovirus y otros tipos de cáncer que era extraordinariamente efectivo. Mantiene los tóxicos fuera de la membrana celular y evita la desregulación de las moléculas clave encargadas de la señal eléctrica, como por ejemplo los receptores cannabinoides. Evita que se desregule la respuesta inmune a través de la absorción de la carga eléctrica de estos virus y patógenos. Los niños con autismo que tomaron Suramina recuperaron capacidad cerebral, la voz y el contacto visual con el interlocutor. Se publicó un artículo con esto el verano de 2015, basado en pruebas clínicas, Anthony Fauci lo retiró y ahora ya no está disponible. Un grupo de científicos luchamos todo lo que pudimos por sacar al mercado la Suramina, pero fue prohibida por los poderes del ámbito de salud... (sigue)
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