La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) es
un documento adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su
Resolución 217 A (III), el 10 de diciembre de 1948 en París. En sus treinta artículos
recoge los derechos humanos considerados básicos. Por la falta de consenso
internacional que existía entonces sobre la obligatoriedad proteger y respetar
los derechos humanos, el documento no se formalizó como un tratado
internacional, obligatorio para los Estados firmantes, y se limitó a una
pequeña declaración para ser tomada como un ideal
orientativo para la humanidad.
Tres décadas después, supuestamente, se alcanzó un consenso
internacional suficiente para establecer la obligatoriedad para los Estados de
proteger los derechos humanos del mundo, con los Pactos Internacionales de
Derechos Humanos que, junto con sus protocolos opcionales y la DUDH, conforman
la Carta Internacional de Derechos Humanos.
Sin embargo, entre el dicho y el hecho siempre hay un gran trecho, y en política e Historia muchísimo más. Si miramos los actos sucedidos
antes y después de esta Declaración de Derechos Humanos, veremos que tiene mucho
que ver con los Derechos del Hombre dictados durante la Revolución francesa en
agosto de 1789. Se puede decir que Los Derechos Humanos de 1948 son hijos de
los Derechos del Hombre de 1789. Fueron redactados por personajes de poder,
miembros de grupos dirigentes que miran por todo menos por el bien de sus semejantes de más abajo.
Es más, sus actos negativos y crueles hacia el pueblo o la masa, como la llaman
ellos, son prueba de que no consideran semejantes a las personas de estatus
inferior...
Alberto Buela apuntaba sobre esto en uno de sus escritos:
Hace ya muchos años el pensador
croata Tomilslav Sunic realizaba la distinción entre derechos humanos y
derechos de los pueblos tomando partido por estos últimos.No es para
menos, los derechos humanos tienen un anclaje filosófico en la ideología
de la Ilustración de corte político liberal mientras que los derechos
de los pueblos fundan su razón de ser en el historicismo romántico de
corte popular. Hoy ya es un lugar común —luego de la afirmación de
Proudhon (1809-1965), el padre del anarquismo, cada vez que escucho humanidad sé que quieren engañar
— cuestionar la incoherencia de la Ilustración en materia política, así
como la exaltación de la razón humana como diosa razón.
Este pensamiento ilustrado sufre una metamorfosis clara que va
desde sus inicios con el laicismo libertario de la Enciclopedia y el
racionalismo, pasa por el socialismo democrático y desemboca en nuestros
días en el llamado progresismo que se expresa en la ideología de la
cancelación, como bien lo hace notar el muy buen pensador español José
Javier Esparza; ideología que consiste en aquella convicción según
la cual la felicidad de las gentes y el progreso de las naciones exige
cancelar todos los viejos obstáculos nacidos del orden tradicional.
La gran bandera del pensamiento progre es y ha sido la de los
derechos humanos, donde ya se habla de derechos de segunda y tercera
generación. Esta multiplicación de derechos humanos por doquier ha
logrado un entramado, una red política e ideológica que va ahogando la
capacidad de pensar fuera de su marco de referencia. Así el pensamiento
políticamente correcto se basa necesariamente en los derechos humanos, y
éstos en aquél cerrando un círculo hermenéutico que forma una ideología
incuestionable.
Esta alimentación mutua se da en todas las formulaciones
ideológicas que se justifican a sí mismas, como sucedió con la ideología
de la tecnología en los años sesenta, donde la tecnología apoyada en la
ciencia le otorgaba a ésta un peso moral que no tenía, hasta que la
tecnología llevaba a la práctica o ponía en ejecución los principios
especulativos de aquélla.
Se necesita entonces una gran quiebra, una gran eclosión, el
surgimiento de una gran contradicción para poder romper esta mutua
alimentación. Mutatis mutandi, Thomas Khun hablaba de quiebra de
los paradigmas, claro que no para hablar de este tema, sino para
explicar la estructura de las revoluciones científicas.
Los derechos humanos, tal como están planteados hoy por los
gobiernos progresistas, están mostrando de manera elocuente que
comienzan a hacer agua, a entrar en contradicciones serias. En primer lugar, estos derechos humanos de segunda o tercera
generación han dejado o han perdido su fundamento en la inherencia a la
persona humana para ser establecidos por consenso. Consenso de los lobbies o grupos de poder que son los únicos que consensuan, pues los pueblos eligen y se manifiestan por sí o por no. Aut- Aut, Liberación
o dependencia, Patria o colonia, etc. Por eso hoy se multiplican por
cientos: derecho al aborto, al matrimonio gay, a la eutanasia, derecho a
la memoria por sobre la historia, a la protección a las jaurías de
perros que por los campos matan las ovejas a diestra y siniestra (en la
ciudad de La Paz — en Bolivia— hay 60.000 perros sueltos). Cientos de
derechos que se sumaron a los de primera generación: a la vida, al
trabajo, a la libertad de expresión, a la vivienda, al retiro digno, a
la niñez inocente y feliz, etc.
Ese amasijo de derechos multiplicados ha hecho que todo el discurso
político progre sea inagotable. Durante horas Zapatero y cualquiera
de su familia ideológica pueden hablar sin entrar en contradicciones
manifiestas y, por supuesto, sin dejar de estar ubicados siempre en la
vanguardia. La vanguardia es su método.
Pero cuando bajamos a la realidad, a la dura realidad de la vida
cotidiana de los ciudadanos de a pie de las grandes ciudades, nos
encontramos con la primera gran contradicción: estos derechos humanos, proclamados hasta el hartazgo, no llegan al ciudadano. No los puede disfrutar, no nos puede ejercer.
El ciudadano medio hoy en Buenos Aires no puede viajar en colectivo
(bus) porque no tiene monedas, es esclavizado a largas colas para
conseguirlas. Es sometido al robo diario y constante. Viaja en trenes
desde los suburbios al centro como res, amontonado como bosta de cojudo.
Las mujeres son vejadas en su dignidad por el manoseo que reciben. Los
pibes de la calle y los peatones sometidos al mal humor de los
automovilistas (hay 8000 muertes por año). Llevamos el record de
asesinatos, alrededor de 12.000 al año. Los pobres se la rebuscan como
gato entre la leña juntando cartón y viviendo en casas ocupadas en donde
todo es destrucción. Quebrado el sistema sanitario, la automedicación
se compra, no ya en las farmacias, sino en los kioscos de cigarrillos.
El paco y la droga al orden del día se lleva nuestros mejores hijos,
mientras que la educación brilla por su ausencia con la falta de clases
(los pibes tienen menos de 150 días al año).
Siguiendo estos pocos ejemplos que pusimos, nos preguntamos y
preguntamos: ¿dónde están los derechos humanos a la libre circulación, a
la seguridad, a la dignidad, a la vida, al trabajo, a la vivienda, a la
salud, a la moralidad pública, a los 180 días de clases que fija la
ley? No están ni realizados ni plasmados, y no tienen ninguna
funcionalidad político social, como deberían tener. Así los derechos
humanos en los gobiernos progresistas son derechos declamados, no
realizados. Es que este tipo de gobiernos no gobiernan, sino que
simplemente administran los conflictos, no los resuelven.
En este caso específico, los derechos ciudadanos mínimos han sido
lisa y llanamente conculcados. La dura realidad de la vida así nos lo
muestra, y el que no lo quiera ver es porque simplemente mira pero no
ve.
La gran contradicción de lo políticamente correcto en su relación
con los derechos humanos en su versión ideológica es que éstos, por su
imposibilidad de aplicación, han quedado reducidos a nivel de simulacro.
Hoy gobernar es simular.
Y acá surge la paradoja que en nombre de una multiplicidad infinita
de derechos humanos, estos mismos derechos de segunda o tercera
generación han tornado irrealizables los sanos y loables derechos
humanos que tenían su fundamento en las necesidades prioritarias de la
naturaleza humana. Han venido a ser como el perro del hortelano que no
come ni deja comer. Todo esto tiene solo una víctima: los pueblos, las
masas populares que padecen el ideologísmo de los ilustrados que los gobiernan.
Para propuestas profesionales o editoriales, enviar email.
Para saber más sobre el tema:
No hay comentarios:
Publicar un comentario