jueves, 10 de abril de 2003

Ptolomeo hace una gran biblioteca y Pirro hace grande a Roma

Judea pasó a ser provincia del Imperio alejandrino de la antigua Grecia y el favor mostrado por Alejandro y sus sucesores hacia los judíos hizo que cientos de ellos emigraran a la nueva población para convivir, sobre todo, con griegos y egipcios. Alejandría se convirtió así en la ciudad portuaria más importante de la Antigüedad gracias a su intenso y fluido comercio. Una de las maravillas alejandrinas era su extraordinaria Biblioteca, pero no como una biblioteca de las de hoy, pues no tenía libros sino rollos o papiros y a ella no tenía acceso cualquiera, sino personajes elegidos de castas aristocráticas conocedores de la Magna Ciencia, un conjunto de enseñanzas reunidas por las sociedades antiguas que superaban nuestro actual y global entendimiento...
 
La Biblioteca nació de una construcción llamada Museo: templo de las musas, las nueve diosas del Arte y la Magna Ciencia, hijas de Zeus y Mnemósine, la diosa de la memoria. El Museo tenía varias partes donde vivían y trabajaban los sacerdotes del conocimiento, sabios que no estuvieron a salvo de envidias y disputas pese a reunir la mayor colección de textos del mundo precristiano.

Esta basílica del conocimiento fue fundada por el exgeneral de Alejandro Magno y macedonio Ptolomeo I Sóter después de proclamarse rey de Egipto el año 305 a.C. Y ampliada por su hijo Ptolomeo II Filadelfo que la enriqueció con cientos de obras de todas las ramas del saber terrestre y cósmico, incluyendo la traducción al griego de la Torah y otros libros sagrados judíos. La Biblioteca disponía de un anexo, el templo de Serapis o Serapeion, con cientos de documentos añadidos.

Reprresentación de la extraordinaria Biblioteca-Museo de Alejandría

Sus textos contenían secretos sobre la esotérica evolución del espíritu humano, pues Serapis era dios relacionado con Osiris, Hermes y Hades, divinidad de griegos, egipcios y judíos en el siglo III a. C. Por la petición del rey Ptolomeo II Filadelfo y el permiso del sumo sacerdote judío de Jerusalén, se añadió a la Biblioteca la traducción al griego del Antiguo Testamento hebreo. Para el trabajo fueron designados setenta traductores cuyo número hizo llamar Septuaginta a esta edición.

Existió otra importante biblioteca-santuario en Pérgamo (actual Bergama turca) que imitó a la de Alejandría, rivalizó con ella y convirtió a Pérgamo en capital cultural y religiosa de Asia Menor. Fue promovida por el rey macedonio Atalo I Sóter (241-197 a.C.) y su hijo Eumenes II, que añadió un altar a Zeus, soberano de los dioses olímpicos.

La Biblioteca de Pérgamo nos legó el pergamino: superficie plana de gran calidad y duración hecha para escribir con pieles de animales como cabras u ovejas, y sufrió invasión, expolio y devastación como su homónima alejandrina.

A principios del siglo III a.C., la Roma republicana iba ganando terreno y poder a sus pueblos vecinos. Hasta entonces no había enfrentado sus legiones contra las polis griegas ni era parte de grandes acontecimientos bélicos en el Mediterráneo. Pero eso cambiaría poco después con las Guerras Pírricas.

La polis griega de Turios, situada en el golfo de Tarento y bañada por el mar Jónico, pidió ayuda militar a la República romana el año 282 a.C. para solucionar los problemas territoriales que tenían con Lucaria (hoy Basilicata), donde vivía la tribu itálica de los lucanos.

Roma no tardó en enviar una flota llena de legionarios comandados por el patricio Cayo Fabricio Luscinio y derrotar en la batalla a los lucanos. La presencia romana es esas tierras incumplió un pacto hecho entre Roma y la polis de Tarento (situada al este del golfo) que prohibía la intromisión de barcos romanos en sus aguas.

Los tarentinos griegos atacaron a la flota romana y consiguieron derrotarla. Luego arremetieron contra los turios griegos por aliarse con Roma, ocuparon su polis y expulsaron a los legionarios. Roma envió embajadores a Turios para pactar y pedir compensaciones por los daños infringidos, pero los diplomáticos fueron maltratados y rechazadas sus peticiones. Los romanos respondieron con una declaración de guerra contra Tarento.

Los tarentinos se encontraba en inferioridad numérica frente a la República romana y pidieron apoyo militar al rey griego Pirro de Epiro (región de Grecia cercana al tacón de Itálica). Y Pirro, que tenía intención de imitar las conquistas efectuadas por el macedonio Alejandro III el Magno unas décadas atrás, desembarcó el año 280 a.C. cerca de Tarento con un gran ejército compuesto por elefantes adiestrados para la guerra y unos veinticinco mil hombres, ganando a los romanos dirigidos por el cónsul Publio Valerio Levino en la batalla de Heraclea (polis griega entre Tarento y Turios).

El rey Pirro y sus tropas tuvieron otro gran enfrentamiento bélico, que también  ganaron, contra los cónsules (cuyo significado literal es “los que caminan juntos” y eran nombrados cada año por el Senado romano) Publio Decio Mus y Publio Sulpicio Saverrión en la batalla de Asculum o Ásculo (la actual Ascoli Satriano), ciudad situada más al norte. A pesar de estas dos victorias, los muertos en los combates fueron muchos, también por parte de los griegos.

En el volumen IV de su obra Vidas Paralelas, Lucio Mestrio Plutarco cuenta que Pirro afirmó cuando vio diezmadas sus tropas y fuerzas de combate por los romanos: “Otra victoria como ésta y estará todo perdido”. De aquí viene la expresión “victória pírrica”, empleada para definir una ganancia o éxito que acaba siendo desfavorable o perjudicial.

Pirro de Épiro envió una embajada a Roma el año 279 a.C. para negociar, pero sus senadores republicanos rechazaron pactar mientras las tropas griegas continuaran acechando su territorio. Para cortar el avance de las tropas de Pirro por el oeste, los romanos decidieron establecer su cuarto y último tratado como aliados con Cartago, entonces con una base comercial en Erice (Sicilia) acosada por los griegos... (sigue)

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