jueves, 24 de junio de 2004

Los Cristianismos

Los primeros siglos cristianos aparecen en la Historia como un torbellino repleto de confusión, pero si dividimos sus corrientes en dos partes veremos más claro su inicio. Por una parte, exaltados, pendencieros y vividores en busca de poder, utilizando en provecho propio las sagradas escrituras esenias...

Ireneo, obispo de Lyon a finales del siglo II, escribió una obra en contra del gnosticismo y sus seguidores, sus párrafos incluyen la lista de obispos romanos más antigua que se conserva. Primero aparece Lino, luego Anacleto y después Clemente como los tres primeros papas.

Los primeros cristianos utilizaban el familiar nombre papa para referirse a sus apreciados y competentes obispos, y este mismo apodo fue utilizado por la Iglesia para definir el máximo rango del jerarca católico, deformándose su sentido original. Y por otra parte, asoman personajes autónomos y conscientes que entresacan las sabias lecciones de estos sabios judíos y dan nombre a multitud de herejías... La lista de apóstatas y apostasías es extensísima, pero no son más que distintas calificaciones y referencias de una esencia común.

Una herejía es un pensamiento religioso opuesto al dogma de una iglesia, una opinión que se desenvuelve también entre las enseñanzas de esa confesión. La palabra herejía proviene de la voz griega hairesis, que significa elección propia y manifiesta la certidumbre a la que llega uno mismo a través del propio esfuerzo.

Gnosticismo deriva del griego gnosis, un conocimiento revelado, absoluto e intuitivo. El gnóstico fue un movimiento religioso esotérico que floreció durante los siglos II y III y supuso un desafío para el catolicismo ortodoxo. La gran mayoría de estos grupos cultivaban el cristianismo, pero sus ideas eran distintas a las promulgadas por la Iglesia. Su moralidad sexual iba desde la castidad hasta un aparente libertinaje. El gnosticismo trabajaba por un conocimiento secreto del reino divino, oculto en lo más recóndito de cada individuo.

El vocablo cátaro proviene del griego katharos y significa bueno, puro, limpio o sencillo. Fue el nombre adoptado por muchos grupos heréticos del primer cristianismo, grupos que alcanzaron una enorme difusión durante toda la Edad Media. Los cátaros virtuosos o perfectos se distinguían por su destacado ascetismo y una teología dual que veía la sociedad humana compuesta por dos mundos en conflicto, uno espiritual creado por Dios y otro material forjado por Satanás.

Su visión coincidía con las aportaciones religiosas del maniqueísmo, antigua religión que tomó el nombre de su fundador, el sabio persa Mani (216-276), y que durante varios siglos se presentó como gran rival del cristianismo ortodoxo.

Mani era hijo de una familia aristocrática persa del sur de Babilonia, la actual Irak. Su padre fue hombre piadoso y lo inició en los secretos de los mandeos, gnósticos buscadores del excelso saber, pues en arameo la palabra manda significa conocimiento. En uno de sus viajes de búsqueda, llegó a la India y recibió la sabiduría del budismo. Bajo la protección del nuevo emperador sasánida Sahpur I, Mani predicó en todo el Imperio Persa y envió iniciados en los misterios zoroástricos al Imperio Romano.

La rápida propagación del maniqueísmo provocó el recelo de los altos jerarcas del zoroastrismo ortodoxo. Cuando Bahram I sucedió en el trono a Sapor, éstos lo convencieron para culparlo de herejía y encarcelarlo. Poco después Mani murió, no se sabe si en prisión o ejecutado.

Los novacianos fueron secta formada en el siglo III y opuesta a admitir en el seno de la Iglesia a quienes llamaban “cristianos caídos”: dirigentes acomodados que influían en sus vidas con medios y modos malignos. Novaciano (200-258) fue un alto jerarca del clero romano, teólogo y segundo antipapa desde el año 251, contrincante saduceo de distinta familia. Adoptó la doctrina del profeta Montano, provocando la división que lleva su nombre. Cornelio fue elegido papa en 251 y Novaciano respondió nombrándose a sí mismo antipapa.

Entre tanto, Septimia Zenobia, reina de Palmira (actual Tadmor), se apoderó de Siria, Egipto y casi toda Asia Menor, provocando una guerra contra Roma que perdió y el segundo gran expolio de la Biblioteca de Alejandría en 272 por orden del emperador Lucio Domicio Aureliano. Cornelio excomulgó a Novaciano y sus seguidores, y éstos establecieron su propia congregación hasta su ingreso en la Iglesia Católica durante un concilio celebrado en Nicea (la Iznik turca).

Busto del emperador Diocleciano

La Persecución de Diocleciano contra los maniqueos tuvo lugar entre los años 303 y 305 y se convertiría en la mayor y más sangrienta persecución oficial del imperio contra los cristianos, pero no logró su objetivo de destruirlos. A pesar de sus fracasos, las reformas de Diocleciano cambiaron de forma fundamental la estructura del gobierno imperial y ayudaron a estabilizarlo económica y militarmente, permitiendo que el Imperio perdurase unos cien años más, cuando había estado a punto de colapsarse pocos años antes.

Enfermo y debilitado, Diocleciano abdicó el 1 de mayo de 305, convirtiéndose en el primer emperador romano en dejar voluntariamente su cargo. Desde entonces vivió en su palacio en la costa de Dalmacia, dedicado al cultivo de sus jardines y huertos. Su palacio se convertiría en el núcleo del que surgiría la actual ciudad de Split, en Croacia.

Constantino, contra la voluntad de Galerio, sucedió a su padre el 25 de julio de 306. Finalizó de inmediato todas las persecuciones y ofreció a los cristianos la restitución completa de todo lo que habían perdido durante la persecución. Como vimos en la parte final de Britania, los siguientes años fueron más caóticos todavía en la jefatura de Roma, tanto como en su Iglesia, pues los pretendientes a emperador y sus guerras aumentaron.

Los ejércitos de Constantino I el Grande vencieron a los de Flavio Valerio Licinio y a los de Majencio. Estas victorias, junto con la consolidación de la filosofía cristiana en Europa y el avance de las belicosas tribus germanas o godas hacia occidente, influyeron para que Constantino I el Grande se proclamara emperador del Imperio Romano, eligiese Bizancio como nueva capital el año 324, la bautizase como Constantinopla y convocara el primer Concilio de Nicea.

Este importante concilio lo presidió Osio, obispo de Córdoba, en nombre del papa Silvestre I, fue el primero de carácter ecuménico o general de la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Comenzó sus sesiones en julio de 325 intentando solucionar las grandes dificultades que atravesaba la Iglesia de Roma tras la aparición del arrianismo y las divagaciones teológicas surgidas en torno a la naturaleza de Cristo.

El arrianismo fue una herejía del cristianismo atribuida a un libio llamado Arrio. En el 319, después de ser preparado como sacerdote en Alejandría, Arrio se enzarzó en una polémica con su obispo por negar la divinidad de Jesucristo y afirmar que era un personaje inferior por ser mortal. Por ello fue deportado a Iliria (la Albania de hoy), pero su pensamiento pervivió siglos después. Los arrianos negaban que el Hijo fuera como el Padre y así Jesús no podía ser Dios, sino profeta o maestro espiritual en contacto con la divinidad.

En contraposición, el Concilio de Nicea estableció el Credo Trinitario o de la Santísima Trinidad, doctrina que afirma la existencia de Dios como tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo unidos en un mismo ser divino, asentando las bases para utilizar al cristianismo como religión oficial del Imperio y adaptarlo a sus estructuras logísticas y financieras...

El cristianismo primitivo hizo suyos otros símbolos y tradiciones existentes. La cruz y el crucifijo ya eran venerados por budistas, hinduistas, celtas, babilonios, persas, egipcios, griegos, romanos y otras culturas. María o Miriam era madre de Jesús en Palestina y Maia o Maya la de Hermes, Buda y Agni en Egipto y la India; y los nacimientos de Zoroastro, Osiris, Krishna o Hércules también estuvieron llenos de acontecimientos maravillosos y afines a los de Cristo. Muchos de aquellos herejes prefirieron quedarse con esa sabiduría antigua que la doctrina católica y trinitaria pretendía usurpar y manipular primero, y perseguir y aniquilar después.

Incluso un emperador romano quiso salir de este círculo vicioso de poder. Flavio Claudio Juliano, conocido como Juliano el Apóstata, vivió entre los años 331 y 363, gobernó apenas tres años y pretendió restablecer la sabiduría heterodoxa. Su tío Constantino I el Grande fue el emperador romano que institucionalizó la ideología político-religiosa, declarándola religión oficial del Imperio Romano en el Edicto de Milán del año 313. Todo ello después de haber tenido apariciones y milagros de Jesucristo la víspera de una batalla, y de que su propia madre, santa Elena, encontrara en Palestina la cruz en la que supuestamente Jesús murió crucificado.

Juliano nació en Constantinopla y de niño le tocó vivir el asesinato de su familia a manos de los esbirros del emperador Constancio I Cloro, padre de Constantino I el Grande. Esta tragedia familiar marcó su aversión hacia el nuevo credo instaurado por su tío Constantino con nombre de cristianismo. El emperador Constancio II, segundo hijo de Constantino y primo suyo, lo nombró comandante de las legiones romanas en la Galia. En 360 los oficiales de alto rango de su ejército lo proclamaron emperador. Un año más tarde, cuando los dos primos se preparaban para enfrentarse con sus tropas en batalla, Constancio II murió y Juliano quedó como único regente del Imperio.

En Constantinopla y Antioquía repuso las religiones paganas y los templos dedicados a ellas. Suprimió las rentas y las potestades concedidas al clero católico por Constantino. Criticó al catolicismo por su Trinidad descabellada y sus contradicciones con el Evangelio cristiano. El año 363, mientras se dirigía hacia Persia para batallar contra las tropas de Sahpur II, Juliano se detuvo en Jerusalén con intención de reconstruir el derruido Templo de Salomón, su aprecio por el judaísmo esenio fue el motivo. En una escaramuza contra los persas cerca del río Tigris (Mesopotamia) durante el verano de 363, Juliano pereció víctima de una lanzada por la espalda. Lo que hace pensar en maquinaciones de sus propios allegados para acabar con él y su apostasía.

Aparte de Juliano, abundaron personajes con similar parecer que se desenvolvieron entre las aguas turbulentas de estos siglos. Periodo marcado por confusión, violencia, sucesivas disputas por el poder y un sobrepeso tributario para la población que levantó movimientos revolucionarios como los bagaudas: grupos rebeldes dedicados al bandidaje y enfrentados al Imperio. Muchos de éstos fueron campesinos sangrados por los tributos, trabajadores que rechazaron unirse a los gremios, esclavos y desertores del ejército. Este movimiento de insurrectos tuvo sus comienzos en las Galias y reflejó el disgusto de la población y sus enfrentamientos con los poderosos. En Hispania también destacaron grupos que cometieron numerosos sus robos e intimidaciones antes de ser derrotados por Basilio, general al servicio del emperador Valentiniano III, y por Requiario, rey suevo al servicio de Roma.

Aunque fueron vertientes diferentes, herejes y bandoleros compartieron la misma raíz del problema: el descontento ante la arbitrariedad, el caos y el dominio imperial. Los bandidos intentaron sacar partido por la fuerza y muchos pagaron las consecuencias muriendo con violencia. Los cismáticos procuraron independizarse del orden romano y vivir una vida al margen de sus imposiciones y abusos con tintes cristianos...

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