Los primeros siglos cristianos
aparecen en la Historia como un torbellino repleto de confusión, pero si
dividimos sus corrientes en dos partes veremos más claro su inicio. Por una
parte, exaltados, pendencieros y vividores en busca de poder, utilizando en
provecho propio las sagradas escrituras esenias...
Ireneo, obispo de Lyon a finales
del siglo II, escribió una obra en contra del gnosticismo y sus seguidores, sus
párrafos incluyen la lista de obispos romanos más antigua que se conserva.
Primero aparece Lino, luego Anacleto y después Clemente como los tres primeros
papas.
Los primeros cristianos
utilizaban el familiar nombre papa para referirse a sus apreciados y competentes
obispos, y este mismo apodo fue utilizado por la Iglesia para definir el máximo
rango del jerarca católico, deformándose su sentido original. Y por otra parte,
asoman personajes autónomos y conscientes que entresacan las sabias lecciones
de estos sabios judíos y dan nombre a multitud de herejías... La lista de
apóstatas y apostasías es extensísima, pero no son más que distintas
calificaciones y referencias de una esencia común.
Una herejía es un pensamiento
religioso opuesto al dogma de una iglesia, una opinión que se desenvuelve
también entre las enseñanzas de esa confesión. La palabra herejía proviene de
la voz griega hairesis, que significa elección propia y manifiesta la certidumbre
a la que llega uno mismo a través del propio esfuerzo.
Gnosticismo deriva del griego
gnosis, un conocimiento revelado, absoluto e intuitivo. El gnóstico fue un
movimiento religioso esotérico que floreció durante los siglos II y III y
supuso un desafío para el catolicismo ortodoxo. La gran mayoría de estos grupos
cultivaban el cristianismo, pero sus ideas eran distintas a las promulgadas por
la Iglesia. Su moralidad sexual iba desde la castidad hasta un aparente
libertinaje. El gnosticismo trabajaba por un conocimiento secreto del reino
divino, oculto en lo más recóndito de cada individuo.
El vocablo cátaro proviene del
griego katharos y significa bueno, puro, limpio o sencillo. Fue el nombre
adoptado por muchos grupos heréticos del primer cristianismo, grupos que
alcanzaron una enorme difusión durante toda la Edad Media. Los cátaros
virtuosos o perfectos se distinguían por su destacado ascetismo y una teología
dual que veía la sociedad humana compuesta por dos mundos en conflicto, uno
espiritual creado por Dios y otro material forjado por Satanás.
Su visión coincidía con las
aportaciones religiosas del maniqueísmo, antigua religión que tomó el nombre de
su fundador, el sabio persa Mani (216-276), y que durante varios siglos se
presentó como gran rival del cristianismo ortodoxo.
Mani era hijo de una familia
aristocrática persa del sur de Babilonia, la actual Irak. Su padre fue hombre
piadoso y lo inició en los secretos de los mandeos, gnósticos buscadores del
excelso saber, pues en arameo la palabra manda significa conocimiento. En uno
de sus viajes de búsqueda, llegó a la India y recibió la sabiduría del budismo.
Bajo la protección del nuevo emperador sasánida Sahpur I, Mani predicó en todo
el Imperio Persa y envió iniciados en los misterios zoroástricos al Imperio
Romano.
La rápida propagación del
maniqueísmo provocó el recelo de los altos jerarcas del zoroastrismo ortodoxo.
Cuando Bahram I sucedió en el trono a Sapor, éstos lo convencieron para
culparlo de herejía y encarcelarlo. Poco después Mani murió, no se sabe si en
prisión o ejecutado.
Los novacianos fueron secta
formada en el siglo III y opuesta a admitir en el seno de la Iglesia a quienes
llamaban “cristianos caídos”: dirigentes acomodados que influían en sus vidas
con medios y modos malignos. Novaciano (200-258) fue un alto jerarca del clero
romano, teólogo y segundo antipapa desde el año 251, contrincante saduceo de
distinta familia. Adoptó la doctrina del profeta Montano, provocando la
división que lleva su nombre. Cornelio fue elegido papa en 251 y Novaciano
respondió nombrándose a sí mismo antipapa.
Entre tanto, Septimia Zenobia,
reina de Palmira (actual Tadmor), se apoderó de Siria, Egipto y casi toda Asia
Menor, provocando una guerra contra Roma que perdió y el segundo gran expolio
de la Biblioteca de Alejandría en 272 por orden del emperador Lucio Domicio
Aureliano. Cornelio excomulgó a Novaciano y sus seguidores, y éstos
establecieron su propia congregación hasta su ingreso en la Iglesia Católica
durante un concilio celebrado en Nicea (la Iznik turca).
Busto del emperador Diocleciano |
La Persecución de Diocleciano
contra los maniqueos tuvo lugar entre los años 303 y 305 y se convertiría en la
mayor y más sangrienta persecución oficial del imperio contra los cristianos,
pero no logró su objetivo de destruirlos. A pesar de sus fracasos, las reformas
de Diocleciano cambiaron de forma fundamental la estructura del gobierno
imperial y ayudaron a estabilizarlo económica y militarmente, permitiendo que
el Imperio perdurase unos cien años más, cuando había estado a punto de
colapsarse pocos años antes.
Enfermo y debilitado, Diocleciano
abdicó el 1 de mayo de 305, convirtiéndose en el primer emperador romano en
dejar voluntariamente su cargo. Desde entonces vivió en su palacio en la costa
de Dalmacia, dedicado al cultivo de sus jardines y huertos. Su palacio se
convertiría en el núcleo del que surgiría la actual ciudad de Split, en
Croacia.
Constantino, contra la voluntad
de Galerio, sucedió a su padre el 25 de julio de 306. Finalizó de inmediato
todas las persecuciones y ofreció a los cristianos la restitución completa de
todo lo que habían perdido durante la persecución. Como vimos en la parte final
de Britania, los siguientes años fueron más caóticos todavía en la jefatura de
Roma, tanto como en su Iglesia, pues los pretendientes a emperador y sus
guerras aumentaron.
Los ejércitos de Constantino I el
Grande vencieron a los de Flavio Valerio Licinio y a los de Majencio. Estas
victorias, junto con la consolidación de la filosofía cristiana en Europa y el
avance de las belicosas tribus germanas o godas hacia occidente, influyeron para
que Constantino I el Grande se proclamara emperador del Imperio Romano,
eligiese Bizancio como nueva capital el año 324, la bautizase como
Constantinopla y convocara el primer Concilio de Nicea.
Este importante concilio lo
presidió Osio, obispo de Córdoba, en nombre del papa Silvestre I, fue el
primero de carácter ecuménico o general de la Iglesia Católica Apostólica y
Romana. Comenzó sus sesiones en julio de 325 intentando solucionar las grandes
dificultades que atravesaba la Iglesia de Roma tras la aparición del arrianismo
y las divagaciones teológicas surgidas en torno a la naturaleza de Cristo.
El arrianismo fue una herejía del
cristianismo atribuida a un libio llamado Arrio. En el 319, después de ser
preparado como sacerdote en Alejandría, Arrio se enzarzó en una polémica con su
obispo por negar la divinidad de Jesucristo y afirmar que era un personaje
inferior por ser mortal. Por ello fue deportado a Iliria (la Albania de hoy),
pero su pensamiento pervivió siglos después. Los arrianos negaban que el Hijo
fuera como el Padre y así Jesús no podía ser Dios, sino profeta o maestro
espiritual en contacto con la divinidad.
En contraposición, el Concilio de
Nicea estableció el Credo Trinitario o de la Santísima Trinidad, doctrina que
afirma la existencia de Dios como tres personas distintas: Padre, Hijo y
Espíritu Santo unidos en un mismo ser divino, asentando las bases para utilizar
al cristianismo como religión oficial del Imperio y adaptarlo a sus estructuras
logísticas y financieras...
El cristianismo primitivo hizo
suyos otros símbolos y tradiciones existentes. La cruz y el crucifijo ya eran
venerados por budistas, hinduistas, celtas, babilonios, persas, egipcios,
griegos, romanos y otras culturas. María o Miriam era madre de Jesús en
Palestina y Maia o Maya la de Hermes, Buda y Agni en Egipto y la India; y los
nacimientos de Zoroastro, Osiris, Krishna o Hércules también estuvieron llenos
de acontecimientos maravillosos y afines a los de Cristo. Muchos de aquellos
herejes prefirieron quedarse con esa sabiduría antigua que la doctrina católica
y trinitaria pretendía usurpar y manipular primero, y perseguir y aniquilar después.
Incluso un emperador romano quiso
salir de este círculo vicioso de poder. Flavio Claudio Juliano, conocido como
Juliano el Apóstata, vivió entre los años 331 y 363, gobernó apenas tres años y
pretendió restablecer la sabiduría heterodoxa. Su tío Constantino I el Grande
fue el emperador romano que institucionalizó la ideología político-religiosa,
declarándola religión oficial del Imperio Romano en el Edicto de Milán del año
313. Todo ello después de haber tenido apariciones y milagros de Jesucristo la
víspera de una batalla, y de que su propia madre, santa Elena, encontrara en
Palestina la cruz en la que supuestamente Jesús murió crucificado.
Juliano nació en Constantinopla y
de niño le tocó vivir el asesinato de su familia a manos de los esbirros del
emperador Constancio I Cloro, padre de Constantino I el Grande. Esta tragedia
familiar marcó su aversión hacia el nuevo credo instaurado por su tío
Constantino con nombre de cristianismo. El emperador Constancio II, segundo
hijo de Constantino y primo suyo, lo nombró comandante de las legiones romanas
en la Galia. En 360 los oficiales de alto rango de su ejército lo proclamaron
emperador. Un año más tarde, cuando los dos primos se preparaban para
enfrentarse con sus tropas en batalla, Constancio II murió y Juliano quedó como
único regente del Imperio.
En Constantinopla y Antioquía
repuso las religiones paganas y los templos dedicados a ellas. Suprimió las
rentas y las potestades concedidas al clero católico por Constantino. Criticó
al catolicismo por su Trinidad descabellada y sus contradicciones con el
Evangelio cristiano. El año 363, mientras se dirigía hacia Persia para batallar
contra las tropas de Sahpur II, Juliano se detuvo en Jerusalén con intención de
reconstruir el derruido Templo de Salomón, su aprecio por el judaísmo esenio
fue el motivo. En una escaramuza contra los persas cerca del río Tigris
(Mesopotamia) durante el verano de 363, Juliano pereció víctima de una lanzada
por la espalda. Lo que hace pensar en maquinaciones de sus propios allegados
para acabar con él y su apostasía.
Aparte de Juliano, abundaron
personajes con similar parecer que se desenvolvieron entre las aguas
turbulentas de estos siglos. Periodo marcado por confusión, violencia,
sucesivas disputas por el poder y un sobrepeso tributario para la población que
levantó movimientos revolucionarios como los bagaudas: grupos rebeldes
dedicados al bandidaje y enfrentados al Imperio. Muchos de éstos fueron
campesinos sangrados por los tributos, trabajadores que rechazaron unirse a los
gremios, esclavos y desertores del ejército. Este movimiento de insurrectos
tuvo sus comienzos en las Galias y reflejó el disgusto de la población y sus
enfrentamientos con los poderosos. En Hispania también destacaron grupos que
cometieron numerosos sus robos e intimidaciones antes de ser derrotados por
Basilio, general al servicio del emperador Valentiniano III, y por Requiario,
rey suevo al servicio de Roma.
Aunque fueron vertientes
diferentes, herejes y bandoleros compartieron la misma raíz del problema: el
descontento ante la arbitrariedad, el caos y el dominio imperial. Los bandidos
intentaron sacar partido por la fuerza y muchos pagaron las consecuencias
muriendo con violencia. Los cismáticos procuraron independizarse del orden
romano y vivir una vida al margen de sus imposiciones y abusos con tintes
cristianos...
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