domingo, 25 de julio de 2004

Prisciliano de Ávila, chamán-obispo cátaro

La cabeza visible de la renombrada herejía priscilianista fue Prisciliano, obispo de Ávila. Aparte de él mismo en su obra Liber Apologeticus, de su persona nos dejaron constancia cronistas católicos como Hydacio (Hidacio o Idacio), Isidoro de Sevilla, Sulpicio Severo y Próspero de Aquitania. Nació en fecha incierta, parece ser que entre los años 340 y 345 en algún punto de Gallaecia, provincia del bajo imperio romano que da nombre a la Galicia de hoy pero con una extensión mucho mayor, arropado por una familia noble y pudiente en una Hispania en declive...
 
Su noble cuna le permitió acceder a prestigiosas escuelas, algunos citan la de Burdeos, capital romana de Aquitania Secunda y sede del arzobispado. Allí, al abrigo de buenos y valorados maestros de Roma como Ausonio y Delfidio, poetas latinos y maestros de retórica, aprendió las siete artes liberales de la antigua Grecia y el mundo medieval: el Trivium, compuesto de literatura, retórica y lógica, y el Cuadrivium, cuyas artes eran aritmética, geometría, astrología y música. El cristianismo todavía era un pequeño arbusto, poco arraigado en la Tarraconense y parte de la Gallaecia.

Prisciliano en el Pórtico de la Gloria del Maestro Mateo

Aquella Hispania, llamada Tierra de Conejos por la Roma suntuosa, era territorio poblado por tribus arcaicas, distintas y de ricas culturas. Pueblos comerciantes que trataron antes con fenicios, griegos o cartagineses, con una disposición guerrera que puso en jaque a los ejércitos romanos en muchas ocasiones. Entre ellos había druidas o chamanes celtas, conocedores de las fuerzas ocultas de la naturaleza y del desarrollo de facultades adormecidas en el ser humano. Donde según el mito reinaba Lupa, soberana pagana de los territorios más al noroeste, la que acató la ortodoxia católica de Roma y cedió un lugar para la sepultura del apóstol Santiago.

El nombre Lupa significa loba o prostituta en latín y es la raíz de lupanar: el lugar donde se mantienen relaciones sexuales a cambio de dinero o de prebendas religiosas, pues antiguamente había sacerdotisas encargadas de este delicado asunto. La casa de prostitución en el mundo romano era llamada lupanar y la prostituta, lupa, haciendo honor a la Loba capitolina o Luperca que amamantó a Rómulo y Remo, hijos gemelos de Marte, el dios romano de la guerra.

Lupa era también símbolo de valor en la cultura grecorromana, guardiana del conocimiento esotérico y final del mundo terrestre; como sucedía en el Finisterre gallego, tierra de intercambios personales y esotéricos, donde lo egipcio se manifestaba con monumentos a Isis y Serapis, de la que partían no pocos peregrinos y peregrinas hacia Oriente Próximo, como Egeria y Baquiario, considerados los primeros monjes de nombre conocido.

Y a la que peregrinaban personajes con vocación y destreza espirituales como Marcos de Menfis (antigua capital de Egipto). Marcos de Menfis, cristiano educado en la Escuela de Alejandría, fue uno de los personajes que dejaron sus enseñanzas sobre los grandes misterios en Prisciliano y otros iniciados hispanos. Así nos lo hace saber Sulpicio Severo en una de sus crónicas: Marcos, venido de Egipto, natural de Menfis, fue el primero que introdujo en Hispania la abominable superstición. Oyentes suyos fueron Agape, mujer de alta cuna, y el retórico Elpidio. Por ellos fue iniciado Prisciliano.

Los vientos de esta corriente ascética entre este y oeste hicieron que en el año 380 se redactara el Edicto de Tesalónica (ciudad de Macedonia a orillas del mar Egeo), un texto que legalizaba al catolicismo como religión única del Imperio Romano, incluyendo las correspondientes amenazas y represalias de cualquier otra práctica religiosa o disidente. Este pasaje del citado mandato lo muestra: Es nuestra voluntad que todos los pueblos sometidos al gobierno de nuestra graciosa benevolencia sigan la fe que el divino apóstol Pedro ha transmitido a los romanos. Quien siga este decreto deberá reclamar, por nuestra voluntad, el título de cristiano católico. Todos los demás, según nuestro dictamen, locos y dementes, habrán de enfrentarse a las represalias que judicialmente estableceremos apoyados en la Voluntad de Dios.

En esta onda se celebró el día cuatro de octubre de 380 un discreto sínodo en Zaragoza, formado por doce obispos romanos, dos de Aquitania y diez de Hispania, de ocho se sabe la sede que presidían: Ampelio, Carterio, Esplendonio, Eustiquio, Fitadio de Burdeos, Delfino de Agen (a orillas del río Garona), Augencio de Toledo, Lucio de Tarraco, Itacio de Ossonuba (actual Faro en el Algarve portugués), Valerio de Zaragoza, Hydacio de Mérida y Simposio de la tan priscilianista Astorga. 

Lucio fue el encargado de leer los cánones acordados donde se denunciaba a los priscilianistas aunque sin mencionarlos específicamente: Los peligros de determinada convivencia entre mujeres y varones extraños. La peligrosa reunión de grupos formados para impartir y recibir enseñanza. La peculiar manera de santificar las fiestas, que son los domingos, la Cuaresma y los veintiún días antes de la Epifanía o día de los Reyes Magos. El ayuno en domingo y la escapada de fieles  en tiempo penitencial, ausentándose de las iglesias y recluyéndose en montes, villas y lugares apartados. Los clérigos que se hacen monjes bajo pretexto de perfeccionarse a sí mismos. Comulgar y no comer los productos sacramentales para hacer con ellos extraños ritos como los judíos de Tierra Santa. El tratamiento de la Trinidad y el uso preferente de los Apócrifos del Viejo y el Nuevo Testamento.

El papa Dámaso I, primer Pontifex Maximus (Pontífice Máximo) de Roma tras renunciar al cargo el emperador Flavio Graciano y la escisión del Imperio, influyó en esta imprecisión conciliar, un documento llegado de la sede pontificia impedía con claridad que cualquiera fuera condenado sin antes haber sido oído, no pudiendo haber condena en ausencia de los inculpados. Pese a ello, el Edicto de Tesalónica y el Sínodo de Zaragoza hicieron que muchos ascetas se marcharan y buscasen un lugar seguro donde continuar y compartir su búsqueda personal. Ese lugar al que se dirigieron muchos fue la antigua Gallaecia... (sigue)

 
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