Inspirados por nociones y concepciones priscilianistas, algunos
propietarios de villas romanas celebraron reuniones religiosas que se apartaban
de las impuestas por las autoridades eclesiásticas a finales del siglo IV, sometidas a dogmas y
rituales diseñados y ordenados desde Roma. Estas casas de campo albergaron a
bastantes personas que pudieron satisfacer sus necesidades de alojamiento, de
trabajo y de comunión espiritual. Las fincas solariegas solían estar rodeadas
de naturaleza y manantiales saludables, residencias comunitarias que fueron
origen de otros muchos monasterios posteriores...
Delfidio, maestro de Prisciliano, tenía una villa rústica cerca de
la ciudad aquitana de Burdeos. Allí vivía junto a su compañera Eucrocia y su
hija Prócula, y allí se preparaban reuniones con asistencia de magos y druidas.
Cuando el sabio murió por causas naturales, su viuda y su hija pusieron la casa
a disposición de los perseguidos, convirtiéndola en esperanzador refugio. Estos
lugares independientes de retiro espiritual no gustaron nada a la cúpula romana
y Prisciliano fue acusado de predicar el maniqueísmo, doctrina penada por la
ley romana en vigor; de mago y hechicero por practicar ritos infectados de
malas artes; y de pervertido por inducir extrañas ceremonias nocturnas en la
naturaleza, a las que acuden mujeres sin pudor, con cánticos y danzas obscenas
para dar rienda suelta a sus vergonzosas inclinaciones.
Siendo emperador Flavio Graciano, la primera sentencia para los
acusados priscilianistas fue el destierro, al menos cien millas romanas a la
redonda del lugar de expulsión, según decía la ley. Un grupo encabezado por
Prisciliano, Salviano e Instancio marchó a Roma para hablar con el papa Dámaso
I. Pero la capital del Imperio ya no era la misma, había cambiado la
superioridad del poder político por la del religioso. Dámaso, hispano también y
represor de herejías, les negó la audiencia que tanto anhelaban. Y para mayor
desgracia de los expatriados, se produjo la muerte de Salviano. Enterrado el
compañero de fatigas, se dirigieron a Burdeos para hablar con el obispo
Delfino, uno de los doce del Sínodo de Zaragoza, pero el patriarca tampoco los
recibió, ordenando a sus soldados que los expulsaran de la ciudad.
Sulpicio Severo nos relata a su manera este itinerario y algún
detalle más: Expulsados de Burdeos por obra de Delfino, no obstante se
detuvieron algún tiempo en la hacienda de Eucrocia y pervirtieron a algunos con
sus errores. Desde allí prosiguieron su camino con una comitiva ciertamente
vergonzosa y deshonesta, con sus esposas y mujeres ajenas, entre las que se
encontraba Eucrocia y su hija Prócula, sobre quien corría el rumor de que,
estando embarazada de Prisciliano por estupro, había parido en campo abierto.
Los mal vistos viajaron a Milán para ver a Ambrosio, santo de
noble familia nacido en Tréveris, arzobispo amable y sabio de esta diócesis; y
al hispano papa Dámaso I. Pero a éste no lo vieron y aquel, con una carta en
las manos del obispo Hydacio de Mérida, se opuso a ellos de igual modo sin
prestarles ayuda. En esta situación, Instancio y Prisciliano acudieron a un
alto funcionario público llamado Macedonio y, no sin maña ni riesgo,
consiguieron un documento legal que advertía de la devolución de sus obispados.
Llegado a su sede, Prisciliano recibió los lamentos de muchos lusitanos que
debieron ocultarse de los magistrados enviados por el emperador Flavio Graciano
y de la brutalidad del obispo de Ossonuba, Itacio, al que se le notaba algo muy
personal en la persecución de los priscilianistas.
Durante el año 383 y siendo comandante del ejército romano en
Britania, Magno Clemente Máximo se reveló contra el emperador Flavio Graciano,
planeó su posterior asesinato cerca de París junto a sus tropas y fue nombrado nuevo
emperador por sus oficiales. Muerto Flavio Graciano, el nuevo emperador Teodosio
I el Grande reconoció de mala gana al usurpador como soberano de la Galia, Hispania, Britania y
África; todo el occidente romano menos Italia, donde quedó resguardado
Valentiniano II, hermanastro de Flavio Graciano y su sucesor legal. Y para
dirigir sus posesiones territoriales, Magno Clemente Máximo, individuo altanero
y peligroso pese a sus nombres, eligió como sede la ciudad de Tréveris (al sur
de Alemania, cerca de Luxemburgo) que era asimismo sede episcopal del Imperio Romano
en Occidente.
Puerta Negra, Tréveris, s.II, sede emperador M. Clemente Máximo |
Magno Clemente Máximo fue una buena carta para Itacio. Cuando
entró aquel en Tréveris como emperador, éste aprovechó para lanzar
manifestaciones llenas de envidia y acusaciones contra Prisciliano y sus
correligionarios. Itacio consiguió de Magno una orden para que todos los
acusados fueran llevados a un sínodo que se celebraría en la recién estrenada
catedral de Burdeos. Una reunión a la que asistieron, entre otros, los obispos
Itacio, Hydacio y San Martín de Tours, quien, muy molesto y tajante, se opuso a
la intromisión del emperador en ese juicio eclesiástico. Asegurando éste al
santo que no sentenciaría contra los acusados ninguna condena brutal. Dada la
situación, en Burdeos no se llegó a nada en concreto y los inculpados,
vigilados por soldados del gobernador de las Galias, fueron llevados hasta
Tréveris, donde se dictaría la decisión final del caso.
La dejó escrita Sulpicio Severo en un tiempo presente muy
significativo: Entonces Máximo hace entrar en acción como acusador a un tal
Patricio, defensor del fisco. Así, con el apoyo de éste, Prisciliano es
condenado a muerte y, junto con él, Felicísimo y Armenio, los cuales, siendo
clérigos, se habían separado recientemente de los católicos para seguir a
Prisciliano. Asimismo, Latroniano y Eucrocia – mujer del poeta y retórico
Delfidio – fueron muertos por la espada. Instancio, de quien antes dijimos que
había sido condenado por los obispos, fue deportado a la isla Sylina, situada
más allá de las Británicas. Después se actuó contra los demás en juicios
sucesivos, y fueron condenados a la espada Asarino y el diácono Aurelio.
Tiberiano, Tértulo, Potamio y Juan, como personas más despreciables y dignas de
misericordia, ya que antes del interrogatorio se delataron a sí mismos y a sus
compañeros, fueron relegados a destierro dentro de las Galias.
Gracias a la intervención del compungido San Martín de Tours,
quien recriminó a Magno Clemente Máximo su falta de palabra y cruel decisión,
un grupo de priscilianistas pudo reclamar los cuerpos de los decapitados en
Tréveris, que fueron trasladados al extremo occidental de la Gallaecia, tierra más
segura y coherente de la
Hispania romana, donde Prisciliano y sus compañeros
desarrollaron un sobresaliente apostolado cristiano una vez desarrollado en sí
mismos... (sigue)
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