martes, 7 de julio de 2009

Fin de la guerra anglo-hispana y Compañías de Indias Orientales

Los ingleses y sus aliados holandeses llevaban preparando una nueva flota desde hacía tiempo y su reacción bélica no se hizo esperar. Como consecuencia de la estrepitosa derrota de la anterior expedición, en la que perdieron la vida los jefes corsarios Drake y Hawkins, de la conquista realizada por los tercios de los Austrias en abril de 1596 de la ciudad de Calais, punto costero de Francia más cercano a Inglaterra, y de la inminente amenaza de nueva invasión, la reina Isabel I de Inglaterra y sus generales decicieron atacar a la importante flota hispana amarrada en Cádiz...
 
Del puerto de Plymouth volvieron a zarpar el 13 de junio de 1596 cuatro escuadras de guerra compuestas por unas ciento cincuenta naves con más de catorce mil hombres, a las que se añadieron barcos y soldados de las Provincias Unidas. Comandando la flota y su marinería se encontraba Charles Howard, almirante, barón de Effingham (condado inglés de Surrey), primer conde de Nottingham (centro de Inglaterra), pariente de Isabel I de Inglaterra y diseñador de la eficaz estrategia de acoso a la Grande y Felicísima Armada de Felipe II en 1588; y al mando de los mercenarios para desembarco, el ya visto Robert Dereveux, conde de Essex, favorito de Isabel I y participante con Francis Drake y John Norreys en el ataque inglés de 1589.

Marina Real británica, cuadro de Willem van de Velde, 1693


Fuera de la bahía de Cádiz, un intenso cañoneo comenzó a primeras horas de la mañana del día 30 de junio entre los barcos atacantes y los defensores, quienes estaban desprevenidos, mal organizados y abastecidos. Varios galeones hispanos acabaron capturados y otros encallados en la bahía e incendiados por sus capitanes. Desde su palacio en Jeréz de la Frontera, Alonso Pérez de Guzmán y Sotomayor, señor de Sanlúcar de Barrameda, conde de Niebla, marqués de Cazaza, duque de Medina Sidonia, capitán general de Andalucía e incapacitado comandante de la Grande y Felicísima Armada, ordenó una leva o reclutamiento en las poblaciones cercanas y unos cinco mil milicianos inexpertos, mal armados y sin mando se distribuyeron por las defensas de la ciudad.

Los asaltantes desembarcaron el 1 de julio y tomaron la ciudad tras una breve resitencia. El día 2 se rindieron el resto de las tropas fortificadas y por la tarde el conde Robert Devereux permitió a sus soldados el saqueo de Cádiz. El fraile franciscano Pedro de Abreu escribió poco después en su crónica, titulada Historia del saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596, que trataron muy bien a los gaditanos y sobre todo a las mujeres, sin ofenderlas de ninguna manera, dejándolos salir poco a poco de la ciudad con lo puesto pero sin represalias.

Las autoridades eclesiásticas y aristócratas de la zona se reunieron el día 3 con los mandos angloholandeses para negociar. Alonso Pérez de Guzmán ordenó el mismo día quemar más de treinta naves, entre galeras de la Gran Armada y naos de la flota de las Indias (naves con cubierta y velas pero sin remos), refugiadas antes del ataque en la cercana costa de Puerto Real. A cambio de liberar a los gaditanos, los ocupantes pidieron la liberación de una cincuentena de soldados ingleses apresados en anteriores enfrentamientos y un rescate de ciento veinte mil ducados de oro.

Hasta recibir el pago acordado, los invasores retuvieron como rehenes a más de sesenta personas. Pedro de Abreu cita los nombres de ocho prebendados de la iglesia-catedral de Cádiz, trece corregidores y regidores, veintiséis caballeros y ciudadanos, nueve mercaderes flamencos (uno de ellos con su mujer e hijos) y tres más que llama de rescate. Desde el día 6, los angloholandeses celebraron funerales por sus soldados muertos en la catedral de Cádiz y el conde Robert Devereux premió a un buen número de oficiales distinguidos en la batalla.

Después de barajar varias posibilidades y no recibir el pago del secuestro, Howard y Devereux ordenaron reembarcar a sus tropas el día 14 de julio e incendiar Cádiz, incluyendo su catedral, el palacio del obispo y el del gobernador. El día siguiente zarparon con los rehenes, diecinueve naves hispanas, y el botín gaditano, que incluía una gran cantidad de barriles y barricas de jerez, vino blanco, fino y seco de alta graduación elaborado en Jerez de la Frontera y sus alrededores. Echaron anclas en la costa de Faro (Algarve portugués), a poco más de ciento cincuenta kilómetros de Cádiz, desembarcaron tropas de asalto y quemaron la ciudad motivados por el jerez.

Tras de este remate bélico, las naves inglesas regresaron al puerto de Plymouth, haciendo popular su hazaña y el caldo jerezano. Desde aquellos días, los ingleses llamaron indiferentemente al vino de jerez seck wine (vino seco) y sacke wine (vino de saqueo), sintiéndose muy interesados por él y, sobre todo, por las tierras del sur de Hispania que lo producían.

Los rehenes hispanos llegaron a Inglaterra y las primeras semanas disfrutaron de buen trato y atenciones. Según una carta firmada y enviada por veintiún prisioneros supervivientes al Cabildo de Cádiz a principios de 1598 (conservada en su Archivo Municipal), en la que relatan su penoso estado y suplican ayuda para ser liberados, un número indeterminado de rehenes de alto rango fue liberado tras el pago de una parte del rescate. Por los restantes no llegó dinero alguno y padecieron la desidia de sus paisanos en las mazmorras de la Fortaleza Real o Torre de Londres, de donde pocos salieron con vida el año 1603, tras fallecer la reina Isabel I de Inglaterra. 

El saqueo de Cádiz irritó considerablemente al rey Felipe II de Habsburgo (quien tenía setenta años de edad, padecía grandes dolores por gota y artrosis, y la mano derecha inmóvil), así como a su plana mayor. Prueba es que la venganza no tardó en producirse... (sigue)

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