sábado, 2 de julio de 2016

Miguel de Unamuno: luz entre tinieblas

El día 12 de octubre de 1936, ya comenzada la guerra española el 17 de julio de ese año con el golpe de estado del ejército sublevado, se celebró en la Universidad de Salamanca el Día de la Raza, también llamado hoy de la Hispanidad o de Colón, día en el que este, dicen, descubrió Améric, cuando las pruebas históricas evidencian que no fue así, sino la ocupación, saqueo y manipulación de todo el continente americano y del mundo entero.

Coincidiendo con la apertura del curso universitario 1936-1937,​ el 12 de octubre se celebró de modo solemne la festividad del Día de la Raza en Salamanca con un acto político-religioso dentro la catedral, al que Miguel de Unamuno no acudió,​ y otro de carácter universitario e intelectual, presidido por este escritor y filósofo. Al acto asistió también la esposa de Francisco Franco, Carmen Polo de Franco, el general africanista y mutilado Millán-Astray, el obispo de la diócesis Enrique Plá y Deniel, José María Pemán, el gobernador militar de la plaza y el resto de fuerzas militares y policiales de la ciudad. El evento fue abierto por Unamuno para dar la palabra a los conferenciantes, sin que estuviese previsto que él, máxima autoridad universitaria en esos días, interviniera más tarde.​ El acto se emitió por la radio local, aunque no fue grabado ni escrito...

Los participantes exaltaron el nacionalismo y la cruzada desatada contra todo tipo de disidentes. Intervinieron el catedrático de Historia José María Ramos Loscertales, el dominico Vicente Beltrán de Heredia, el catedrático de Literatura Francisco Maldonado de Guevara y el periodista y escritor gaditano José María Pemán.​ Los dos primeros hablaron sobre el Imperio español y las esencias históricas de la raza.​ Maldonado cargó fuertemente contra los separatismos de Cataluña y el País Vasco, curiosamente promovidos y financiados por jesuitas y otras órdenes católicas. Jose María Pemán acabó su discurso intentando con la frase: Muchachos de España, hagamos cada uno en cada pecho un Alcázar de Toledo, en referencia al asedio y bombardeo del ejército republicano efectuado entre el 21 de julio y 27 de septiembre.

 

Miguel de Unamuno tras su lección el Día de la Raza


Las críticas y amenazas proferidas a todos los que no compartían los ideales de la sublevación, condenados como los antiespaña,​ suscitaron el firme rechazo del escritor Miguel de Unamuno. Después de los citados antes, intervino él como rector en funciones. Las palabras exactas que dijo difieren según los distintos testigos, cronistas e historiadores, ya que no se dispone de ningún registro grabado o escrito del mismo, aunque fuera emitido por la radio local. Sin embargo dan una idea de su coraje y pasión por la libertad de expresión. Estas son las que han llegado hasta nosotros y el alboroto que produjo en los presentes, todos del bando nacionalista-católico:

Ya sé que estáis esperando mis palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de una guerra internacional en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero ésta, la nuestra, es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer, y hay que convencer sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición. Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo (Enrique Plá y Deniel), catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española y no...

La algarabía de los presentes cortó la alocución de Miguel de Unamuno. La mayor respuesta se atribuye al general Millán-Astray, quien, ubicado en un extremo de la presidencia, golpeó la mesa con su única mano, la derecha, y, levantándose furioso, interrumpió al rector: ¿Puedo hablar?, ¿puedo hablar?​ Su escolta presentó armas y alguien del público gritó: ¡Viva la muerte!​ La historiografía no consigue determinar si entonces el militar intervino y si fue ese el momento en que pronunció sus gritos: ¡Mueran los intelectuales! y ¡Viva la muerte!

Millán-Astray continuó con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: ¡España!, ¡Una!, respondieron los asistentes. ¡España!, volvió a exclamar Millán-Astray. ¡Grande!, replicó el auditorio. ¡España!, finalizó el general. ¡Libre!, concluyeron los congregados. Después, un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange hizo el saludo fascista al retrato de Francisco Franco que colgaba en la pared. Tras las afirmaciones necrófilas del fundador de la Legión, Unamuno habría continuado con su discurso, aunque tampoco hay unanimidad sobre las palabras pronunciadas por él, esta vez cargando directamente contra la réplica de Millán-Astray:

Acabo de oír el grito de ¡viva la muerte! Es lo mismo que decir ¡muera la vida! Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente. De forma excesiva y tortuosa ha sido proclamada en homenaje al último orador, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán Astray es un inválido de guerra. No es preciso decirlo en un tono más bajo. También lo fue Cervantes.

Pero los extremos no se tocan ni nos sirven de norma. Por desgracia, hoy tenemos demasiados inválidos en España y pronto habrá muchos más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología a las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray no es un espíritu selecto: quiere crear una España nueva, a su propia imagen. Por ello lo que desea es ver una España mutilada, como ha dado a entender.

Este es el templo del intelecto (en referencia a la Universidad de Salamanca) y yo soy su supremo sacerdote (como rector). Vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha: razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España.

Tras el arriesgado y sincero discurso, varios oficiales sacaron las pistolas de sus fundas. Mientras tanto, Miguel de Unamuno salió del paraninfo protegido por Carmen Polo de Franco, que le ofreció su brazo por la gran admiración que le tenía, y por otras de las personalidades presentes, al tiempo que era increpado por el griterío militar lleno de insultos y abucheos. Luego subió a un automóvil de la oficialidad nacionalista que lo dejó en su residencia salmantina de la céntrica calle de Bordadores.

El mismo día del incidente, el Ayuntamiento se reunió en sesión secreta y decidió retirarle al escritor el acta de concejal.​ El proponente, el concejal Rubio Polo, motivó su expulsión de esta manera: Por España, en fin, apuñalada traidoramente por la pseudo-intelectualidad liberal-masónica (por otra parte promovida, adoctrinada y financiada por la Iglesia) cuya vida y pensamiento sólo en la voluntad de venganza se mantuvo firme, en todo lo demás fue tornadiza, sinuosa y oscilante, no tuvo criterio, sino pasiones; no asentó afirmaciones, sino propuso dudas corrosivas; quiso conciliar lo inconciliable, el Catolicismo y la Reforma; y fue, añado yo, la envenenadora, la celestina de las inteligencias y las voluntades vírgenes de varias generaciones de escolares en Academias, Ateneos y Universidades. 

Los últimos meses de la vida de Miguel de Unamuno, desde octubre hasta diciembre del 36, los pasó bajo arresto domiciliario en su casa, en un estado, en palabras del sacerdote e historiador español Fernando García de Cortázar, de resignada desolación, desesperación y soledad.​ El 22 de octubre, poco antes de su muerte, producida la tarde del día 31 de diciembre,​ Franco firmó el decreto de destitución como rector de la Universidad de Salamanca.

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Para saber más sobre el tema:

Miguel de Unamuno en la Guerra Española de 1936

El Poder de la Palabra: voz real de Miguel de Unamuno 

Miguel de Unamuno hoy y siempre 

 

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