jueves, 26 de marzo de 2020

¿De tal Palo tal Astilla?

El Lignum Crucis enfundado
(En torno al Lignum Crucis lebaniego)

Cantabria es una comunidad llena de bellos paisajes, de vivas tradiciones ancestrales y de vetustos e importantes monumentos pétreos. De estas construcciones emana una pura religiosidad que se funde con la abrupta geografía donde se instalaron. Muchas de estas antiguas arquitecturas han sido restauradas hoy con empeño, como en otros tantos lugares del mundo, pero no siempre atendiendo a su primigenia hechura ni al tino artístico que caracterizaba al gótico y estilos anteriores a él, cuyas edificaciones eran auténticos y especiales libros de duradera piedra...

Las pretendidas restauraciones han supuesto para estas obras de divino plano y talla el emborronamiento de sus mensajes y, demasiadas veces, una carcoma destructora peor que el paso del tiempo, los vaivenes del poder estamental, el saqueo de los ladrones, o la ceguera de los iconoclastas.

Por si esta profanación del Arte fuese poca, a tanta calamidad hay que añadir el poco discreto Negocio Sacro, organizado a costa de lo reformado más con fines turísticos que religiosos. Un patrimonio utilizado como reclamo excursionista, que nutre de dineros con cifras millonarias a quienes lo rodean con otros negocios adyacentes, llenos de encarecidas baratijas. Materiales que hacen seres más acaudalados a quienes los atienden y, a la vez, más huraños, fríos y distantes por tener que soportar invasiones de turistas caprichosos, exigentes y preguntones.

Tal vez todo este tinglado sirva también para hacer comprender de una manera mucho más clara e impactante, a quien quiera percatarse de ello, que el hábito no hace al monje.

De la lección proporcionada por el refrán del monje y su hábito es muy posible que supiera Toribio de Palencia. Pues, según se cuenta, este personaje fue un monje nacido en la Tierra de Campos allá por el siglo VI, ejerció de obispo en su terruño entre los años 530 y 540, y con otros cinco compañeros fundó el monasterio de San Martín de Turieno. Este recinto estaba retirado del mundo y situado entre los pliegues orográficos del monte de la Viorna, en las estribaciones de los Picos de Europa, a la vera del valle cántabro de la Liébana.

Se añade que el palentino Toribio llegó como misionero a las tierras cántabras, ya que permanecían paganas todavía, y que desde la cumbre del monte de la Viorna arrojó su bordón al vacío para construir el monasterio allí donde el palo cayese. Parece ser que, pese a las peticiones de Toribio, los lebaniegos de entonces no quisieron colaborar en la edificación. Tras el rechazo, el abatido monje se retiró al monte donde halló a un oso y a un buey que luchaban entre sí. Habló a las bestias, las separó de su lucha y, en muestra de agradecimiento, los dos animales le ayudaron a colocar la primera piedra de la abadía. La narración concluye asegurando que después de ese milagro fue cuando se convirtieron al cristianismo los primeros paganos.

Pero antes, durante el siglo V, vivió un tocayo de Toribio de Palencia, el conocido como Santo Toribio de Liébana. De éste se dice que fue obispo de Astorga (León) hacia el año 450 y que antes de recibir la ordenación episcopal, siendo sacerdote, marchó a Jerusalén, donde permaneció varios años encargado de la sacristía del Santo Sepulcro de Jesús martirizado. Al regresar de su misión en Tierra Santa, trajo consigo una inestimable reliquia: un Trozo de la Cruz donde fue clavado Jesucristo, el conocido como Lignum Crucis. Se comenta que en un primer momento este resto fue depositado en la catedral de Astorga.

Estando así las cosas, Santo Toribio de Liébana murió el día 16 de abril del año 460 según los santorales. Se asegura que tras el comienzo de la entrada de los musulmanes en la Península Ibérica durante el año 711 y por miedo a la conquista islámica, sus restos mortales y el Leño de la Cruz de Cristo (inseparables ambos) fueron trasladados a la seguridad del monasterio de San Martín de Turieno, el fundado por Toribio de Palencia junto con otros cinco compañeros de intención en un lugar especial y de difícil acceso.

Pese a la escasa popularidad que tuvo durante sus primeros tiempos de existencia, el cenobio de San Martín de Turieno cobró especial relevancia por la comarca que lo rodeaba gracias a poseer en su seno la reliquia del Leño de la Cruz y, aunque hoy no se ha encontrado nada de ellos, los restos mortales de Santo Toribio, su traedor lebaniego.

Es por ello que ya en el año 1125 se hace referencia a la abadía con el nuevo nombre del santificado Toribio de Liébana, cuyos restos mortales, dicen, yacen entre sus muros aunque no existan pruebas materiales.

La primitiva construcción de este recinto que acoge el apreciado Lignum Crucis era sencilla y de estilo prerrománico, tal vez del tipo asturiano o mozárabe, formas que predominaban por la zona. En el año 1256 se construyó la iglesia de estilo gótico con su románica Puerta del Perdón.

Durante la época medieval, el Fragmento de Cruz guardado fue una importante reliquia para los peregrinos que seguían la ruta del norte peninsular en su camino hacia Santiago de Compostela y más allá. Hoy se comenta como anécdota que a más de un visitante se le ocurrió arrancar y llevar consigo una astilla de la Astilla conservada, quizá para clavarla más a gusto en un irreflexivo fetichismo. 

Cosa parecida le sucede a la policromada estatua yaciente de Santo Toribio, conservada en el ábside del evangelio de su monasterio. Fue tallada en madera de olmo de Burgos y se sabe que ya se hallaba allí en el año 1316. Si bien conserva su colorido original, permanece visiblemente mellada la zona de los pies.

Por ese afán de posesión material de algunos y para evitar que el Leño se quedase sin astillas, cuentan que en el año 1679 la madera que quedaba fue serrada sin contemplaciones e incrustada en una cruz de plata dorada con cabos flordelisados.
 
Monasterio de Santo Toribio de Liébana (Potes, Cantabria)
 
Tras un periodo de decadencia del monasterio, la vida monacal entre sus piedras acabó con la Desamortización de Mendizábal en 1837, proceso político y económico por medio del cual el Estado convirtió en bienes nacionales las propiedades y los derechos de la Iglesia y de diversas entidades civiles para venderlos a ciudadanos individuales. Una histórica transformación que tuvo una crucial y penosa influencia en la valoración y en la conservación del arte y la cultura reunidos en los monumentos eclesiásticos.

Llegado el año 1961, y una vez restaurado el ruinoso edificio que quedaba, se hizo cargo de él una comunidad de padres franciscanos, quienes siguen regentándolo en la actualidad.

Para quien esto lee no habrá pasado desapercibido que entre los dos últimos párrafos de la parte anterior hay una laguna histórica que hace surgir una pregunta obvia y, sin embargo, pasada de largo por muchos apuntes históricos disponibles. La cuestión es esta: ¿Qué fue del Lignum Crucis (y de su inseparable Santo) desde la desamortización del monasterio en 1837 hasta su nueva puesta en marcha en 1961?... (sigue)

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