(Carta escolar para Vincent van Gogh y Partirse de Risa)
30 de
marzo de 2053
Tengo 11 años y
mi padre es pastor, como tu padre. Él no es protestante como el tuyo, es más
tranquilo. Tiene un rebaño de cabras y ovejas. Después de llevarlas a pastar y
ordeñarlas, me ayuda con los lienzos y las mezclas de colores. A pesar de pasar
el día entre borregos, también me está ayudando esta tarde para que quede bien
esta carta. Pone mucho interés con las tildes, las comas, los puntos, las
comillas, la división de los párrafos y las palabras difíciles...
Yo pintaba en
casa de mi familia antes de ir a la guardería de parvulitos. Recuerdo que
decoraba las paredes con muchos rayajos y monigotes, como muchos niños y niñas.
Fue entonces cuando mi padre y mi madre, que es inglesa, se enfadaron conmigo y
me castigaron. Yo era entonces muy pequeño y me decían que no sabía, pero tenía
mucho interés.
Mi madre,
diciendo palabrotas en inglés, me escondió todas mis pinturas. Sin querer, tuve
que dejar de pintar. Lloré a mares y me enfadé como tormenta. Incluso un tío
mío que es cura, el tío Benito, me dijo durante una de sus visitas que yo tengo
un genio tan fuerte y difícil como el tuyo. Ahí empecé a saber de ti.
Cuando fui al
colegio por primera vez, volví a pintar con muchas ganas. Ya no hacía rayajos y
monigotes en las paredes como los críos. Hacía figuras y las pintaba en los
cuadernos de dibujo. En los cursos primero y segundo de Primaria tuve como
maestra a la señorita Purificación. Ella me ponía muchos sobresalientes y unos
pocos notables en la asignatura de plástica. Me hacía mucha ilusión y por eso
pintaba casi todas las tardes, menos cuando tenía que estudiar o hacer otros
deberes.
El curso que
viene empezaré sexto. Este curso es el último de Educación Primaria. Ahora estoy
terminando quinto. Al principio no lo llevaban muy bien porque tenía algunos problemas.
Mi profesora de plástica se llama Venancia. Según mi madre, es una mujer
larguirucha y desgarbada. A mí, además, me parece un poco triste. Venancia me
ha puesto aprobados en plástica y pocas veces algún bien. Nunca me ha dado notables
o sobresalientes. Ni siquiera una palabra de ánimo como hacía Puri. Cada día me
esforzaba más y conseguía menos.
Un día estaba
tan enfadado que pensé tirar a la basura todos mis lápices, rotuladores y témperas
de colores. La verdad es que estaba muy disgustado, con un humor de perros – me
dice mi padre –. Pero el día de mi once cumpleaños mis padres me regalaron una
fiesta y vinieron mis amigos. Menos mal. Si no es por ellos… Lo pasamos muy bien.
Me regalaron un juego completo de pintura y un libro titulado Vincent van Gogh
Postimpresionista.
Yo no comprendía
muy bien algunas de las palabras escritas, como esa del título que está detrás
de tu nombre. Aunque creo que tiene que ver con algo de impresión. Durante un
rato leí unas cuantas líneas sobre tu vida, unas de aquí y otras de allá. Cuando
sea más mayor y entienda más cosas me lo leeré completo, te lo prometo. Entonces
me fijé mucho más en los dibujos y los cuadros que tiene. Me gustaron mucho,
sobre todo el cuadro de Los Lirios. Y me sorprendieron porque no les dedicaste
mucho tiempo.
Entonces entendí
por qué, con treinta y siete años y cuatro meses de vida que tienes, has podido
hacer casi 750 cuadros y 1600 dibujos. Después cogí la calculadora y calculé:
2350 obras, divididas entre los 448 meses que has vivido, me dieron como
resultado poco más de 5 obras cada mes. Algo más de 1 cuadro por semana. Y
encima, mientras hacías muchas cosas diferentes: trabajar en una galería de
arte, recibir clases de francés, estudiar teología y hacer de pastor
protestante, como tu padre, en una ciudad de Bélgica.
Tu libro me
abrió el apetito creador – esto también me lo ha soplado mi padre – y la tarde
siguiente, después del colegio, me puse a pintar un cuadro. Dos días después,
cuando lo terminé, lo colgué en mi habitación. Mi cuarto se parece al que tú
tenías en Francia, en Arlés. De él pintaste un cuadro que me gusta un montón:
con colores azules y verdes, la cama a la derecha, la mesa, las dos sillas, los
cuadros, la ventana y las puertas. Aunque, no sé por qué, a mí me pareció
también un poco triste, como la cara de mi profesora Venancia.
Mientras tanto, ella,
la señorita de plástica, siguió poniéndome las mismas notas, las regulares y
las malas. Por eso mi madre pidió ayuda a una amiga suya que también era
profesora. Así empecé a tomar clases particulares todos los lunes, miércoles y
viernes. Esas clases no me ayudaron a conseguir mejores notas. Me quitaron
tiempo para pintar. Para aprovechar el poco tiempo que tenía libre, empecé a
pintar más rápido, como lo haces tú.
En un mes llené
mi habitación de cuadros míos. Y en dos, ya no tenía sitio para colgar más. Un
compañero del colegio vino a mi casa una tarde para hacer un trabajo. Cuando
vio mis pinturas dijo que le gustaban y que, con tanto cuadro, podía hacer una
exposición. Esa misma noche, mientras cenaba con su familia, mi compañero le
dijo a su madre que había visto mis pinturas y que eran un montón. Su madre se
llama Angustias y trabaja en la Concejalía de Cultura de donde vivo. Ella los
vio después y arregló todo para hacer una exposición con mis cuadros.
También me dijo
que un marco es la mitad del cuadro, sobre todo para un comerciante de arte,
como tu hermano Théo. Por eso les puso a mis dibujos un barato pero bonito
marco y me insistió mucho para que siguiera pintando. Le dije que apenas me
dejaban tiempo las clases, que sólo podía darle al lienzo dos capas, unos
cuantos colores, algo de luz y poco más.
Pero Angustias
habló con mi madre un rato largo, chapurreando cosas en inglés. Al día
siguiente, tres obreros del ayuntamiento vinieron a mi casa en una camioneta y
se llevaron todas mis pinturas. También la que estaba pintando y que acabé dando
un par de brochazos, como hacen los pintores de brocha gorda. Por la tarde ya estaban
colgados en la Galería Hartón Badulaque. Es un centro cultural que depende de
la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento. No estoy muy seguro, pero creo que
Hartón Badulaque fue un pintor de por aquí cerca.
También hicieron
una hoja de propaganda – mi madre dice que se llama folleto tríptico –. La
madre de mi compañero dijo que muchas personas se comen con patatas lo que
dicen esos folletos. Según ella, son como el menú de un restaurante caro. Allí
te apuntan cuatro platos decorados y con nombres raros. Y muchos panolis – como
dice mi padre, que es valenciano – van, comen poco, pagan mucho y se tragan la
tontería sin masticar.
Tengo el folleto
aquí al lado. Te copio lo que pone. Es posible que tú lo entiendas: Desde la simpleza de un detalle escueto,
hasta la complicación de lo complejo, la prematura y copiosa obra de Vicentito cubica
gran parte de la historia del espacio y del tiempo. Su obra, pese a su neonata
trayectoria, es trazo monumental desde el punto de vista conceptual y físico.
Vicentito juega con la variación física de la pincelada sin variar el concepto
cuando su pintura sale a la calle. Sus extraordinarias cualidades artísticas
dotan a sus obras de un enfoque más urbano de interrelación con el espectador.
No lo vas a creer,
pero en menos de cinco días se acabaron mis cuadros. Mucha gente se interesó
por ellos y los compró. Se los quitaban de las manos. A partir de aquel día me
pidieron muchos más y me los compraban muy caros. Luego gané un concurso de
pintura organizado por la Concejalía de Cultura, con la obra titulada Por la
Cara. Era la cara de mi compañero del colegio, el que le habló a su madre de
mis pinturas, el hijo de Angustias.
Unos cuantos
periodistas, conocidos por la madre de mi compañero, se interesaron por mis
cuadros y me hicieron algunas entrevistas. Mi foto salió en dos periódicos con
buenas críticas de arte. Una noticia me llamaba El Nuevo Hartón Badulaque. El título de la otra decía: ¿Dónde va el público expedito? ¡Donde
expone Vicentito!
Los trescientos
últimos cuadros míos son los más fáciles que he pintado. No los pinté con la
cabeza, ni siquiera con el corazón. Los hizo mi mano en un periquete y casi sin
pedirme permiso. Hace unos minutos, cuando terminé el último, me acordé del cuadro
de Los Lirios. Volvieron a pasar por mi cabeza todas esas sencillas florecillas
que hiciste en un periquete. Me alegró saber que fue el cuadro más caro vendido
en una subasta. Angustias me dijo que por tus Lirios alguien pagó muchos
millones de dólares.
Supongo que te
pusiste contento cuando te enteraste de esa gran venta. Y sobre todo cuando te
ingresaron el dinero en tu cuenta del banco. En el libro que me regalaron leí
que nadie había comprado nunca un cuadro tuyo. Seguro que desde aquel día tus
problemas de dinero se arreglaron. Y que desde entonces estás menos enfadado
con todo el mundo. Sólo con esta venta podrás vivir tranquilamente el resto de
tu vida... (sigue)
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