miércoles, 26 de febrero de 2020

Cuervos sobre el Trigal

(Carta escolar para Vincent van Gogh y Partirse de Risa)
30 de marzo de 2053
Querido Vincent:
Tengo 11 años y mi padre es pastor, como tu padre. Él no es protestante como el tuyo, es más tranquilo. Tiene un rebaño de cabras y ovejas. Después de llevarlas a pastar y ordeñarlas, me ayuda con los lienzos y las mezclas de colores. A pesar de pasar el día entre borregos, también me está ayudando esta tarde para que quede bien esta carta. Pone mucho interés con las tildes, las comas, los puntos, las comillas, la división de los párrafos y las palabras difíciles...

Yo pintaba en casa de mi familia antes de ir a la guardería de parvulitos. Recuerdo que decoraba las paredes con muchos rayajos y monigotes, como muchos niños y niñas. Fue entonces cuando mi padre y mi madre, que es inglesa, se enfadaron conmigo y me castigaron. Yo era entonces muy pequeño y me decían que no sabía, pero tenía mucho interés.

Mi madre, diciendo palabrotas en inglés, me escondió todas mis pinturas. Sin querer, tuve que dejar de pintar. Lloré a mares y me enfadé como tormenta. Incluso un tío mío que es cura, el tío Benito, me dijo durante una de sus visitas que yo tengo un genio tan fuerte y difícil como el tuyo. Ahí empecé a saber de ti.

Cuando fui al colegio por primera vez, volví a pintar con muchas ganas. Ya no hacía rayajos y monigotes en las paredes como los críos. Hacía figuras y las pintaba en los cuadernos de dibujo. En los cursos primero y segundo de Primaria tuve como maestra a la señorita Purificación. Ella me ponía muchos sobresalientes y unos pocos notables en la asignatura de plástica. Me hacía mucha ilusión y por eso pintaba casi todas las tardes, menos cuando tenía que estudiar o hacer otros deberes.

El curso que viene empezaré sexto. Este curso es el último de Educación Primaria. Ahora estoy terminando quinto. Al principio no lo llevaban muy bien porque tenía algunos problemas. Mi profesora de plástica se llama Venancia. Según mi madre, es una mujer larguirucha y desgarbada. A mí, además, me parece un poco triste. Venancia me ha puesto aprobados en plástica y pocas veces algún bien. Nunca me ha dado notables o sobresalientes. Ni siquiera una palabra de ánimo como hacía Puri. Cada día me esforzaba más y conseguía menos.

Un día estaba tan enfadado que pensé tirar a la basura todos mis lápices, rotuladores y témperas de colores. La verdad es que estaba muy disgustado, con un humor de perros – me dice mi padre –. Pero el día de mi once cumpleaños mis padres me regalaron una fiesta y vinieron mis amigos. Menos mal. Si no es por ellos… Lo pasamos muy bien. Me regalaron un juego completo de pintura y un libro titulado Vincent van Gogh Postimpresionista.

Yo no comprendía muy bien algunas de las palabras escritas, como esa del título que está detrás de tu nombre. Aunque creo que tiene que ver con algo de impresión. Durante un rato leí unas cuantas líneas sobre tu vida, unas de aquí y otras de allá. Cuando sea más mayor y entienda más cosas me lo leeré completo, te lo prometo. Entonces me fijé mucho más en los dibujos y los cuadros que tiene. Me gustaron mucho, sobre todo el cuadro de Los Lirios. Y me sorprendieron porque no les dedicaste mucho tiempo.

Entonces entendí por qué, con treinta y siete años y cuatro meses de vida que tienes, has podido hacer casi 750 cuadros y 1600 dibujos. Después cogí la calculadora y calculé: 2350 obras, divididas entre los 448 meses que has vivido, me dieron como resultado poco más de 5 obras cada mes. Algo más de 1 cuadro por semana. Y encima, mientras hacías muchas cosas diferentes: trabajar en una galería de arte, recibir clases de francés, estudiar teología y hacer de pastor protestante, como tu padre, en una ciudad de Bélgica.

Tu libro me abrió el apetito creador – esto también me lo ha soplado mi padre – y la tarde siguiente, después del colegio, me puse a pintar un cuadro. Dos días después, cuando lo terminé, lo colgué en mi habitación. Mi cuarto se parece al que tú tenías en Francia, en Arlés. De él pintaste un cuadro que me gusta un montón: con colores azules y verdes, la cama a la derecha, la mesa, las dos sillas, los cuadros, la ventana y las puertas. Aunque, no sé por qué, a mí me pareció también un poco triste, como la cara de mi profesora Venancia.

Mientras tanto, ella, la señorita de plástica, siguió poniéndome las mismas notas, las regulares y las malas. Por eso mi madre pidió ayuda a una amiga suya que también era profesora. Así empecé a tomar clases particulares todos los lunes, miércoles y viernes. Esas clases no me ayudaron a conseguir mejores notas. Me quitaron tiempo para pintar. Para aprovechar el poco tiempo que tenía libre, empecé a pintar más rápido, como lo haces tú.

En un mes llené mi habitación de cuadros míos. Y en dos, ya no tenía sitio para colgar más. Un compañero del colegio vino a mi casa una tarde para hacer un trabajo. Cuando vio mis pinturas dijo que le gustaban y que, con tanto cuadro, podía hacer una exposición. Esa misma noche, mientras cenaba con su familia, mi compañero le dijo a su madre que había visto mis pinturas y que eran un montón. Su madre se llama Angustias y trabaja en la Concejalía de Cultura de donde vivo. Ella los vio después y arregló todo para hacer una exposición con mis cuadros.

También me dijo que un marco es la mitad del cuadro, sobre todo para un comerciante de arte, como tu hermano Théo. Por eso les puso a mis dibujos un barato pero bonito marco y me insistió mucho para que siguiera pintando. Le dije que apenas me dejaban tiempo las clases, que sólo podía darle al lienzo dos capas, unos cuantos colores, algo de luz y poco más.

Pero Angustias habló con mi madre un rato largo, chapurreando cosas en inglés. Al día siguiente, tres obreros del ayuntamiento vinieron a mi casa en una camioneta y se llevaron todas mis pinturas. También la que estaba pintando y que acabé dando un par de brochazos, como hacen los pintores de brocha gorda. Por la tarde ya estaban colgados en la Galería Hartón Badulaque. Es un centro cultural que depende de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento. No estoy muy seguro, pero creo que Hartón Badulaque fue un pintor de por aquí cerca.

También hicieron una hoja de propaganda – mi madre dice que se llama folleto tríptico –. La madre de mi compañero dijo que muchas personas se comen con patatas lo que dicen esos folletos. Según ella, son como el menú de un restaurante caro. Allí te apuntan cuatro platos decorados y con nombres raros. Y muchos panolis – como dice mi padre, que es valenciano – van, comen poco, pagan mucho y se tragan la tontería sin masticar.

Tengo el folleto aquí al lado. Te copio lo que pone. Es posible que tú lo entiendas: Desde la simpleza de un detalle escueto, hasta la complicación de lo complejo, la prematura y copiosa obra de Vicentito cubica gran parte de la historia del espacio y del tiempo. Su obra, pese a su neonata trayectoria, es trazo monumental desde el punto de vista conceptual y físico. Vicentito juega con la variación física de la pincelada sin variar el concepto cuando su pintura sale a la calle. Sus extraordinarias cualidades artísticas dotan a sus obras de un enfoque más urbano de interrelación con el espectador.

No lo vas a creer, pero en menos de cinco días se acabaron mis cuadros. Mucha gente se interesó por ellos y los compró. Se los quitaban de las manos. A partir de aquel día me pidieron muchos más y me los compraban muy caros. Luego gané un concurso de pintura organizado por la Concejalía de Cultura, con la obra titulada Por la Cara. Era la cara de mi compañero del colegio, el que le habló a su madre de mis pinturas, el hijo de Angustias.

Unos cuantos periodistas, conocidos por la madre de mi compañero, se interesaron por mis cuadros y me hicieron algunas entrevistas. Mi foto salió en dos periódicos con buenas críticas de arte. Una noticia me llamaba El Nuevo Hartón Badulaque. El título de la otra decía: ¿Dónde va el público expedito? ¡Donde expone Vicentito!

Los trescientos últimos cuadros míos son los más fáciles que he pintado. No los pinté con la cabeza, ni siquiera con el corazón. Los hizo mi mano en un periquete y casi sin pedirme permiso. Hace unos minutos, cuando terminé el último, me acordé del cuadro de Los Lirios. Volvieron a pasar por mi cabeza todas esas sencillas florecillas que hiciste en un periquete. Me alegró saber que fue el cuadro más caro vendido en una subasta. Angustias me dijo que por tus Lirios alguien pagó muchos millones de dólares.

Supongo que te pusiste contento cuando te enteraste de esa gran venta. Y sobre todo cuando te ingresaron el dinero en tu cuenta del banco. En el libro que me regalaron leí que nadie había comprado nunca un cuadro tuyo. Seguro que desde aquel día tus problemas de dinero se arreglaron. Y que desde entonces estás menos enfadado con todo el mundo. Sólo con esta venta podrás vivir tranquilamente el resto de tu vida... (sigue)

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