Victor Hugo vivió ochenta y tres años dejando una fecunda obra literaria en el siglo XIX, que da una buena idea de su excepcional creatividad y grandeza artística. Era hijo de hijo de Joseph Léopold Sigisbert Hugo, general del ejército de José I Bonaparte en España e Italia y gobernador de las provincias de Ávila y Segovia durante la guerra napoleónica, disputada en España entre 1808 y 1814...
Durante su estancia en tierras españolas, Victor pasó una infancia vagabunda y residió con su hermano Eugène en el colegio de los nobles de Madrid.
Luego, siendo masón, tuvo una accidentada vida con la esquizofrenia de su hermano Eugène por casarse con Adèle Foucher, a la que él pretendía, sus cinco hijos con ella, la separación de Adèle por hacerse amante de su amigo y crítico literario Sainte-Beuve, la relación posterior durante cincuenta años con la actriz Juliette Drouet, la muerte de su querida hija Léopoldine y su destierro durante diecinueve años tras el golpe de estado del 2 de diciembre de 1850 por Napoleón III.
Victor Hugo, León Bonnat 1879. Pose y manos... |
El protocolo y los parámetros exigidos por su alto estatus social no fueron obstáculo para que Victor expresara los grandes defectos y vicios de sus iguales, así como los de las clases más bajas como consecuencia.
Victor Hugo fue en esencia un hombre justo, sabio y, sobre todas las demás cosas, bueno.
En 1883 redactó sus últimas voluntades: legó cincuenta mil francos a los pobres, quiso ser conducido al cementerio en un coche humilde, como el de ellos mismos, rechazó la oración de todas las iglesias y rogó a Dios por la salvación de todas las almas.
Su gran obra Los Miserables fue publicada por primera vez el año 1862 tras varios decenios de investigaciones y trabajo. Sus ensayos, sus descripciones y la miseria provocada por las viles acciones acciones de sus personajes, tanto los de arriba como los de abajo, ponen en evidencia la moralidad de su siglo y de los siguientes.
En 1883 redactó sus últimas voluntades: legó cincuenta mil francos a los pobres, quiso ser conducido al cementerio en un coche humilde, como el de ellos mismos, rechazó la oración de todas las iglesias y rogó a Dios por la salvación de todas las almas.
Su gran obra Los Miserables fue publicada por primera vez el año 1862 tras varios decenios de investigaciones y trabajo. Sus ensayos, sus descripciones y la miseria provocada por las viles acciones acciones de sus personajes, tanto los de arriba como los de abajo, ponen en evidencia la moralidad de su siglo y de los siguientes.
Ninguna de las películas o versiones cinematográficas hechas hasta hoy reflejan con fidelidad la literatura de sus páginas originales. Se saltan a la torera el pilar de la misma, el eje sobre el que se sustenta: monseñor Bienvenido, un obispo como los existentes en los primeros días del judeocristiamo, obispos que fueron perseguidos, tachados de herejes e incluso ejecutados, como fue el caso de Prisciliano de Ávila.
He aquí las primeras palabras de Los Miserables:
En 1815, era obispo de D. el ilustrísimo Carlos Francisco Bienvenido Myriel, un anciano de unos setenta y cinco años, que ocupaba esa sede desde 1806. Quizás no será inútil indicar aquí los rumores y las habladurías que habían circulado acerca de su persona cuando llegó por primera vez a su diócesis.
Lo que de los hombres se dice, verdadero o falso, ocupa tanto lugar en su destino, y sobre todo en su vida, como lo que hacen. El señor Myriel era hijo de un consejero del Parlamento de Aix, nobleza de toga. Se decía que su padre, pensando que heredara su puesto, lo había casado muy joven. Se decía que Carlos Myriel, no obstante este matrimonio, había dado mucho que hablar. Era de buena presencia, aunque de estatura pequeña, elegante, inteligente; y se decía que toda la primera parte de su vida la habían ocupado el mundo y la galantería.
Sobrevino la Revolución; se precipitaron los sucesos; las familias ligadas al antiguo régimen, perseguidas, acosadas, se dispersaron, y Carlos Myriel emigró a Italia. Su mujer murió allí de tisis. No habían tenido hijos. ¿Qué pasó después en los destinos del señor Myriel? El hundimiento de la antigua sociedad francesa, la caída de su propia familia, los trágicos espectáculos del 93, ¿hicieron germinar tal vez en su alma ideas de retiro y de soledad? Nadie hubiera podido decirlo; sólo se sabía que a su vuelta de Italia era sacerdote.
En 1804 el señor Myriel se desempeñaba como cura de Brignolles. Era ya anciano y vivía en un profundo retiro. Hacia la época de la coronación de Napoleón, un asunto de su parroquia lo llevó a París; y entre otras personas poderosas cuyo amparo fue a solicitar en favor de sus feligreses, visitó al cardenal Fesch. Un día en que el Emperador fue también a visitarlo, el digno cura que esperaba en la antesala se halló al paso de Su Majestad Imperial. Napoleón, notando la curiosidad con que aquel anciano lo miraba, se volvió, y dijo bruscamente:
¿Quién es ese buen hombre que me mira?
Majestad -dijo el señor Myriel-, vos miráis a un buen hombre y yo miro a un gran hombre. Cada uno de nosotros puede beneficiarse de lo que mira.
Esa misma noche el Emperador pidió al cardenal el nombre de aquel cura y algún tiempo después el señor Myriel quedó sorprendido al saber que había sido nombrado obispo de D. Llegó a D. acompañado de su hermana, la señorita Baptistina, diez años menor que él. Por toda servidumbre tenían a la señora Maglóire, una criada de la misma edad de la hermana del obispo.
La señorita Baptistina era alta, pálida, delgada, de modales muy suaves. Nunca había sido bonita, pero al envejecer adquirió lo que se podría llamar la belleza de la bondad. Irradiaba una transparencia a través de la cual se veía, no a la mujer, sino al ángel.
La señora Magloire era una viejecilla blanca, gorda, siempre afanada y siempre sofocada, tanto a causa de su actividad como de su asma.
A su llegada instalaron al señor Myriel en su palacio episcopal, con todos los honores dispuestos por los decretos imperiales, que clasificaban al obispo inmediatamente después del mariscal de campo. Terminada la instalación, la población aguardó a ver cómo se conducía su obispo.... (sigue)
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