Los concilios eclesiásticos son reuniones de los jerarcas de la Iglesia católica para decidir sobre asuntos de dogmas, disciplinas, políticas y acciones venideras a nivel global. Entre los años 1962 y 1965 se celebró el Concilio Vaticano II, poco después de la arrasadora Segunda Guerra Mundial. El Concilio Vaticano II fue el vigésimo primer concilio ecuménico reconocido por la Iglesia católica, convertido en símbolo de apertura eclesiástica a la edad contemporánea. Creado, sobre todo, para el lavado de imagen de la Iglesia Universal y el diseño de un Nuevo Ajuste para el Orden Mundial comenzado hace 500 años...
El Concilio fue anunciado por el papa Juan XXIII, denominado por la propaganda como el Papa Bueno, el 25 de enero de 1959. Celebró 178 reuniones durante los meses de otoño de cuatro años consecutivos. La primera sesión tuvo lugar el 11 de octubre de 1962 y la última el 8 de diciembre de 1965.
Lo que más hizo Roma fue dar una imagen más cuidada frente al
mundo a partir de este concilio, y así hasta hoy en día, no dejando de
ser el definitivo concilio de la Contrarreforma. Todos
aquellos desmanes de desenfreno de todo tipo, orgías borgianas, crueldad,
nepotismo, simonía y un largo etc. de los papas y cardenales fueron, poco a poco, al
menos de cara al exterior, evitándose algunos de ellos y ocultándose otros. No
obstante, su hambre de apoderarse de las almas de los hombres y de sus
pertenencias nunca ha disminuido, y será así hasta su desaparición.
En pocas palabras, la misión de este concilio fue lavar la imagen de la Iglesia Católica para el lavado de cerebros a las generaciones nacidas después de la Segunda Guerra Mundial.
El díal 7 de diciembre de 1965, las mutuas excomuniones efectuadas nada menos que el año 1054, tanto por el cardenal católico Humberto de Silva Candida, como por el patriarca ortodoxo de Constantinopla Miguel Cerulario, fueron anuladas por el papa Pablo VI y por el patriarca Atenágoras I, como parte de un magnífico esfuerzo por acercar las dos iglesias en conflicto desde entonces.
Y asimismo, los aparentes intentos de conciliación o ecumenismo
con otras doctrinas como ortodoxos, protestantes, cuáqueros, budistas, etc. Algo, lleno de papabras melifluas y sospechosas, que lleva a sospechar en un plan globalizador y anulador de conciencias.
Figura clave de este importantísimo concilio fue el jesuita alemán Agustín Bea, quien en 1918 ya era superior provincial de los jesuitas de Alemania. Enviado a Roma en 1924, fue catedrático en la Pontificia Universidad Gregoriana, especialista en exégesis bíblica y arqueología bíblica. Sirvió al papa Pío XII como su confesor durante trece años y se le acreditó un influjo crucial en la redacción de la encíclica Divino Afflante Spiritu. En 1959, el papa Juan XXIII lo hizo cardenal de la Iglesia católica. Su influencia como padre conciliar en el Concilio Vaticano II fue decisiva, particularmente en la conformación de documentos críticos como Dei Verbum (Palabra de Dios) y Nostra Aetate (Nuestra Edad).
Desde 1960 hasta su muerte en 1968, Agustín Bea sirvió a la Iglesia como primer presidente del por entonces Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos, una comisión preparatoria al Concilio creada por el papa Juan XXIII, que más tarde recibiría el nombre de Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos. Era la primera vez que la Santa Sede creaba una estructura consagrada únicamente a temas ecuménicos. Algo extraño teniendo en cuenta su implacable y cruel historia. Un juego a dos bandas característico de la política de engaño y dualidad jesuítico-vaticana: acariciar con una mano y apuñalar con la otra: de ahí lo de que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha.
También el papa Juan XXIII seguía con los ritos paganos antiguos como venerar la figura de San Pedro del Vaticano que encontraron y pusieron en el siglo XVII (construida entre 1556-1665), que en realidad es de origen romano y representación del dios Júpiter: dios principal de la mitología romana, padre de dioses y de hombres (pater deorum et hominum), hijo de Saturno y Ops, deidad suprema de la tríada capitolina, compuesta además por su hermana y esposa Juno y su hija Minerva. Sus atributos son el águila, el rayo, y el cetro, y su equivalente en la mitología griega es Zeus, el rey o jefe de los dioses que supervisa el universo y a los seres humanos.
Para contactos profesionales o editoriales, enviar email.
Para saber más sobre el tema:
Instituto para el Control Mental Humano
No hay comentarios:
Publicar un comentario