¿Qué Letra tiene lazos de Sangre? |
Si intentamos no caer en el fácil error de confundir a los refranes con las frases hechas: las trivialidades o los tópicos de cualquier época y circunstancia que no guardan una enseñanza, descubriremos que los primeros encierran una intención didáctica y un patrimonio de sabiduría que suele amoldarse a las etapas históricas que recorre.
La no utilización de la violencia de cualquier índole es, a todas luces, una actitud sana y loable a la hora de educar. No obstante, y a pesar de que ha habido épocas en las que esta frase era seguida literalmente, contrasta de manera destacada que sea parte de la sabiduría popular de antaño una locución que hoy es catalogada como un error de base, como un arcaísmo psicopedagógico cuya mención no tiene lugar en la moderna formación, producto de un hombre antiguo inculto y bárbaro.
A pesar de haber conmovido de mala manera y convencido de equivocación su lectura superficial a demasiados especialistas, vamos a ir viendo distintas opiniones al respecto a lo largo de algunas obras literarias.
En paralelo al racionalismo cartesiano, el siglo XVII comienzan a recogerse los primeros comentarios sobre esta letra que entra con sangre.
El filólogo Sebastián de Covarrubias y Horozco (u Orozco) opina: «El que pretende saber ha de trabajar y sudar; y eso significa allí sangre y no azotar a los muchachos con crueldad, como hacen algunos maestros de escuela tiranos».
Miguel de Cervantes, consciente de la violencia empleada para adoctrinar a los muchachos, cita en la segunda parte de su manchego Quijote lo mucho que les pegan estos llamados maestros a los pequeños adoctrinados: «No había niño de la doctrina, por ruin que fuera, que no se llevase cada mes tres mil y trescientos azotes». Covarrubias aclaró que «los niños de la doctrina eran pobrecitos huérfanos que se recogían para adoctrinarlos y criarlos, después los acomodaban poniéndoles a que aprendieran oficio».
En la primera mitad del siglo XX, Francisco Rodríguez Marín, gran estudioso de lo cervantino, poeta y amante de las tradiciones populares, al comentar el fragmento quijotesco de los niños de la doctrina, rememora que quien fue su maestro de primera enseñanza: José Rodríguez Buzón, solía citar el refrán y añadía a continuación: «Pero con dulzura y amor, se aprende mejor».
Y María de Maeztu Whitney, discípula predilecta de Ortega y Gasset, educadora española exiliada en Argentina por sus ideas desde el inicio de la Guerra Civil española de 1936, dilucidó que «este refrán de letra con sangre es verdad, pero la letra no debe entrar nunca con la sangre del discípulo sino con la sangre del maestro, es decir, con su esfuerzo y su sudor».
Poco después, Luis
Martínez Kleiser menciona, en un capítulo
denominado Enseñanza, el refrán origen y tres variaciones más, el añadido del educador de Rodríguez
Marín y dos cuya recopilación atribuye también al erudito e íntimo amigo suyo: «La letra, con sangre entra; y el renglón, con el culón (con el cachete).
La letra, con
sangre entra; y la costura,
con amargura».
En época reciente, José Bergua asegura: «Alude a la severidad que hay que usar, especialmente con los niños, para enseñarles y acostumbrarles a trabajar».
Luis Junceda explica: «En sentido cabal, este viejo refrán tan traído y llevado
indica que el buen éxito en los estudios
sólo es fruto del esfuerzo
tenaz y sangrante
del que se aplica, no resultado
de los cruentos azotes que en el pasado propinaban a sus alumnos
los malos preceptores».
Juana G.Campos y Ana Barella
comparten la anterior
opinión: «Da a entender que para aprender lo que se ignora o adelantar en cualquiera cosa no han de excusarse el estudio y el trabajo».
Varios de los autores
aparecidos aquí y sus versiones sobre el tema son citados
por José María Iribarren. Antes de mostrarlos de manera
concisa, emite su opinión
acorde con la misma corriente: «Da a entender
el trabajo y la fatiga que se necesita emplear
para saber o adelantar en alguna cosa».
Gregorio Doval muestra tres de las posibilidades: la del estudio
y esfuerzo del aprendiz,
la del castigo como remedio, y la dulzura y el amor
como alternativa mejor.
Estas visiones nos proporcionan cuatro diferentes opciones:
a) La aceptación, e incluso su apología.
Muy estudiado por la escuela conductista en psicología, el castigo es una forma de condicionamiento aversivo (averso, opuesto, perverso), enseña
a no hacer algo, a suprimir una respuesta con rapidez mediante el refuerzo negativo, pero nada más, pues elimina
la conducta sin proponer mejores formas de
actuación.
Esta preferencia hace hincapié en lo conveniente de castigar
cuando el adoctrinado se sale de la senda trazada para él por el poder imperante, sin más explicación que la represión mediante la violencia. Debido en gran medida a los casos derivados
de su aplicación en seres humanos, incorregibles con ese medio,
surge la calificación haber nacido
malo, cuya solución deducida es el palo para todo, desembocando sus límites en reclusión, segregación, tortura o
exterminio.
b) El rechazo.
Este apartado hace uso de la coherencia pedagógica, ya que toda violencia
está trastornada y enferma.
Sin restar ninguna
importancia a las consecuencias físicas, las taras psíquicas
padecidas por niños sometidos a malos tratos son dignas de tener muy
en
cuenta por políticas educativas y penitenciarias.
Muy posibles consecuencias del continuo maltrato en niños son: retraso intelectual, hiperactividad, ansiedad de separación del ser que les proporciona el daño, pobre control de impulsos, distorsión del autoconcepto (gran deterioro de la autoestima como consecuencia), conductas autodestructivas (incluyendo el suicidio como salvación extrema), y grave retraso en el
rendimiento escolar.
Los seres humanos pegan y maltratan
cuando no tienen nada mejor en su vocabulario social, no saben comportarse de otra manera,
no han aprendido
a hacerlo. Es muy posible
que sus tutores o familiares próximos se hayan comportado con ellos como
ellos proceden con sus hijos, parejas o demás congéneres.
A pesar de todos los trastornos, de los problemas que produce la violencia y de la dificultad de su solución,
todos somos seres sociales y deseamos
lo mismo: comprensión, afecto, paz.
Debería extrañarnos mucho que la sabiduría ancestral,
y no
las frases insubstanciales aplicadas a determinadas circunstancias o convencionalismos, con la madurez
de la experiencia acumulada durante
generaciones, cometiera el evidente y grave error de alentar la administración
de dolor como auxilio para la labor educativa.
Tal vez no estemos
avanzando por el sitio idóneo, tal vez su trayectoria vaya por otros derroteros y nos traiga cosas inesperadas. Aunque antes nos quedan dos apartados más
que no debemos perder de vista.
c) Esfuerzo del docente.
El profesorado forma parte del círculo de personas
que más influye
en la educación
de los niños y en el desarrollo de su personalidad. Son los responsables, en buena parte,
de
su formación para hacer de ellos
unos seres maduros y contentos consigo
mismos en la vida y el
mundo que les toca vivir.
Pero las lecciones van más allá de teorías
y de métodos que los docentes regurgitan y del comportamiento y actitudes
que piden a sus alumnos,
porque el niño tiende
a imitar a los profesores,
observa lo que ve en ello. La coherencia entre lo dicho y lo hecho es un punto de suma importancia, son dos mensajes provenientes del mismo lugar que
no pocas veces se
contradicen en nuestra sociedad.
La enseñanza individualizada,
atendiendo a las características y necesidades específicas de cada niño en particular; la disminución
de la actitud expositiva del profesor,
en beneficio del crecimiento de las actividades realizadas por los alumnos; la sustitución de la coacción
por la motivación; el compromiso creativo del claustro en el desempeño de su
actividad pedagógica, al exigirse
de él un trabajo y un nivel de formación
elevados y adjudicársele la labor de realizar
sus propias programaciones educativas; los cursos continuados, el reciclaje permanente de sus estudios; son algunos
puntos del entramado
reformador que, desde no hace muchas fechas, se imparte en el amplio
marco de las instituciones educativas de nuestro
país, son parte teórica del sudor, del esfuerzo
y de la obligación de los profesionales
actuales.
Que los docentes de cualquier
fecha se desangren
en beneficio de los estudiantes, ¿convierte a esta interpretación en correcta o es un intento de justificación incierto? ¿Sería
entonces adecuado transformarla en «La letra
con sangre sale»?
d) Esfuerzo del discente.
Los mismos desvelos, estímulos, oportunidades, metodologías y situaciones vertidos sobre distintos sujetos generan, a menudo,
efectos o resultados diferentes.
La parte endógena, el factor interno de cada persona,
sin haber nacido malo por no obedecer a razonables expectativas teóricas, determina el curso de sus acontecimientos y asimilaciones.
Aquí entra en juego la voluntad
individual, la disposición para llevar a cabo una nueva acción o desecharla. Un acto voluntario se ejecuta
como resultado de un anhelo, de una intención, de un motivo agradable
o atrayente. La capacidad de juicio, de decisión y de acción,
la perseverancia y la fortaleza de ánimo son ingredientes relacionados con
la voluntad.
Teniendo en cuenta la sensatez pedagógica y contando con la enseñanza como una forma más de aprendizaje, presentar el estudio o la labor esforzada, alentadora y animosa
de conocer como algo antipático y doloroso es,
cuando menos, un procedimiento defectuoso, pobre, desmotivador y poco fecundo.
Ninguna de estas explicaciones encaja con precisión en nuestro ámbito socioeducativo normal. Desde estas perspectivas no se aclara bien qué clase de letra tiene
lazos de sangre... (sigue)
Este ensayo consta de cinco partes. A, E, I, O y U, que aclaran el sentido de este aleccionador refrán tal mal comprendido hoy.
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