El 3 de agosto de 1929, día de la apertura del Campamento Anual en Ommen (Holanda), Krishnamurti disolvió la Orden de la Estrella ante tres mil de sus miembros, quienes esperaban atentos sus comentarios como profeta elegido por la Sociedad Teosófica, muy ligada a la Sociedad Fabiana.
Para empezar a hablar de Jiddu Krishnamurti, lo primero que se debe decir es que fue un ser humano extraordinario, con capacidades extraordinarias y conciencia extraordinaria. Su lenguaje era poco concreto porque intentaba hacer reflexionar a sus oyentes, a todas las personas que buscaban en su voz una respuesta a sus grandes dudas existenciales. Su tono era firme y decidido, sin dejar de ser benevolente y compasivo, aunque a veces diera la sensación de estar cabreado o malhumorado por la tozudez o incomprensión de sus oyentes.
En los primeros años de su vida, quienes lo utilizaron como reclamo por su personalidad callada y observadora, vieron en él un cabecilla pseudoespiritual adoctrinable y dirigible desde zonas invisibles y superiores al escenario habitual.
El gran Jiddu, estimulador de conciencias, nació el 11 de mayo de 1895 en Madanapalle (sur de la India). La intelectual y ocultista Annie Besant era por entonces presidenta de la Sociedad Teosófica y miembro de la Sociedad Fabiana: inventora del socialismo fabiano que compone hoy los engañosos dualismo políticos: izquierda-derecha o rojo-azul, cuyas dos cúpulas sirven a los mismos señores político-económicos...