jueves, 5 de mayo de 2016

Bertran Russell: Perspectiva Científica (dos adoctrinamientos según castas)

El año 1931, el escritor, matemático, filósofo y premio Nobel de Literatura (en 1950) Bertrand Russell publicó el escrito La Perspectiva Científica. Este intelectual británico tenía un estatus privilegiado y conocía bien los entresijos de la alta clase social. Era tercer conde de Russell e hijo de John Russell, vizconde  de Amberle. Su importancia en este blog La Historia con Alma radica en lo que escribió en este libro, dentro del capítulo XV, que tituló La Educación en una Sociedad Científica. Aunque, más ajustado con la realidad, debería cambiarse la palabra educación por el vocablo instrucción, diferenciando bien la que reciben los divinos e infames dirigentes de la que reciben las personas dirigidas o sometidas bajo su yugo intelectual:

La educación tiene dos fines: por un lado, formar la inteligencia; por el otro, preparar al ciudadano. Los atenienses se fijaron más en lo primero; los espartanos, en lo segundo. Los espartanos ganaron. Pero los atenienses perviven en la memoria de los hombres. Creo que la educación, en una sociedad científica, puede concebirse por analogía con la educación que dan los jesuitas. Los jesuitas proporcionan una clase de educación a los niños que han de ser hombres corrientes en el mundo, y otra distinta a aquellos que han de llegar a ser miembros de la Compañía de Jesús. De análoga manera, los gobernantes científicos proporcionarán un género de educación a los hombres y mujeres corrientes, y otro a aquellos que hayan de ser mantenedores del poder científico. Los hombres y mujeres corrientes es de esperar que sean dóciles, diligentes, puntuales, de poco pensar y que se sientan satisfechos. De estas cualidades, quizá la más importante será la satisfacción. Para producirla se recurrirá a todos los recursos del psicoanálisis, del behaviourismo y de la bioquímica. Los niños serán educados desde sus primeros años del modo más adecuado para no adquirir complejos. Casi todos serán niños o niñas normales, felices y llenos de salud. Su alimentación no será abandonada a los caprichos de los padres, sino que será la que recomienden los mejores bioquímicos. Pasarán mucho tiempo al aire libre, y no aprenderán en los libros más que lo absolutamente necesario. En los temperamentos así formados se impondrá la docilidad por los métodos de instrucción militar, o quizá por métodos más suaves, como los empleados por los boy-scouts. Todos los niños y niñas aprenderán desde la edad primera a ser lo que se llama «cooperativos», es decir, a hacer exactamente lo que todo el mundo hace. La iniciativa quedará desterrada en estos niños, y la insubordinación, sin ser castigada, les será extirpada científicamente... (sigue abajo)

Su educación será en gran parte manual, y cuando concluyan sus años escolares se les enseñará un oficio. Para decidir qué oficio han de aprender, se apreciarán sus facultades por expertos. Las lecciones, cuando tengan lugar, se darán por medio del cinematógrafo o de la radio, de modo que un profesor pueda dar simultáneamente lecciones en todas las clases a toda la región. El dar las lecciones será reconocido como una empresa de altos vuelos, reservada a los miembros de la clase gobernante. Lo único que se requerirá en cada localidad para reemplazar al maestro de escuela actual será una mujer que mantenga el orden, aunque es de esperar que los niños se conducirán tan bien, que rara vez necesitarán los servicios de esta estimable persona.

Harriet Tubman era consciente de esta trama

Por otro lado, aquellos niños que estén destinados a ser miembros de la clase gobernante recibirán una educación muy diferente. Serán seleccionados, algunos antes de nacer, otros durante los primeros tres años de vida, y unos pocos entre los tres y seis años. Toda la ciencia conocida se aplicará al desarrollo simultáneo de su inteligencia y de su voluntad.

La eugenesia, el tratamiento químico y térmico del embrión y el régimen de comidas en los primeros años se emplearán con vistas a la producción de individuos de máxima eficiencia. La perspectiva científica se imprimirá en el individuo desde el momento en que el niño sepa hablar, y durante los primeros años, en que al niño le impresiona todo, éste será preservado cuidadosamente del contacto con el ignorante y el no científico. Desde la infancia hasta los veintiún años se le proporcionará el conocimiento científico, y en todo caso, desde la edad de los doce años se le especializará en aquellas ciencias para las que demuestre mejor aptitud.

Al mismo tiempo, se le enseñará la educación física, haciéndolo fuerte; se le habituará a revolcarse desnudo en la nieve, a ayunar en ocasiones durante veinticuatro horas, a correr muchas millas en días calurosos, a ser valiente en todas las aventuras físicas, a no quejarse cuando experimente dolor físico. Desde la edad de doce años se le enseñará a instruir niños un poco más jóvenes que él, y sufrirá una sanción severa si los grupos de dichos niños fracasan en imitar a su jefe. Un sentido de su alto destino se mantendrá siempre despierto en él, y habría de considerar como cosa axiomática la lealtad a las órdenes, que no deberán nunca ser discutidas. Cada joven será, de este modo, sometido a una triple educación: de la inteligencia, del propio dominio y del mando sobre otros. Si fracasa en alguna de estas tres, sufrirá el terrible castigo de ser degradado y pasar a las filas de los trabajadores ordinarios, viéndose condenado por el resto de su vida a convivir con hombres y mujeres muy inferiores a él en educación, y probablemente en inteligencia. El acicate de este temor bastará para hacer diligentes a todos, salvo a una pequeña minoría de niños y niñas de las clases directoras.

Excepto para la cuestión de la lealtad al Estado mundial y a su propia orden, los miembros de la clase directora serán inducidos a hacerse intrépidos y a tener iniciativa. Será reconocida como de su competencia la mejora de la técnica científica y el mantener contentos a los trabajadores manuales por medio de continuas diversiones. Como personas de quienes depende todo progreso, no deberán ser demasiado tímidas, ni estar educadas de tal modo que resulten incapaces de nuevas ideas. Al contrario de lo que suceda con los niños destinados a ser trabajadores manuales, tendrán contacto personal con su profesor y serán alentados a discutir con el.

Será asunto suyo procurar estar en lo cierto, si pueden, y en caso contrario, reconocer su error. Habrá, sin embargo, límites de esta libertad intelectual, aun entre los niños de las clases directoras. No les será permitido discutir el valor de la ciencia, o la división de la población en trabajadores manuales y expertos. No podrán jugar con la idea de que quizá la poesía es tan valiosa como la maquinaria, o el amor tan bueno como una investigación científica. Si tales ideas se le ocurriesen a algún espíritu aventurero, serán recibidas en doloroso silencio, y se pretenderá no haberlas oído.

Un sentido profundo del deber público se infiltrará en niños y niñas de la clase directora, tan pronto como sean capaces de comprender dicha idea. Se les enseñará que el género humano depende de ellos y que deben prestar un servicio de bondad, especialmente a las clases menos afortunadas, que están por debajo de ellos. Pero no hay que suponer que resulten fatuos, ni muchos menos. Replicarán con carcajadas despreciativas a toda observación siniestra que ponga en términos explícitos lo que todos crean en su corazón. Sus modales serán sencillos y corteses, y su sentido del humor será infalible.

El último peldaño en la educación de los intelectuales de la clase gobernante consistirá en el entrenamiento para la investigación. La investigación será muy organizada, y a los jóvenes no les será permitido escoger los casos particulares de investigación en que habrán de trabajar, aunque serán guiados, naturalmente, a investigar aquellas materias en las que hayan demostrado especial habilidad. 

Sólo a unos pocos se les dará la mayor cantidad de conocimiento científico. Habrá arcanos reservados para una clase selecta de investigadores, que serán cuidadosamente escogidos por su combinación de talentos y lealtad. Se puede esperar que la investigación será mucho más técnica que fundamental. Los hombres que dirijan cualquier departamento de investigación serán de edad y estarán satisfechos de ver que los fundamentos de su investigación son suficientemente conocidos. Los descubrimientos que echen por tierra puntos de vista fundamentales, si están hechos por gente joven, serán tenidos por desfavorables, y si se publicasen temerariamente conducirán a la degradación.

Los jóvenes a quienes se les ocurra alguna innovación fundamental harán avances prudentes para persuadir a sus profesores de que tengan en cuenta con agrado las nuevas ideas; pero si estos intentos fracasasen, ocultarán sus nuevas ideas hasta que ellos mismos hayan logrado una posición de autoridad, en cuyo momento olvidarán probablemente aquéllas. La atmósfera de autoridad y organización será extremadamente favorable a la investigación técnica, pero algo enemiga de las innovaciones subversivas, como las que se han visto, por ejemplo, en física durante el presente siglo. Habrá, como es natural, una metafísica oficial, que será considerada sin importancia intelectualmente, pero que será sagrada desde el punto de vista político. A la larga, la proporción de progreso científico disminuirá, y el descubrimiento morirá por respeto a la autoridad.

En cuanto a los trabajadores manuales, se procurará que no se sumerjan en pensamientos serios; se les facilitará el mayor bienestar posible, y sus horas de trabajo serán mucho más reducidas que en la actualidad; no tendrán miedo a la destitución, o a la desgracia de sus hijos. Tan pronto como concluyan su labor diaria, se les divertirá con espectáculos que les proporcionen una alegría completa y que impidan la gestación de ideas de descontento, que en este caso nublarían su alegría. En las raras ocasiones en que un niño o una niña que haya pasado la edad en la que se determina el estado social muestre una capacidad muy señalada para sentirse intelectualmente igual a los gobernantes, se suscitará una cuestión difícil que requerirá un estudio muy serio.

Si el joven se contenta con abandonar a sus antiguos compañeros y echarse lealmente en brazos de los gobernantes, podría ser promovido, después de pruebas convenientes, al rango de éstos; pero si demuestra alguna solidaridad, que sería lamentable, con sus antiguos compañeros, los gobernantes deducirán con repugnancia que no puede hacerse nada por él, excepto enviarle a la cámara de la muerte, antes de que su inteligencia, mal disciplinada, tenga tiempo de propagar la revuelta. Éste será un penoso deber de los gobernantes; pero creo que no retrocederán ante él.

En casos normales, niños de una herencia garantizada como excelente serán admitidos a las clases directoras desde el momento de la concepción. Parto de este momento mejor que del nacimiento, porque desde este momento, y no meramente del instante de nacer, es cuando el tratamiento de las dos clases será diferente. Si, no obstante, al tiempo de alcanzar el niño los tres años se ve claramente que no llega al tipo requerido, será degradado. Presumo que para entonces será posible juzgar de la inteligencia de un niño de tres años con suficiente exactitud. En los casos en que haya duda, que serán pocos, se someterá al niño a una minuciosa observación hasta la edad de seis años, en cuyo momento se supone que será posible tomar una decisión oficial, excepto en casos muy contados. Inversamente, los niños nacidos de trabajadores manuales podrán ser ascendidos de clase, en cualquier momento comprendido entre los tres y seis años de edad, y únicamente en muy raros casos en edades posteriores.

Creo que puede admitirse, sin embargo, que existirá una fuerte tendencia en la clase directora a hacerse hereditaria, y que después de varias generaciones muy pocos niños pasarán de una clase a otra. Esto currirá con más probabilidad aún si los métodos embriológicos para perfeccionar la raza se aplican a la clase directora y no a la otra. De este modo, el espacio que separa las dos clases, en lo que respecta a la inteligencia de nacimiento, irá agrandándose cada vez más. Esto, empero, no conducirá a la abolición de la clase menos inteligente, ya que los gobernantes no desearán realizar trabajos manuales poco interesantes, ni verse privados de la oportunidad de ejercer la benevolencia y la consciencia social, ejercicio inherente al mando sobre los trabajadores manuales.

 

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