jueves, 28 de octubre de 2004

Benito de Nursia y año 525: nace Cristo

El transcurso del siglo VI supuso una decaída del poderío de Roma y el papado. Los emperadores bizantinos se ocupaban casi en exclusiva de su parte oriental. En Hispania, el arrianismo visigodo favorecía la autonomía religiosa de sus habitantes, que de forma individual buscaban su propio camino hacia la trascendencia. Unos, al igual que se hizo en villas romanas, se reunieron en monasterios bajo una regla común, eligiendo entre todos a su abad o maestro. Hubo abadías familiares y otras comunales, llamadas hoy dúplices, donde hombres y mujeres llevaron una vida en común...
 
Hubo quienes eligieron ser ermitaños, viviendo en soledad y austeridad después de haber recibido enseñanzas en un monasterio. Otros se hicieron anacoretas, buscando su elevación espiritual igualmente solos y frugales pero con la única ayuda de sí mismos. Algunos optaron por vagar o recorrer mundo, mendigando donde podían, al margen de cualquier tipo de norma o autoridad que controlara su caminar o su entendimiento, éstos fueron denominados sarabaítas.

Todos buscaban lo mismo pese a elegir diferentes senderos para encontrarlo, tenían la misma esencia y empleaban la misma actitud: bondad, sencillez, pureza y conocimiento. Estos cátaros difundieron la historia vivida por Prisciliano y sus seis compañeros ejecutados en Tréveris. Iniciados por sus sabios, un gran número de personas anónimas peregrinó desde sus comunidades en la Europa central hasta la cripta de Compostela y la Costa de la Muerte, nutriéndose con la magia de esas tierras paganas donde habitaba Lupa con sus chamanes. Tantos pasos peregrinos marcaron el Camino en el medievo para buscadores futuros y las nobles intenciones de sus almas lo hicieron sagrado.

Los papas eran la única autoridad destacable de la península Itálica en aquellos momentos. El poder de los autoproclamados representantes de Dios en la tierra era grande pero su ejército escaso, y sus riquezas fueron moneda de cambio para las invasiones de los infieles arrianos y paganos. En esa Roma alicaída, puesta en evidencia por el movimiento cátaro y los mártires priscilianistas, apareció Benito de Nursia, hijo de un noble romano y santo proclamado por la Iglesia como precursor del monaquismo occidental. Benito, al que también se le atribuyen milagros y profecías, fue joven abad de una comunidad monacal en la que impuso unas estrictas condiciones de vida nada complacientes. Los primeros doce monasterios benedictinos fueron fundados por él cerca de Roma, en Subiaco, a principios del siglo VI.

Dionisio el Exiguo o el Pequeño (470-544) fue un erudito matemático y miembro de una comunidad de monjes escitas concentrada en Tomis (capital de Escitia cercana a Bizancio). A principios del siglo VI se trasladó a Roma, convirtiéndose en miembro de la curia pontificia. Según determinaron cronistas católicos, el papa Juan I le encargó el año 525 establecer el año del nacimiento de Jesucristo como primer año de la era cristiana: el Anno Domini (Año del Señor) y la Pascua católica.

Pintura de Dionisio el Exiguo (vivió entre siglos V y VI)

En esos días gobernaba en toda Italia el rey ostrogodo y arriano Teodorico el Grande. Aquel año, Teodorico envió al papa Juan I a Constantinopla para negociar con el emperador bizantino Flavio Justino I el fin de la persecución de los arrianos, o cristianos seguidores de Arrio, por un decreto imperial dictado contra ellos dos años atrás. Juan I no consiguió la anulación del decreto, a su vuelta Teodorico lo acusó de indolente en las negociaciones y traidor, ordenando su encarcelamiento en Rávena, capital del reino ostrogodo, donde murió por las torturas sufridas en mayo de 526.

Dionisio el Exiguo continuó sus labores matemáticas e históricas. Se dice que se equivocó datando el reinado de Herodes I el Grande uno años, deduciendo que Jesucristo nació el año 753 desde la fundación de Roma, cuando debió nacer varios años antes. Dionisio utilizó el Anno Domini para iniciar una nueva era y calcular las fechas anuales de la Pascua católica en una tabla matemática inventada por él, cuyas fórmulas hacen que nunca coincida con la Pascua judeocristiana. Se suele pasar por alto que Anno Dómini significa Año del Señor, del Amo o del Dominador, nada que ver con Jesucristo; y que monseñor (mi señor) es el nombre que se aplica a los prelados eclesiásticos, en Cataluña incluso a los curas de parroquia (mossèn).

Pese a sus actos contrarios, a la Iglesia Católica y sus príncipes les interesaba adjudicarse el protagonismo y la esencia de la filosofía cristiana para engañar y dominar a sus súbditos. Dionisio el Exiguo eligió el censo romano de Judea porque fue la eclosión de la Gran Rebelión Cristiana. Como vimos, ya lo reflejó Flavio Josefo, desde su perspectiva farisea y presionado por sus señores de Roma, en su tomo XVIII de Antigüedades de los Judíos: Judas y Saduc… contaron con muchos seguidores, no solamente perturbaron al país con esta sedición, sino que pusieron las raíces de futuros males con un sistema filosófico antes desconocido,... tanto más cuanto que la adhesión de la juventud a esta secta causó la ruina del país.

Este sistema del Anno Domini empezó a ser utilizado de forma habitual en Europa Occidental después de que lo utilizara Beda el Venerable, monje benedictino, erudito e inglés, para fechar los sucesos narrados en su Historia Eclesiástica del Pueblo de los Anglos, completada el año 731. En 1899, Beda sería declarado santo y doctor de la Iglesia por el papa León XIII (Vincenzo Gioacchino Raffaele Luigi Pecci).

Alrededor de 529, sobre un castro romano con santuario en honor a Júpiter, Benito de Nursia fundó un gran monasterio en Montecassino, al noroeste de Nápoles. Entre sus dependencias consolidó su famosa Regla Benedictina, unas normas para la sumisión estricta de los monjes enclaustrados, con un orden preciso de los momentos de cada día, en silencio total, trabajando, rezando plegarias establecidas, obedeciendo sin rechistar y padeciendo los castigos oportunos si las tentaciones se manifestaban.

El abad dejó de ser el maestro espiritual para convertirse en director de un centro de reclusión de conciencias puntillosamente organizado. Y el monje, ocupado en ser obediente y disciplinado bajo pena permanente, dejó de tener la oportunidad de profundizar en lo divino de manera autónoma... (sigue)


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