El transcurso del siglo VI supuso una decaída del poderío de Roma
y el papado. Los emperadores bizantinos se ocupaban casi en exclusiva de su
parte oriental. En Hispania, el arrianismo visigodo favorecía la autonomía
religiosa de sus habitantes, que de forma individual buscaban su propio camino
hacia la trascendencia. Unos, al igual que se hizo en villas romanas, se
reunieron en monasterios bajo una regla común, eligiendo entre todos a su abad
o maestro. Hubo abadías familiares y otras comunales, llamadas hoy dúplices,
donde hombres y mujeres llevaron una vida en común...
Hubo quienes eligieron ser
ermitaños, viviendo en soledad y austeridad después de haber recibido
enseñanzas en un monasterio. Otros se hicieron anacoretas, buscando su
elevación espiritual igualmente solos y frugales pero con la única ayuda de sí
mismos. Algunos optaron por vagar o recorrer mundo, mendigando donde podían, al
margen de cualquier tipo de norma o autoridad que controlara su caminar o su
entendimiento, éstos fueron denominados sarabaítas.
Todos buscaban lo mismo pese a elegir diferentes senderos para encontrarlo,
tenían la misma esencia y empleaban la misma actitud: bondad, sencillez, pureza
y conocimiento. Estos cátaros difundieron la historia vivida por Prisciliano y
sus seis compañeros ejecutados en Tréveris. Iniciados por sus sabios, un gran
número de personas anónimas peregrinó desde sus comunidades en la Europa central hasta la
cripta de Compostela y la Costa
de la Muerte,
nutriéndose con la magia de esas tierras paganas donde habitaba Lupa con sus
chamanes. Tantos pasos peregrinos marcaron el Camino en el medievo para
buscadores futuros y las nobles intenciones de sus almas lo hicieron sagrado.
Los papas eran la única autoridad destacable de la península
Itálica en aquellos momentos. El poder de los autoproclamados representantes de
Dios en la tierra era grande pero su ejército escaso, y sus riquezas fueron
moneda de cambio para las invasiones de los infieles arrianos y paganos. En esa
Roma alicaída, puesta en evidencia por el movimiento cátaro y los mártires
priscilianistas, apareció Benito de Nursia, hijo de un noble romano y santo
proclamado por la Iglesia
como precursor del monaquismo occidental. Benito, al que también se le
atribuyen milagros y profecías, fue joven abad de una comunidad monacal en la
que impuso unas estrictas condiciones de vida nada complacientes. Los primeros
doce monasterios benedictinos fueron fundados por él cerca de Roma, en Subiaco,
a principios del siglo VI.
Dionisio el Exiguo o el Pequeño (470-544) fue un erudito matemático y miembro de una
comunidad de monjes escitas concentrada en Tomis (capital de Escitia cercana a
Bizancio). A principios del siglo VI se trasladó a Roma, convirtiéndose en
miembro de la curia pontificia. Según determinaron cronistas católicos, el papa
Juan I le encargó el año 525 establecer el año del
nacimiento de Jesucristo como primer año de la era cristiana: el Anno Domini
(Año del Señor) y la Pascua
católica.
Pintura de Dionisio el Exiguo (vivió entre siglos V y VI) |
En esos días gobernaba en toda Italia el rey ostrogodo y arriano
Teodorico el Grande. Aquel año, Teodorico envió al papa Juan I a Constantinopla
para negociar con el emperador bizantino Flavio Justino I el fin de la
persecución de los arrianos, o cristianos seguidores de Arrio, por un decreto
imperial dictado contra ellos dos años atrás. Juan I no consiguió la anulación
del decreto, a su vuelta Teodorico lo acusó de indolente en las negociaciones y
traidor, ordenando su encarcelamiento en Rávena, capital del reino ostrogodo,
donde murió por las torturas sufridas en mayo de 526.
Dionisio el Exiguo continuó sus labores matemáticas e históricas.
Se dice que se equivocó datando el reinado de Herodes I el Grande uno años,
deduciendo que Jesucristo nació el año 753 desde la fundación de Roma, cuando
debió nacer varios años antes. Dionisio utilizó el Anno Domini para iniciar una
nueva era y calcular las fechas anuales de la Pascua católica en una tabla matemática inventada
por él, cuyas fórmulas hacen que nunca coincida con la Pascua judeocristiana. Se
suele pasar por alto que Anno Dómini significa Año del Señor, del Amo o del
Dominador, nada que ver con Jesucristo; y que monseñor (mi señor) es el nombre
que se aplica a los prelados eclesiásticos, en Cataluña incluso a los curas de
parroquia (mossèn).
Pese a sus actos contrarios, a la Iglesia Católica
y sus príncipes les interesaba adjudicarse el protagonismo y la esencia de la
filosofía cristiana para engañar y dominar a sus súbditos. Dionisio el Exiguo
eligió el censo romano de Judea porque fue la eclosión de la Gran Rebelión Cristiana.
Como vimos, ya lo reflejó Flavio Josefo, desde su perspectiva farisea y
presionado por sus señores de Roma, en su tomo XVIII de Antigüedades de los Judíos: Judas y Saduc… contaron con muchos seguidores, no solamente perturbaron al
país con esta sedición, sino que pusieron las raíces de futuros males con un
sistema filosófico antes desconocido,... tanto más cuanto que la adhesión de la
juventud a esta secta causó la ruina del país.
Este sistema del Anno Domini empezó a ser utilizado de forma
habitual en Europa Occidental después de que lo utilizara Beda el Venerable,
monje benedictino, erudito e inglés, para fechar los sucesos narrados en su
Historia Eclesiástica del Pueblo de los Anglos, completada el año 731. En 1899,
Beda sería declarado santo y doctor de la Iglesia por el papa León XIII (Vincenzo Gioacchino Raffaele Luigi Pecci).
Alrededor de 529, sobre
un castro romano con santuario en honor a Júpiter, Benito de Nursia fundó un
gran monasterio en Montecassino, al noroeste de Nápoles. Entre sus dependencias
consolidó su famosa Regla Benedictina, unas normas para la sumisión estricta de
los monjes enclaustrados, con un orden preciso de los momentos de cada día, en
silencio total, trabajando, rezando plegarias establecidas, obedeciendo sin rechistar
y padeciendo los castigos oportunos si las tentaciones se manifestaban.
El abad
dejó de ser el maestro espiritual para convertirse en director de un centro de
reclusión de conciencias puntillosamente organizado. Y el monje, ocupado en ser
obediente y disciplinado bajo pena permanente, dejó de tener la oportunidad de
profundizar en lo divino de manera autónoma... (sigue)
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