Los peregrinos del siglo VIII continuaron recorriendo las redes
viarias romanas de Hispania con el fin de pasar por la cripta de Compostela e
inclinarse ante los venerables restos de Prisciliano, Asarino, Latroniano,
Armenio, Aurelio, Felicísimo y Eucrocia, martirizados por la Iglesia de Roma y
santificados por las comunidades cátaras. Su incesante flujo y
repercusión, pese a los esfuerzos de Benito de Nursia y su represiva regla,
inquietó sobremanera a la cúpula pontificia, que se propuso reformar sus
estructuras de dominio.
Durante el año 722, un
grupo de soldados musulmanes se adentró por los bosques de los Picos de Europa
y fue rechazado por astures comandados por el noble visigodo Pelayo. Este
hecho, insignificante desde el punto de vista militar, ha llegado hasta
nosotros como un gran acontecimiento bélico llamado batalla de Covadonga,
origen del reino de Asturias e inicio de la Reconquista, una
cruzada nacionalista de larga duración emprendida por reinos cristianos contra
infieles musulmanes. Pero el acontecimiento no sucedió exactamente así.
Alfonso I el Católico, hijo del duque de Cantabria y esposo de
Ermesinda, hija de Pelayo, subió al nuevo trono en 739, dominó a cántabros y astures e incorporo Galicia al reino
asturiano. Fruela I, su hijo y sucesor en 757,
tuvo que afrontar rebeliones separatistas de gallegos y vascones que rechazaron
los intentos de vasallaje impuestos por estos nobles. Además de estos
conflictos externos y como sucedía con sus antepasados visigodos, Fruela tuvo
que soportar una serie de revueltas de los clanes señoriales que desembocaron
en su muerte violenta y en la huída de su pequeño hijo Alfonso II para salvar
la vida.
Durante este intervalo de tiempo, en torno al año 776, fue escrita
la obra titulada Comentario al
Apocalipsis por Beato de Liébana. Beato (nombre masculino de Beatriz) fue
un monje benedictino de cierto rango al que se le encargó escribir varios
libros de contenido doctrinal. Vivió en el Monasterio de san Martín de Turieno,
hoy llamado santo Toribio y situado en La Liébana (Cantabria), y conocía bien los escritos
de otros patriarcas católicos. Aunque con algunas reticencias, los estudios también
asignan a su pluma la realización de El Apologético y de O Dei Verbum.
Beato de Liébana, codice de San Andrés del Arroyo, siglo XIII |
Comentario al Apocalipsis es una interpretación sobre este
alegórico libro esenio que fantasea con sus símbolos y los aleja de la realidad
histórica a la que pertenecen. A partir de ellos resulta más difícil relacionar
a la Gran Ramera
de Babilonia con la Iglesia Católica y a sus Cuatro Jinetes (la
guerra, el miedo o conflicto, la peste o enfermedad y el hambre) con los medios
utilizados para acabar con las disidencias o rebeldías. Para acrecentar la
faena divulgadora de la obra original, hoy perdida, monjes de otros monasterios
hispanos y europeos realizaron copias en los siglos IX, X, XI, XII y XIII,
algunas bellamente ilustradas, de las que se conservan hoy veinticinco
ejemplares depositados en instituciones de Europa y América.
El Apologético lo utiliza Beato para apoyar a Eterio, obispo de
Osma (Soria) y refutar como él los comentarios adopcionistas realizados por
Elipando, arzobispo de Toledo, y Félix, obispo de Urgell, dos clérigos cristianos
en convivencia con el Islam. El adopcionismo de estos prelados mozárabes es
definido por la ortodoxia como negación de la divinidad de Jesucristo y
afirmación de que era hijo adoptivo de Dios. Pero visto de manera más
coherente, esta disputa escatológica continuaba el trabajo efectuado por los
cristianos puros desde sus antepasados esenios. La polémica provocó la
intervención de Carlomagno, junto a concilios y condenas por herejía en Ratisbona
(792), Frankfurt (794) y Aix-la-Chapelle (799).
Beato se encargó de escribir también el O Dei Verbum, himno que
presenta al apóstol Santiago el Mayor como evangelizador de Hispania, lo que
tanto ansiaba Pablo de Tarso. Este texto sirvió de cuña para la futura leyenda
jacobea y a él se añadió la leyenda de un santo desconocido llamado Toribio de
Liébana. De él se dice que fue obispo de Astorga (León) hacia el año 450, que
marchó a Jerusalén, permaneció varios años como encargado del Santo Sepulcro de
Jesús martirizado y que al regresar trajo consigo un Trozo de la Cruz donde fue clavado
Jesucristo, la reliquia conocida como Lignum Crucis que se venera en el actual Monasterio
de santo Toribio de Liébana.
Después de cuatro reyes sucesores de su padre asesinado, Alfonso
II, llamado el Casto, subió al trono asturiano en 791 al abdicar en su favor el rey Vermudo I, tío suyo. Alfonso II y
su corte eligieron Oviedo como capital del reino, crearon el obispado ovetense
y retomaron para su corte las antiguas tradiciones godas. Según dejaron escrito
clérigos amanuenses posteriores siguiendo el dictado marcado por Beato de Liébana
en los manuscritos vistos, durante su reinado el ermitaño Pelayo vio luces
extrañas, avisó al obispo Teodomiro y se descubrieron las reliquias de Santiago
el Mayor y dos de sus discípulos en Iria Flavia (municipio coruñés de Padrón).
El obispo informó a Alfonso II el Casto, éste ordenó levantar un
templo en su honor y, a partir de entonces, comenzaron las peregrinaciones
hacia la tumba del apóstol, un Santiago renacido como Matamoros. La leyenda de
este peculiar Santiago se acrecentó el año 859 con la denominada batalla de
Clavijo. Esta disputa, más que dudosa, enfrentó al emir Musa II de Tudela y al
rey godo asturiano Ordoño I. Las crónicas católicas aseguran que el combate
acabó con la victoria del bando cristiano por la inestimable ayuda de Santiago,
que participó en ella decapitando infieles musulmanes con la espada y montado
sobre su brioso corcel blanco.
Alfonso III el Magno fue rey godo de Asturias desde 866 y trabajó
por la continuidad del renacimiento visigótico iniciado por Alfonso II el
Casto. Tuvo varios éxitos militares que coincidieron con un periodo de división
y debilidad en al-Andalus, triunfos que propiciaron un avance hacia el sur de
las fronteras de su reino. En 899 consagró un nuevo templo al apóstol Santiago
en Compostela sobre las tumbas de los mártires priscilianistas. Mientras tanto,
los monjes amanuenses de la corte astur se encargaban de difundir la proyectada
leyenda jacobea que ha llegado hasta nosotros.
Alfonso III el Magno tuvo tres hijos: García, Fruela y Ordoño.
Poco antes de morir en 910, su hijo García I se reveló contra él y se proclamó
rey de León con la ayuda de los nobles castellanos. Fallecido Alfonso, sus
otros hijos se repartieron el resto del reino. Fruela II pasó a ser rey de
Asturias y Ordoño II, de Galicia. Con sus correspondientes intrigas palaciegas
y vaivenes territoriales, este reparto supuso el nacimiento del reino de León,
una nueva subdivisión visigoda de la Hispania romana... (sigue)
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