sábado, 1 de enero de 2005

Los reinos norteños de Hispania y la creación de Santiago Matamoros

Los peregrinos del siglo VIII continuaron recorriendo las redes viarias romanas de Hispania con el fin de pasar por la cripta de Compostela e inclinarse ante los venerables restos de Prisciliano, Asarino, Latroniano, Armenio, Aurelio, Felicísimo y Eucrocia, martirizados por la Iglesia de Roma y santificados por las comunidades cátaras. Su incesante flujo y repercusión, pese a los esfuerzos de Benito de Nursia y su represiva regla, inquietó sobremanera a la cúpula pontificia, que se propuso reformar sus estructuras de dominio.
 
Durante el año 722, un grupo de soldados musulmanes se adentró por los bosques de los Picos de Europa y fue rechazado por astures comandados por el noble visigodo Pelayo. Este hecho, insignificante desde el punto de vista militar, ha llegado hasta nosotros como un gran acontecimiento bélico llamado batalla de Covadonga, origen del reino de Asturias e inicio de la Reconquista, una cruzada nacionalista de larga duración emprendida por reinos cristianos contra infieles musulmanes. Pero el acontecimiento no sucedió exactamente así.

Alfonso I el Católico, hijo del duque de Cantabria y esposo de Ermesinda, hija de Pelayo, subió al nuevo trono en 739, dominó a cántabros y astures e incorporo Galicia al reino asturiano. Fruela I, su hijo y sucesor en 757, tuvo que afrontar rebeliones separatistas de gallegos y vascones que rechazaron los intentos de vasallaje impuestos por estos nobles. Además de estos conflictos externos y como sucedía con sus antepasados visigodos, Fruela tuvo que soportar una serie de revueltas de los clanes señoriales que desembocaron en su muerte violenta y en la huída de su pequeño hijo Alfonso II para salvar la vida.

Durante este intervalo de tiempo, en torno al año 776, fue escrita la obra titulada Comentario al Apocalipsis por Beato de Liébana. Beato (nombre masculino de Beatriz) fue un monje benedictino de cierto rango al que se le encargó escribir varios libros de contenido doctrinal. Vivió en el Monasterio de san Martín de Turieno, hoy llamado santo Toribio y situado en La Liébana (Cantabria), y conocía bien los escritos de otros patriarcas católicos. Aunque con algunas reticencias, los estudios también asignan a su pluma la realización de El Apologético y de O Dei Verbum.

Beato de Liébana, codice de San Andrés del Arroyo, siglo XIII

Comentario al Apocalipsis es una interpretación sobre este alegórico libro esenio que fantasea con sus símbolos y los aleja de la realidad histórica a la que pertenecen. A partir de ellos resulta más difícil relacionar a la Gran Ramera de Babilonia con la Iglesia Católica y a sus Cuatro Jinetes (la guerra, el miedo o conflicto, la peste o enfermedad y el hambre) con los medios utilizados para acabar con las disidencias o rebeldías. Para acrecentar la faena divulgadora de la obra original, hoy perdida, monjes de otros monasterios hispanos y europeos realizaron copias en los siglos IX, X, XI, XII y XIII, algunas bellamente ilustradas, de las que se conservan hoy veinticinco ejemplares depositados en instituciones de Europa y América.

El Apologético lo utiliza Beato para apoyar a Eterio, obispo de Osma (Soria) y refutar como él los comentarios adopcionistas realizados por Elipando, arzobispo de Toledo, y Félix, obispo de Urgell, dos clérigos cristianos en convivencia con el Islam. El adopcionismo de estos prelados mozárabes es definido por la ortodoxia como negación de la divinidad de Jesucristo y afirmación de que era hijo adoptivo de Dios. Pero visto de manera más coherente, esta disputa escatológica continuaba el trabajo efectuado por los cristianos puros desde sus antepasados esenios. La polémica provocó la intervención de Carlomagno, junto a concilios y condenas por herejía en Ratisbona (792), Frankfurt (794) y Aix-la-Chapelle (799).

Beato se encargó de escribir también el O Dei Verbum, himno que presenta al apóstol Santiago el Mayor como evangelizador de Hispania, lo que tanto ansiaba Pablo de Tarso. Este texto sirvió de cuña para la futura leyenda jacobea y a él se añadió la leyenda de un santo desconocido llamado Toribio de Liébana. De él se dice que fue obispo de Astorga (León) hacia el año 450, que marchó a Jerusalén, permaneció varios años como encargado del Santo Sepulcro de Jesús martirizado y que al regresar trajo consigo un Trozo de la Cruz donde fue clavado Jesucristo, la reliquia conocida como Lignum Crucis que se venera en el actual Monasterio de santo Toribio de Liébana.

Después de cuatro reyes sucesores de su padre asesinado, Alfonso II, llamado el Casto, subió al trono asturiano en 791 al abdicar en su favor el rey Vermudo I, tío suyo. Alfonso II y su corte eligieron Oviedo como capital del reino, crearon el obispado ovetense y retomaron para su corte las antiguas tradiciones godas. Según dejaron escrito clérigos amanuenses posteriores siguiendo el dictado marcado por Beato de Liébana en los manuscritos vistos, durante su reinado el ermitaño Pelayo vio luces extrañas, avisó al obispo Teodomiro y se descubrieron las reliquias de Santiago el Mayor y dos de sus discípulos en Iria Flavia (municipio coruñés de Padrón).

El obispo informó a Alfonso II el Casto, éste ordenó levantar un templo en su honor y, a partir de entonces, comenzaron las peregrinaciones hacia la tumba del apóstol, un Santiago renacido como Matamoros. La leyenda de este peculiar Santiago se acrecentó el año 859 con la denominada batalla de Clavijo. Esta disputa, más que dudosa, enfrentó al emir Musa II de Tudela y al rey godo asturiano Ordoño I. Las crónicas católicas aseguran que el combate acabó con la victoria del bando cristiano por la inestimable ayuda de Santiago, que participó en ella decapitando infieles musulmanes con la espada y montado sobre su brioso corcel blanco.

Alfonso III el Magno fue rey godo de Asturias desde 866 y trabajó por la continuidad del renacimiento visigótico iniciado por Alfonso II el Casto. Tuvo varios éxitos militares que coincidieron con un periodo de división y debilidad en al-Andalus, triunfos que propiciaron un avance hacia el sur de las fronteras de su reino. En 899 consagró un nuevo templo al apóstol Santiago en Compostela sobre las tumbas de los mártires priscilianistas. Mientras tanto, los monjes amanuenses de la corte astur se encargaban de difundir la proyectada leyenda jacobea que ha llegado hasta nosotros.

Alfonso III el Magno tuvo tres hijos: García, Fruela y Ordoño. Poco antes de morir en 910, su hijo García I se reveló contra él y se proclamó rey de León con la ayuda de los nobles castellanos. Fallecido Alfonso, sus otros hijos se repartieron el resto del reino. Fruela II pasó a ser rey de Asturias y Ordoño II, de Galicia. Con sus correspondientes intrigas palaciegas y vaivenes territoriales, este reparto supuso el nacimiento del reino de León, una nueva subdivisión visigoda de la Hispania romana... (sigue)


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