miércoles, 2 de febrero de 2005

Cluny y Abderramán III el Pelirrojo

A lo largo del siglo IX la filosofía cátara fue consolidándose en la Europa occidental, formando poblaciones donde vivían con cierta armonía e independencia todos sus miembros. Muchos de sus habitantes y otros cristianos de alma noble seguían recorriendo las calzadas romanas que llevaban a Galicia para venerar la cripta de los siete mártires de Tréveris. Peregrinaciones anónimas y silenciadas por la pluma oficial que, pese a ello, permiten imaginar sus dificultades junto a un posible encuentro con la trascendencia. Andaduras que acrecentaron la heterodoxia y el enfado de la cúpula vaticana por su rebajada autoridad. Un gran dilema que generó un sibilino plan bajo sus puntiagudas mitras...
 
El mismo año en que nació el reino de León (910) fue inaugurada la primera construcción del Monasterio de Cluny en la Borgoña franca. Este convento benedictino llegaría a ser el más grande del mundo medieval, centro neurálgico de la Orden Cluniacense, del arte románico europeo y de importantes planes políticos. El abad era elegido por los monjes distinguidos del monasterio, sin influencia externa alguna. El primero de ellos fue san Bernón, en un principio estuvo rodeado de doce monjes escogidos de la orden benedictina, doce caballeros con sotana de una mesa redonda muy especial. Este gran convento, centro de operaciones de la Iglesia católica, dependía directamente de la Santa Sede y no obedecía a ningún obispado ni a señor o rey feudal.

El monasterio medieval de Cluny en la actualidad

Los avispados clérigos de Cluny no cesaron de entrevistarse con los reyes cristianos de Hispania durante todo el siglo X. A punto de alzarse en Europa, su románico se manifestaba como algo mucho más amplio que un original estilo artístico. Románico significa a la manera de los romanos y, pese a contener muchos símbolos cátaros, la pretensión de sus difusores cluniacenses fue convertir a los reinos cristianos en miembros de un imperio teocrático dirigido por Roma y administrado por ellos. Y así fue, los reyes de Castilla, León, Navarra y Aragón fueron dando su visto bueno a los propósitos cluniacenses, les abrieron las puertas de sus señoríos y se sometieron a las órdenes papales.

Bajo estas pretensiones se encontraba al-Andalus, antigua tierra de los vándalos asdingos. Hasta el año 756, sus territorios fueron una provincia gobernada desde Damasco por los califas omeyas, un clan noble de origen sirio. En los comienzos de este emirato damasceno en Hispania y como sucedía con los católicos del norte, hubo muchos enfrentamientos entre clanes aristócratas islamitas de origen berebere, árabe y sirio. El más grave fue protagonizado por los bereberes, que se enfrentaron al poder de los árabes hasta ser derrotados por tropas llegadas de Siria que se quedaron en al-Andalus. A mitad del siglo VIII los omeyas sirios batallaron con los abasíes árabes, éstos quitaron el poder del emirato a aquellos y trasladaron la capital a Bagdad.

Un integrante del vencido clan omeya llamado Abd al-Rahman o Abderramán I, de aspecto gallardo, piel clara y largos cabellos rojizos, consiguió huir del exterminio con su séquito y sus tesoros materiales y científicos, llegar a al-Andalus y fundar un emirato independiente en 756. Las gentes de origen romano-visigodo que adoptaron el Islam, llamados muladíes, gozaron de ventajas socioeconómicas y su islamización fue tan intensa que en los siglos IX y X no era fácil distinguir a un musulmán de origen africano u oriental de un muladí. Pero la progresiva división de estos territorios en emiratos, el aumento de impuestos y la discriminación sufrida derivaron en un gran número de revueltas muladíes.

Cuando Abderramán III se proclamó emir de Córdoba en 912, al-Andalus estaba dividido en numerosos principados con grandes diferencias. Era cosa común ver batallas con soldados islamistas y cristianos en un lado y también en el otro, mercenarios pagados por nobles y emires enfrentados entre sí; eso sin olvidarnos de los esclavos comprados para tal menester. Mediante la fuerza de la razón y la razón de la fuerza de sus mercenarios, Abderramán III se proclamó califa y fundó el califato de Córdoba en 929, restableciendo el orden y mando de los omeyas en los territorios de al-Andalus y en el norte de África... (sigue)


Para contactos profesionales o editoriales, enviar email.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario