sábado, 5 de mayo de 2007

La Iluminación Católica

El renacentista, protestante, humanista y reformador siglo XVI fue condimentado por el movimiento de los alumbrados o iluminados. Esta llamativa iluminación religiosa surgió en Castilla y se desarrolló mucho en al-Andalus tras la conquista del Reino Nazarí de Granada por ejércitos católicos. Los creadores de esta tendencia utilizaron en sus prácticas ritos franciscanos y la Inquisición no les molestó en ningún momento. Utilizaron estas ceremonias prestigiosos monjes católicos que escribieron mucho sobre moralidad, fe y grandeza de un Dios alejado del hombre, asegurando caer en éxtasis místicos o elevaciones espirituales, imitando técnicas y experiencias vividas por perfectos cátaros y otros místicos, como quietistas, begardos y dejados...

Con estos hipotéticos arrobamientos estuvieron relacionados los católicos y santificados Juan de Ávila, Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y Pedro de Alcántara, personajes incluidos en el primer Siglo de Oro de la literatura castellana.

Juan de Ribera pertenecía a la alta nobleza castellana como hijo bastardo de Per Enríquez-Afán de Ribera, quien fue duque de Alcalá de los Gazules (Cádiz), marqués de Tarifa (Cádiz), conde de los Molares (Sevilla), adelantado y notario mayor de Andalucía, Virrey de Cataluña y de Nápoles, y uno de los favoritos del papa Pío IV (Giovanni Angelo de Medici). Felipe II propuso a Juan de Ribera como obispo de Badajoz y Pío IV lo nombró en 1562, cuando Juan tenía treinta años de edad. En esta diócesis desarrolló el trabajo que le asignó Juan de Ávila, clérigo aristócrata y judío muy relacionado con los fundadores de la Compañía de Jesús, redactando y publicando los decretos doctrinales decididos en el Concilio de Trento el año 1563 y persiguiendo, con mucho ruido y pocas nueces, la herejía protagonizada por los iluminados o alumbrados.

Entre 1568 y 1569, el papa Pío V (Antonio Ghislieri) lo nombró irónicamente Lumen totius Hispanae (Luminaria de toda Hispania), arzobispo de Valencia y patriarca de la distante Antioquía (ciudad turca situada entre la isla de Chipre y la ciudad siria de Alepo): cruce de rutas comerciales, donde se empezó a llamar “cristianos” a los seguidores del Cristo esenio. Felipe II lo nombró virrey de Valencia y le encomendó la misión de convertir al catolicismo a los mudéjares valencianos, pero sus visitas y sermones, recogidos en numerosos tomos, no dieron los frutos deseados. Juan de Ribera acabó recomendando a Felipe III, hijo de Felipe II y rey desde el año 1598, la redacción de un decreto para su inmediata expulsión en 1609. Juan de Ribera fundó además en Valencia el Real Colegio y Seminario del Corpus Christi con organización jesuita y reorganizó su Universidad bajo las mismas pautas. Pío VI (Giovanni Angelo Braschi) lo beatificó en 1796 y Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli) lo canonizó en 1960.

Teresa Cepeda, cuadro de José Ribera, siglo XVII

Teresa de Cepeda y Ahumada, renombrada como Teresa de Jesús, era hija de Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada, miembros de otras familias nobles y castellanas que lavaron su alto linaje de origen judío con el nuevo catolicismo de tintes cristianos. A comienzos de noviembre del año 1534, con diecisiete años, entró en el Convento de la Encarnación de Ávila, regido por monjas carmelitas. Este monasterio pertenecía a la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo.

 Antes de seguir con Teresa, conviene saber que esta congregación católica fue fundada en Palestina por Berthold Avogadro, también conocido como san Bertoldo o san Bartolomé. Este personaje de la nobleza franca viajó a Tierra Santa como cruzado y el año 1155 subió al Monte Carmelo, promontorio sagrado desde tiempos primitivos y cercano a la ciudad portuaria de Haifa, donde se hizo ermitaño y creó una pequeña comunidad con otros eremitas. La Regla Carmelita fue escrita en 1209 por Alberto Avogadro, obispo de Vercelli, patriarca latino de Jerusalén y hermano del primer ermitaño carmelita Berthold Avogadro. Sus normas eran rigurosas en extremo, pues obligaban la vida en soledad, pobreza y sin comer ningún tipo de carne.

La Orden Carmelita fue aprobada por el papa Honorio III (Censio Savelli) junto a las de los Hermanos Predicadores o Dominicos y de Franciscanos para deshacer las comunidades o sociedades cristianas cátaras del Languedoc, Hispania y otras partes de Europa. Acabada la despiadada guerra contra los cátaros, la regla carmelitana fue reorganizada por Simon Stock, aristócrata anglo de las islas Británicas, nombrado sexto general de los carmelitas en 1247. Stock tuvo la misión de transformar a los carmelitas en una orden de frailes mendicantes como dominicos y franciscanos. Las reglas de su Orden se flexibilizaron bajo su mando para facilitar la aceptación popular y la difusión doctrinal del catolicismo.

Durante su primer año como monja novicia carmelitana y pese a sus normas menos estrictas, la salud de Teresa de Cepeda se resintió, padeciendo desmayos, taquicardias y otros síntomas relacionados al parecer con la ansiedad. Para evitar males mayores, el priorato carmelita y su padre acordaron sacarla del convento y llevarla con su familia hasta que se reestableciera. Al comenzar las alteraciones primaverales de 1537, sufrió unos indeterminados ataques en casa de su padre que la dejaron impedida durante más de dos años. Su crónica dice fue sanada a mediados del año 1539 por san José, el esposo de la Virgen María y padre putativo de Jesús de Nazaret en el Nuevo Testamento.

Teresa de Cepeda reingresó poco después en el convento de la Encarnación exenta de clausura y con permiso para recibir visitas, bajo la dirección de un dominico llamado Vicente Barrón, encargado de orientar su conciencia y futuros esfuerzos. La santa declara en su biografía que, con expresión de enfado por el familiar trato que mantenía con los visitantes, se le apareció Jesucristo el año 1542 en el locutorio del convento (estancia dividida por una reja donde los visitantes pueden hablar con las monjas). No obstante, Teresa continuó tratando con personas ajenas al convento de la Encarnación hasta 1555, año en que una imagen de Jesús crucificado la convenció para dejar de recibir visitantes en el convento, la misma fecha en que los jesuitas fundaron en Ávila el primer colegio de la Compañía de Jesús.

El primer confesor jesuita de Teresa fue el joven Diego de Cetina, noble instruido en las universidades de Alcalá de Henares (1546-1550) y de Salamanca (1550-1554), con veinticuatro años se ocupó de darle las primeras lecciones doctrinales. Diego de Cetina sería sustituido por Juan de Prádanos, otro ilustrado jesuita de veintisiete años cuyas lecciones supusieron para Teresa grandes favores espirituales y un primer contacto con el éxtasis... (sigue)

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