Los detalles de este suceso se los debemos a los cronistas Polibio de Megalópolis
(200-118 a.C.),
Diodoro de Sicilia (siglo I a.C.) y Apiano de Alejandría (95-165 d.C.), cronistas
de origen griego muy apreciados por los patricios romanos, sobre todo el
primero. Según cuentan, las tropas cartaginesas se reunieron en Lilibea
para regresar a Cartago por orden del general Giscón. Sus mercenarios fueron
divididos en pequeños grupos por prudencia y viajaron en naves de forma
escalonada para recibir sus salarios y volver a sus lugares de origen...
Cuando estaban todos acampados no lejos de la capital esperando las pagas, llegó Hannón el Grande. Les informó que Cartago y su Consejo de los Cien no tenían dinero por los gastos de guerra y los tributos pagados a Roma, y les pidió renunciar a buena parte de sus pagas.
Los mercenarios, que eran unos veinticinco mil hombres, protestaron airadamente, se organizaron en unos días y se dirigieron hacia la cercana Cartago, arrasando con lo que se encontraban en su camino. Los disturbios y el miedo provocado en la capital lograron que el Consejo de los Cien accediera a pagar lo convenido en monedas y bienes. El general Giscón, respetado por los mercenarios, fue el encargado de darles el tesoro.
Mientras tanto, los mercenarios Spendios (de Campania) y Mathó (de Libia) se alzaron como cabecillas de sus compañeros de armas y los convencieron para apresar al general Giscón y a sus hombres para utilizarlos como rehénes. A continuación, los rebeldes enviaron mensajeros a las ciudades vasallas de Cartago pidiéndoles su alianza para librarse de su yugo tributario. La reciente derrota contra Roma facilitó el motín general, excepto de dos ciudades cercanas que permanecieron leales: Útica y Bizerta. Era el año 240 a.C.
Con un ejército de varios miles de hombres entre los que había sicilianos, libios, númidas y galos, los rebeldes declararon la guerra a Cartago. Hannón el Grande tomó el mando del ejército y lo reorganizó con otros soldados de pago y ciudadanos cartagineses. Mathó y Spendios dividieron su ejército en dos y asediaron Bizerta y Útica. Luego enviaron una embajada a Roma para pedir su apoyo por los intereses de guerra que tenían firmados con Cartago. Los romanos liberaron parte de los prisioneros cartagineses, enviaron grano de Sicilia y esperaron el desarrollo de los acontecimientos para obrar según sus intereses.
La llegada del ejército de Hannón el Grande a Útica hizo huir a los mercenarios que la asediaban. En vez de perseguir a los fugados, Hannón acampó con sus tropas cerca de Útica y fueron atacados en oleadas por los rebeldes que acabaron derrotándolos. Tras éste y otros fracasos de Hannón, el Consejo de los Cien nombró jefe conjunto del ejército cartaginés a Amilcar Barca, general conocido y temido por los sublevados.
En su avance, los mercenarios cortaron las rutas que llevaban a
Cartago. Amilcar Barca los sorprendió con su ejército al amanecer y los derrotó
en la batalla de los Llanos de Bagradas, deshaciendo a su vez el sitio de Útica
y abriendo las rutas terresteres a Cartago para el paso de mercancías y tropas.
Llegado el año 239 a.C., Spendio decidió atacar con sus mercenarios el campamento de Amilcar Barca. Pero el cabecilla mercenario no contaba con la deserción del noble númida Naravas y de sus dos mil jinetes, que se pasaron al bando Cartaginés y derrotaron al ejército dirigido por Spendios. Amilcar Barca ofreció a los mercenarios supervivientes y prisioneros unirse a sus tropas y perdonó la vida a los que no quisieron.
Las noticias sobre el levantamiento mercenario en Cartago llegaron a Sardinia (Cerdeña) en esos días y los mercenarios que allí había siguieron el ejemplo de sus colegas, matando a los cartagineses y a sus soldados. El Consejo de los Cien envió tropas a la zona que, al llegar, se sumaron a los rebeldes, crucificaron a su jefe cartaginés, lucharon contra el resto de sus pobladores y se apoderaron de la isla.
En África, la indulgencia mostrada por Amílcar Barca hacia los mercenarios derrotados hizo temblar a sus jefes, pues abría la puerta a las deserciones masivas de aquellos. Para evitarlas, Mathó, Spendios y el galo Autarito, cabecilla de varios cientos de mercenarios de la Galia, difundieron que entre las tropas mercenarias rebeldes había traidores que habían pactado con Cartago para liberar a Giscón y que la indulgencia mostrada por Amilcar era un engaño para apresarlos y ajusticiarlos después.
Con esto y un listado de ofensas realizadas por Cartago, el galo Autarito reclamó la guerra sin cuartel con los cartagineses, la ejecución de Giscón y de varios cientos de prisioneros más. Tal cosa se cumplió de forma sorprendentemente cruel. Tanto a Giscón como al resto de prisioneros, les amputaron manos y pies, les destrozaron las piernas y los acumularon en una fosa común todavía vivos.
Cuando se enteraron de esto en Cartago, sus dirigentes solicitaron los cadáveres de sus paisanos, pero los mercenarios no consintieron y amenazaron con hacer lo mismo a los mensajeros que enviaran. A partir de aquel instante, los cartagineses utilizaron elefantes y otras fieras salvajes para despedazar y aplastar vivos a sus prisioneros, conociéndose también este conflicto como Guerra Inexpiable o Despiadada por su desbordante crueldad... (sigue)
Cuando estaban todos acampados no lejos de la capital esperando las pagas, llegó Hannón el Grande. Les informó que Cartago y su Consejo de los Cien no tenían dinero por los gastos de guerra y los tributos pagados a Roma, y les pidió renunciar a buena parte de sus pagas.
Los mercenarios, que eran unos veinticinco mil hombres, protestaron airadamente, se organizaron en unos días y se dirigieron hacia la cercana Cartago, arrasando con lo que se encontraban en su camino. Los disturbios y el miedo provocado en la capital lograron que el Consejo de los Cien accediera a pagar lo convenido en monedas y bienes. El general Giscón, respetado por los mercenarios, fue el encargado de darles el tesoro.
Mientras tanto, los mercenarios Spendios (de Campania) y Mathó (de Libia) se alzaron como cabecillas de sus compañeros de armas y los convencieron para apresar al general Giscón y a sus hombres para utilizarlos como rehénes. A continuación, los rebeldes enviaron mensajeros a las ciudades vasallas de Cartago pidiéndoles su alianza para librarse de su yugo tributario. La reciente derrota contra Roma facilitó el motín general, excepto de dos ciudades cercanas que permanecieron leales: Útica y Bizerta. Era el año 240 a.C.
Con un ejército de varios miles de hombres entre los que había sicilianos, libios, númidas y galos, los rebeldes declararon la guerra a Cartago. Hannón el Grande tomó el mando del ejército y lo reorganizó con otros soldados de pago y ciudadanos cartagineses. Mathó y Spendios dividieron su ejército en dos y asediaron Bizerta y Útica. Luego enviaron una embajada a Roma para pedir su apoyo por los intereses de guerra que tenían firmados con Cartago. Los romanos liberaron parte de los prisioneros cartagineses, enviaron grano de Sicilia y esperaron el desarrollo de los acontecimientos para obrar según sus intereses.
La llegada del ejército de Hannón el Grande a Útica hizo huir a los mercenarios que la asediaban. En vez de perseguir a los fugados, Hannón acampó con sus tropas cerca de Útica y fueron atacados en oleadas por los rebeldes que acabaron derrotándolos. Tras éste y otros fracasos de Hannón, el Consejo de los Cien nombró jefe conjunto del ejército cartaginés a Amilcar Barca, general conocido y temido por los sublevados.
Secuencia de la rebelión de los mercenarios |
Llegado el año 239 a.C., Spendio decidió atacar con sus mercenarios el campamento de Amilcar Barca. Pero el cabecilla mercenario no contaba con la deserción del noble númida Naravas y de sus dos mil jinetes, que se pasaron al bando Cartaginés y derrotaron al ejército dirigido por Spendios. Amilcar Barca ofreció a los mercenarios supervivientes y prisioneros unirse a sus tropas y perdonó la vida a los que no quisieron.
Las noticias sobre el levantamiento mercenario en Cartago llegaron a Sardinia (Cerdeña) en esos días y los mercenarios que allí había siguieron el ejemplo de sus colegas, matando a los cartagineses y a sus soldados. El Consejo de los Cien envió tropas a la zona que, al llegar, se sumaron a los rebeldes, crucificaron a su jefe cartaginés, lucharon contra el resto de sus pobladores y se apoderaron de la isla.
En África, la indulgencia mostrada por Amílcar Barca hacia los mercenarios derrotados hizo temblar a sus jefes, pues abría la puerta a las deserciones masivas de aquellos. Para evitarlas, Mathó, Spendios y el galo Autarito, cabecilla de varios cientos de mercenarios de la Galia, difundieron que entre las tropas mercenarias rebeldes había traidores que habían pactado con Cartago para liberar a Giscón y que la indulgencia mostrada por Amilcar era un engaño para apresarlos y ajusticiarlos después.
Con esto y un listado de ofensas realizadas por Cartago, el galo Autarito reclamó la guerra sin cuartel con los cartagineses, la ejecución de Giscón y de varios cientos de prisioneros más. Tal cosa se cumplió de forma sorprendentemente cruel. Tanto a Giscón como al resto de prisioneros, les amputaron manos y pies, les destrozaron las piernas y los acumularon en una fosa común todavía vivos.
Cuando se enteraron de esto en Cartago, sus dirigentes solicitaron los cadáveres de sus paisanos, pero los mercenarios no consintieron y amenazaron con hacer lo mismo a los mensajeros que enviaran. A partir de aquel instante, los cartagineses utilizaron elefantes y otras fieras salvajes para despedazar y aplastar vivos a sus prisioneros, conociéndose también este conflicto como Guerra Inexpiable o Despiadada por su desbordante crueldad... (sigue)
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