jueves, 18 de diciembre de 2003

Britania y la romanización de los celtas

El año 55 a.C, Cayo Julio César invadió Britania con sus legiones sin obtener los éxitos militares esperados. Al año siguiente volvió a intentarlo y fue de nuevo rechazado por las tribus del sur britano. En el 41 d.C., casi un siglo después, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico, conocido como Claudio I, fue nombrado emperador por los mismos jefes políticos y militares que asesinaron a su sobrino y anterior emperador Calígula: joven pervertido, cruel y dañino para la cúpula imperial. A los dos los veremos mejor en la siguiente parte de Judea junto a otros emperadores...
 
La primavera del año 43, una gran flota romana compuesta por cientos de navíos y cuatro legiones partió hacia la gran isla, habitada por numerosas tribus celtas con sus respetados druidas: místicos, maestros, profetas, jueces y dirigentes de sus poblaciones. Dirigía las tropas romanas el general y futuro emperador Tito Flavio Sabino Vespasiano I y el año 47 ya tenía bajo control militar gran parte del sur y el centro de Britania. Como sucedió en Germania, algunas tribus celtas lucharon con ferocidad contra los legionarios durante años y otras prefirieron aceptar los pactos ofrecidos por los invasores, una de ellas fue la de los iceos, cuyo territorio se ubicaban en el sureste britano.

Muchos de estos primeros acuerdos no fueron respetados por los romanos y la romanización de los poblados celtas suplió a dioses y construcciones locales. Prasutagus, nombre latinizado del rey de los celtas iceos, tuvo varios enfrentamientos con los romanos durante este periodo que no le impidieron vivir una larga vida con su mujer y sus dos hijas entre las riquezas prestadas por Roma. Antes de fallecer, Prasutagus hizo testamento y, para intentar salvar su heredad, se le ocurrió dejar como coherederos de su reino a sus dos hijas y al emperador Claudio I.

Sin embargo, la ley romana no permitía herencias a través de línea femenina y, cuando murió Prasutagus, su territorio fue añadido al Imperio como si hubiera sido conquistado, sus bienes confiscados por el fisco romano y los habitantes tratados como esclavos por las deudas de su jefe, grandes deudas que ni siquiera su viuda pudo pagar. Aprovechando la situación, los publicanos o arrendadores y los administradores romanos alentaron el saqueo de las aldeas iceas y el apresamiento de sus habitantes. La avaricia de los funcionarios imperiales culminó con el azote de Boudicca o Boudicea, viuda de Prasutagus, y la violación de sus dos hijas.

Esta humillación de la familia real icena desató la sublevación de varias tribus celtas bajo el mando de Boudicca entre los años 60 y 61, mientras se desarrollaba en la lejana Judea otra rebelión de esenios y zelotes contra la opresión de Roma y sus financieros judíos. Las pruebas arqueológicas sugieren que la primera ciudad que sufrió la ira de los celtas fue Camulodunum (actual Colchester), sede de la tribu de los trinovantes. Camulodunum había sido convertida en colonia romana por legionarios veteranos y licenciados del ejército, estos colonos construyeron una nueva ciudad y un nuevo templo romano sobre otro celta en honor del divinizado emperador Claudio I, eliminando las sagradas costumbres druídicas.

Las legiones romanas sufrieron otras derrotas que provocaron la huída de sus mercenarios junto a la de administradores y publicanos. Londinium (actual Londres) fue saqueada e incendiada por el ejército de Boudicca y todos los habitantes romanos ejecutados. Cayo Suetonio Paulino, general y gobernador de Britania, abandonó Londinium a su suerte llevándose con él a las tropas que allí había.

El siguiente emperador Nerón Claudio César Augusto Germánico, más conocido como Nerón, y sus consejeros ordenaron a Cayo Suetonio responder con un contraataque que no tardaría en efectuarse. La legión XIV y parte de la XX se encontraron frente a frente para disputar una batalla a campal, situación en la que las legiones romanas habían ganado territorios y fama por su disciplina y tácticas.

Los soldados romanos ganaron pese a su inferioridad numérica, acabando con la rebelión y la vida de todos sus enemigos. Mataron a los hombres presentados en lucha y a niños, mujeres y ancianos puestos en retaguardia. Boudicca prefirió suicidarse para no volver a ser mancillada en vida. Cayo Suetonio Paulino completó su misión arrasando una a una las poblaciones celtas alzadas en armas. Esta guerra interrumpió el principio básico de la Roma imperial: obtener los recursos naturales y humanos que tenía Britania para fortificar y acrecentar su poder.

Tablilla romana de maldición (foto de Celia Sánchez Natalías)

Para continuar explotando la isla, los siguientes gobernadores romanos ofrecieron a los jefes de cada tribu amiga u obediente participar en los beneficios y los mimos lujos que disfrutaban sus patricios: togas, villas, calefacción, baños, festines y esclavos. El resto de los pobladores celtas llevó una existencia difícil y pobre, controlados, intimidados y explotados por el ejército romano. Esta sibilina y engañosa política hizo que, al finalizar el siglo I, todos los jefes de clanes tribales del sur de Britania entregaran las armas y adoptaran el modus vivendi de Roma, con sus amuralladas ciudades como centros de administración tributaria.

Pero otro cantar sonaba en el noroeste de Britania, llamado Caledonia por los romanos y Escocia por los pictos (pintados) siglos después. Esta tribu celta habitaba la zona y sostuvo una guerra feroz contra Roma y sus ejércitos a lo largo de los tres siglos siguientes. Tantas legiones masacradas, tanto dinero malgastado y tantos fracasos acumulados hicieron que el emperador Publio Aelio Adriano ordenara construir un largo y sólido terraplén divisor en el norte britano de ciento diecisiete kilómetros de longitud, los legionarios acabarían de construirlo sobre el año 130 y hoy se conocen sus restos como Muralla o Muro de Adriano.

El emperador Antonino Pío mandó levantar en 142 otro terraplén más al norte de casi sesenta kilómetros de longitud. Ante los violentos y efectivos ataques de los celtas pintados, la menos nombrada y conocida Muralla de Antonino fue abandonada por los romanos pocos años después, retrocediendo a la frontera marcada por Adriano.

A partir del siglo III, coincidiendo con la consolidación en gran parte de Europa del cristianismo primitivo, las ciudades romanas de Britania comenzaron a decaer. Los descendientes celtas se quejaban de la vida material, complicada y miserable en lo moral que Roma les había impuesto, con unas leyes que fomentaban la delincuencia y la desconfianza hacia los jueces.
 
Los protagonistas expresaron sus quejas en pequeñas láminas de plomo o cerámica, con maldiciones añadidas hacia sus opresores que desahogaban su malestar. Estas artesanías se conocen como Tablillas de Maldición y se conservan buen número de ellas en museos arqueológicos... (sigue)


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