El distinguido Hugues de Payns partió hacia los dominios francos
el año 1126 acompañado por cinco
nobles francos más. Una vez allí se reunió con Bernardo de Claraval y otros
señores feudales y católicos de elevado rango. Llegado el año 1128, los templarios expusieron en el
Concilio de Troyes la conveniencia de redactar una regla para que la nueva
orden de monjes soldados fuera aceptada por la Iglesia de Roma. San
Bernardo, el abad Esteban Harding y entendidos monjes del Monasterio de Cîteaux
se pusieron manos a la obra. Una vez acabado, el papa Honorio II aprobó los
estatutos y bendijo su aparente intención: proteger a los peregrinos en Tierra
Santa y hacer accesibles las rutas que llevaban hasta el Santo Sepulcro de
Cristo. Para dirigir la nueva y misteriosa orden, Hugues de Payns fue nombrado
su primer gran maestre...
Muerto Enrique de Borgoña en 1114, señor de los condados de
Portugal y Coimbra, heredó el título de conde su hijo Alfonso con cinco años de
edad. El pastel territorial empezaron a disputárselo los seguidores nobles de
Alfonso y los de su madre Teresa, regente del condado e hija natural de Alfonso
VI de Castilla y León. Las tropas de Alfonso derrotaron a las de su madre
Teresa en una última batalla a campo abierto el año 1128 y se hizo con el poder
del condado. Un largo pleito, que acabó en 1139,
desvinculó al conde Alfonso de Portugal del vasallaje hacia su primo el rey
Alfonso VII de Castilla y León, autoproclamado Emperador. El día 27 de julio de
ese mismo año, los ejércitos del conde Alfonso derrotaron a tropas andalusíes
en la batalla de Ourique, cosa que éste aprovechó para autoproclamarse primer
rey de Portugal con el nombre de Alfonso I Enríquez.
Todos los éxitos obtenidos por este heredero de la nobleza
borgoñesa contaron con la inestimable ayuda de los monjes cistercienses y de
sus hermanos templarios. Estos dos poderosos brazos íntimamente unidos le asesoraron
sobre guerras, litigios, finanzas, repoblaciones con campesinos, organizaciones,
distribuciones y producciones agrarias. Y sus copistas calificaron como milagrosa
la victoria de Alfonso I en la batalla de Ourique, según sus escritos
Jesucristo se apareció al hijo de Enrique de Borgoña prometiéndole el triunfo,
la fundación de un imperio y otras glorias futuras.
Estas glorias fueron
distintas guerras contra reinos católicos, contra principados islamitas de
al-Andalus y contra familiares suyos de misma sangre; además de una numerosa
flota anclada en sus costas para comerciar por las buenas o por las malas con
pueblos de otras latitudes, como hicieron siglos atrás navegantes fenicios (de
mismo origen que los semitas árabes o judíos) y vikingos (de origen escandinavo
y estrechamente relacionados con las tribus godas).
Mientras tanto la herejía cristiana seguía extendiéndose y
consolidándose en Europa. Sus voces no dejaban de predicar el Evangelio y rechazar
el bautismo de los niños por ser un acto de madurez iniciática aplicado a
adultos, el matrimonio por considerarlo prostitución encubierta, y la autoridad
de la Iglesia
por sus maldades y perjuicios. Bernardo de Claraval y sus elegidos
cistercienses se pusieron manos a la obra para contrarrestar esta riada
herética y predicaron en Toulouse, Albi y otras ciudades afines al cristianismo
puro, con un resultado negativo a fin de cuentas.
Bernardo utilizó en 1145
la abadía de Fontfroide (Fuentefría), ocultada por un gran bosque situado entre
Narbona y la costa mediterránea, como cuartel general de operaciones contra la
herejía cátara. Esta discreta abadía llegó a controlar y administrar una gran
extensión territorial los años siguientes. Su logística religioso-militar logró
que en febrero de 1149 Ramón Berenguer IV el Santo, conde de Barcelona y
príncipe de Aragón, ofreciera sus fértiles tierras de Poblet (Tarragona) para
construir en ellas una abadía. El Monasterio de Poblet sería el más importante
de Aragón, tumba de sus Reyes y centro de operaciones cistercienses en
retaguardia contra el catarismo.
El año 1146 y por encargo
del papa Eugenio III, primer papa cisterciense, san Bernardo de Claraval
comenzó a predicar la Segunda
Cruzada a Tierra Santa. Su exaltado sermón pronunciado en
Vézelay (Borgoña) provocó gran entusiasmo en el Reino Franco y convenció a su
rey Luis VII para unir sus ejércitos a ella. Bernardo también consiguió
reclutar hombres en el norte de Francia, Flandes y Alemania, dentro del Sacro
Imperio Romano Germánico y el mando del emperador germano Conrado III
Hohenstaufen. Sin embargo, la reunificación islamita en el Próximo Oriente y su
solidez militar significaron derrota, exterminio y temor para soldados y
peregrinos católicos, cuyos supervivientes no tardaron en marcharse y poner en
entredicho al santo Bernardo.
La intolerancia religiosa de los almorávides y los últimos
movimientos del catolicismo removieron a los almohades, una dinastía
norteafricana compuesta por diversas tribus bereberes, asentadas en la
cordillera del Atlas y con descendientes de los vándalos asdingos. Los eruditos
almohades efectuaron una depuración del Islam y a sus seguidores se les llamó
al-muwahidum, los partidarios de la unicidad, unión relacionada con judíos y
cristianos unitarios.
Bien organizados y armados, comenzaron una serie de
operaciones bélicas en las que ocuparon las posesiones de los califas
almorávides del norte de África e hicieron de Marrakech capital de sus dominios.
Pasaron a Hispania el año 1147 y ocuparon
Sevilla. En 1172 conquistaron Valencia
y Murcia, batallas que les permitieron unificar al-Andalus y aumentar las
ofensivas contra feudos católicos... (sigue)
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