jueves, 7 de julio de 2005

Portugueses de la Borgoña, almohades de la Berbería y cátaros de la Pureza

El distinguido Hugues de Payns partió hacia los dominios francos el año 1126 acompañado por cinco nobles francos más. Una vez allí se reunió con Bernardo de Claraval y otros señores feudales y católicos de elevado rango. Llegado el año 1128, los templarios expusieron en el Concilio de Troyes la conveniencia de redactar una regla para que la nueva orden de monjes soldados fuera aceptada por la Iglesia de Roma. San Bernardo, el abad Esteban Harding y entendidos monjes del Monasterio de Cîteaux se pusieron manos a la obra. Una vez acabado, el papa Honorio II aprobó los estatutos y bendijo su aparente intención: proteger a los peregrinos en Tierra Santa y hacer accesibles las rutas que llevaban hasta el Santo Sepulcro de Cristo. Para dirigir la nueva y misteriosa orden, Hugues de Payns fue nombrado su primer gran maestre... 
Muerto Enrique de Borgoña en 1114, señor de los condados de Portugal y Coimbra, heredó el título de conde su hijo Alfonso con cinco años de edad. El pastel territorial empezaron a disputárselo los seguidores nobles de Alfonso y los de su madre Teresa, regente del condado e hija natural de Alfonso VI de Castilla y León. Las tropas de Alfonso derrotaron a las de su madre Teresa en una última batalla a campo abierto el año 1128 y se hizo con el poder del condado. Un largo pleito, que acabó en 1139, desvinculó al conde Alfonso de Portugal del vasallaje hacia su primo el rey Alfonso VII de Castilla y León, autoproclamado Emperador. El día 27 de julio de ese mismo año, los ejércitos del conde Alfonso derrotaron a tropas andalusíes en la batalla de Ourique, cosa que éste aprovechó para autoproclamarse primer rey de Portugal con el nombre de Alfonso I Enríquez.

Cualidades templarias: sabiduría y bondad

Todos los éxitos obtenidos por este heredero de la nobleza borgoñesa contaron con la inestimable ayuda de los monjes cistercienses y de sus hermanos templarios. Estos dos poderosos brazos íntimamente unidos le asesoraron sobre guerras, litigios, finanzas, repoblaciones con campesinos, organizaciones, distribuciones y producciones agrarias. Y sus copistas calificaron como milagrosa la victoria de Alfonso I en la batalla de Ourique, según sus escritos Jesucristo se apareció al hijo de Enrique de Borgoña prometiéndole el triunfo, la fundación de un imperio y otras glorias futuras.
 
Estas glorias fueron distintas guerras contra reinos católicos, contra principados islamitas de al-Andalus y contra familiares suyos de misma sangre; además de una numerosa flota anclada en sus costas para comerciar por las buenas o por las malas con pueblos de otras latitudes, como hicieron siglos atrás navegantes fenicios (de mismo origen que los semitas árabes o judíos) y vikingos (de origen escandinavo y estrechamente relacionados con las tribus godas).

Mientras tanto la herejía cristiana seguía extendiéndose y consolidándose en Europa. Sus voces no dejaban de predicar el Evangelio y rechazar el bautismo de los niños por ser un acto de madurez iniciática aplicado a adultos, el matrimonio por considerarlo prostitución encubierta, y la autoridad de la Iglesia por sus maldades y perjuicios. Bernardo de Claraval y sus elegidos cistercienses se pusieron manos a la obra para contrarrestar esta riada herética y predicaron en Toulouse, Albi y otras ciudades afines al cristianismo puro, con un resultado negativo a fin de cuentas.

Bernardo utilizó en 1145 la abadía de Fontfroide (Fuentefría), ocultada por un gran bosque situado entre Narbona y la costa mediterránea, como cuartel general de operaciones contra la herejía cátara. Esta discreta abadía llegó a controlar y administrar una gran extensión territorial los años siguientes. Su logística religioso-militar logró que en febrero de 1149 Ramón Berenguer IV el Santo, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, ofreciera sus fértiles tierras de Poblet (Tarragona) para construir en ellas una abadía. El Monasterio de Poblet sería el más importante de Aragón, tumba de sus Reyes y centro de operaciones cistercienses en retaguardia contra el catarismo.

El año 1146 y por encargo del papa Eugenio III, primer papa cisterciense, san Bernardo de Claraval comenzó a predicar la Segunda Cruzada a Tierra Santa. Su exaltado sermón pronunciado en Vézelay (Borgoña) provocó gran entusiasmo en el Reino Franco y convenció a su rey Luis VII para unir sus ejércitos a ella. Bernardo también consiguió reclutar hombres en el norte de Francia, Flandes y Alemania, dentro del Sacro Imperio Romano Germánico y el mando del emperador germano Conrado III Hohenstaufen. Sin embargo, la reunificación islamita en el Próximo Oriente y su solidez militar significaron derrota, exterminio y temor para soldados y peregrinos católicos, cuyos supervivientes no tardaron en marcharse y poner en entredicho al santo Bernardo.

La intolerancia religiosa de los almorávides y los últimos movimientos del catolicismo removieron a los almohades, una dinastía norteafricana compuesta por diversas tribus bereberes, asentadas en la cordillera del Atlas y con descendientes de los vándalos asdingos. Los eruditos almohades efectuaron una depuración del Islam y a sus seguidores se les llamó al-muwahidum, los partidarios de la unicidad, unión relacionada con judíos y cristianos unitarios.
 
Bien organizados y armados, comenzaron una serie de operaciones bélicas en las que ocuparon las posesiones de los califas almorávides del norte de África e hicieron de Marrakech capital de sus dominios. Pasaron a Hispania el año 1147 y ocuparon Sevilla. En 1172 conquistaron Valencia y Murcia, batallas que les permitieron unificar al-Andalus y aumentar las ofensivas contra feudos católicos... (sigue)
 
 
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