Al morir el papa Inocencio III en 1216 se produjo una sublevación
general en todo el Languedoc. Raimundo VI de Toulouse, que se recuperaba en el
Condado de Barcelona al lado de su hijo Raimundo VII, vio el momento oportuno
para contraatacar con la ayuda de las tropas de su joven familiar Jaime I el Conquistador (de ocho años de edad), de los
templarios y de los almogávares, unos mercenarios muy especiales de los que
hablaremos más adelante...
Desembarcó en Marsella sin oposición con sus tropas
preparadas y rearmadas, ya que el IV Concilio de Letrán (1215-1216) le conservó
sus posesiones en la Provenza. El
mes de agosto venció a las tropas de Simón IV de Montfort en Beaucaire y los
meses siguientes consiguió sucesivas victorias que le hicieron recuperar mucho
territorio.
Simón IV de Montfort reorganizó sus ejércitos cruzados y en junio
de 1218 puso cerco a la ciudad de Toulouse. Las crónicas cuentan que una gran
piedra, lanzada con una catapulta desde el interior del castillo por mujeres,
dio de lleno en el yelmo del señor de Montfort, apastando todo su interior y
dejándolo inerte en el suelo. La Cruzada
Cátara continuó en manos de su hijo Amaury VI de Montfort,
que no tenía la destreza militar ni la temeridad de su padre. En 1222 murió
Raimundo VI de Toulouse y su hijo Raimundo VII se unió al conde Roger-Bernard
de Foix, recuperando más poblaciones hasta logar posiciones parecidas a las
administradas por los cátaros antes de la Cruzada.
El Libro de los Juegos, del rey cátaro Alfonso X el Sabio |
La reconquista de los nobles cátaros provocó una inmediata
reacción de sus enemigos. Para empezar, el nuevo papa Honorio II excomulgó al
joven conde Raimundo VII como Inocencio III hizo antes con su padre. El rey
franco Luis VIII se hizo cargo de la
Cruzada personalmente tras la insistencia de su esposa Blanca
de Castilla, hija del rey Alfonso VIII. Los cruzados al mando del rey Luis, con
la ayuda de la armada franca por Narbona, volvieron a ocupar las poblaciones de
Occitania el año 1226. Raimon Trencavel II, vizconde de Carcasona, mandó redactar
en junio de 1227 un escrito en el
que cedía sus posesiones a Roger Bernard III el Grande, conde de Foix, y huyó
con su séquito a Barcelona.
Aunque su germen lo constituye la bula Ad Abolendam (Hacia la Abolición) firmada por
el papa Lucio III (Ubaldo Allucinoli) en Verona el año 1184, la Inquisición europea nacería
durante el pontificado del papa Gregorio IX (Ugolino de Segni), cofrade de
Francisco de Asís y de Domingo de Guzmán, además de sobrino del anterior papa
Honorio III (Cencio Savelli). Sin una solución mejor y para no salir peor
parados todavía, los nobles occitanos firmaron en 1229 el Tratado de Meaux en
París, que les imponía cláusulas sobre cesiones territoriales, económicas,
dinásticas, castigadoras y penitenciales. El Reino Franco se quedó gran parte
de los territorios occitanos, dibujando un mapa más parecido al de la Francia actual.
El papa Gregorio IX y su curia crearon en febrero de 1231 unos
estatutos legales llamados Excommunicamus (Excomulgamos) para condenar y
castigar a los herejes. Con ellos redujo las competencias de los obispos en
temas de ortodoxia católica y otorgó el poder inquisitorial a los monjes
dominicos y franciscanos, quienes aplicaban medidas cada vez más crueles,
drásticas e injustas para la aplicación de sentencias. La Iglesia Católica creó la Inquisición movida en
parte por miedo a que Federico II utilizara su poder político contra ella.
Federico era emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, rey de Sicilia y del
Reino Latino de Jerusalén, mantenía un mandato algo alejado de los dictados de
Roma y por ello lo excomulgaron los papas Inocencio III y Gregorio IX.
De 1240 a
1243 los caballeros afines al catarismo intentaron recuperar sus dominios con
una serie de escaramuzas, pero acabaron sin ayuda y derrotados de nuevo,
viéndose obligados a rendir vasallaje al nuevo rey franco Luis IX, hijo de la influyente Blanca de Castilla. Sin
embargo, la derrota militar de los señores feudales del Languedoc no logró acabar
con el cristianismo perseguido por la Iglesia. La presencia de los inquisidores y sus
tribunales, a quienes el pueblo llamaba Perros del Señor, provocaron
alzamientos de distinta magnitud y la retirada de los grupos cátaros a fortalezas
apartadas de la represión. Asimismo hubo personas que optaron por armarse y
efectuar acciones guerrilleras contra los inquisidores, como sucedió en
Avignonet.
El 15 de mayo de 1242, el rey Enrique III de Inglaterra desembarcó
en la costa del suroeste franco. La noticia recorrió todo el Languedoc porque
Inglaterra estaba en disputa con el rey franco Luis IX y, en previsión de una
posible ayuda inglesa y de otros feudos, la noche entre los días 28 y 29 salieron
de la fortaleza cátara de Montségur varias decenas de hombres con la misión de
asestar un duro golpe a la
Inquisición católica. Sabían que el inquisidor Guillermo
Arnaud con once dominicos y franciscanos más del tribunal pernoctaban en
Avignonet, una población situada en la falda norte de los Pirineos centrales.
Con la complicidad de algunos habitantes, los monjes inquisidores y su cortejo
fueron sorprendidos mientras dormían y asesinados a hachazos. La noticia de
esta matanza se propagó con rapidez y el comando de Montségur fue aplaudido por
las gentes que encontraba de regreso.
Los posibles reinos aliados desestimaron el apoyo militar y la
fortaleza de Montségur sufrió el asedio de los ejércitos del senescal de
Carcasona, del arzobispo católico de Narbona y del obispo de Albi desde mayo de
1243 a
marzo de 1244. En esta fecha los
asediados capitularon y aceptaron las condiciones de los vencedores: renegar
del cristianismo y contestar sus interrogatorios o morir en la hoguera en el
plazo de quince días. Para los católicos no tenía tanta importancia vengar a
los asesinados en Avignonet, como acabar con la admirable influencia de los
perfectos cátaros y sus tenaces seguidores.
El Consolamentum para los moribundos de aquellos dio fuerza a más
de dos centenares de cristianos puros para no renunciar a sí mismos y morir
consolados en las piras preparadas para ellos en un campo cercano. Este lugar
se conoce hoy como Camp dels Cremats (Campo de los Quemados) y una lápida
puesta en los años setenta del siglo XX evoca: Als catars, als martirs del pur
amor crestian 16 mars 1244 (A los cátaros, a los mártires del puro amor
cristiano 16 de marzo de 1244).
Pero no todo fue así, representativo ejemplo del trastorno que
originaron las coacciones políticas de la Cruzada contra los cátaros fue Raimundo VII de
Toulouse. El citado Tratado de Meaux le impuso abandonar todas sus posesiones en
el Bajo Languedoc y Provenza; casar a su hija Jeanne de nueve años con Alfonso
de Poitiers, hermano del futuro rey franco y Capeto Luis IX; a la muerte de
Jeanne, ésta cedería el condado de Toulouse al Reino Franco; combatir a los
herejes en sus tierras; peregrinar a Tierra Santa (cosa que nunca realizaría);
pagos financieros que le imposibilitaron mantener un ejército y su consecuente
estatus noble; jurar este humillante tratado y, frente al portal de la catedral
de Notre Dame de París, retractarse y volver a jurar fidelidad al joven rey
Luis IX el Santo y a su madre regente Blanca de Castilla.
A partir de ahí, Raimundo VII de Toulouse no
apoyó como antes a sus correligionarios nobles afines al catarismo, ni tampoco
a Luis IX pese al tratado firmado y a los juramentos realizados. Cuando este
rey le pidió que asediara y destruyera el castillo de Montségur en 1241, Raimundo
VII lo hizo con apatía, sin resultados dignos de mención y se alió después con
Enrique III de Inglaterra y otros nobles contrarios al rey Capeto. Esta
coalición fue derrotada, Montségur acabó conquistado como se vio antes y el exconde
de Toulouse, excomulgado otra vez y desposeído aún más por el Tratado de
Lorris, hizo movimientos desconcertantes producto de la desesperación y la
falta de tino. Intentó casarse de nuevo con alguna heredera noble para
perpetuar su linaje con un heredero varón, salió en peregrinación hacia
Compostela por el Camino de la
Pureza y, como guinda contradictoria, el año 1249 ordenó
levantar piras en Agen para quemar en ellas a ochenta cristianos cátaros.
La guerra del Vaticano con el rey germano Federico II hizo que el
papa Inocencio IV se trasladara de Roma a Génova para iniciar su pontificado en
1243. El conflicto de la
Iglesia con el Sacro Imperio Romano Germánico se agravó en
1245 e Inocencio IV huyó a Lyon, convocando un concilio que excomulgó por
segunda vez a Federico II y le despojó de su título imperial. Federico II murió
en 1250 e Inocencio IV regresó a
Roma. A pesar de continuar el conflicto con el hijo de Federico, Conrado IV,
Inocencio y sus nuncios tuvieron tiempo los años siguientes para prohibir al
pueblo la lectura y tenencia del Nuevo Testamento, recuperar el Derecho Romano
y legalizar la tortura como método de extracción de la verdad a los sospechosos
de herejía.
En contraposición a esto, el rey Alfonso X de Castilla y León
empezaba su reinado en 1252,
organizando bajo su auspicio un movimiento religioso y cultural de
excepcionales dimensiones. Como hijo de Fernando III el Santo y de Beatriz de
Suabia (hija de Felipe de Suabia, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico)
recibió una esmerada y completa educación en infancia y juventud. Su padre lo
preparó para la guerra y las negociaciones con los enemigos del reino.
Lidió
con ellas de continuo, pero ni estrategia ni política le impidieron cultivar su
devoción por el Conocimiento. Tuvo maestros templarios y al Temple salvaguardó
de por vida. Sus escritos impulsaron al castellano naciente como idioma del
Derecho, la Historia
y el Arte. El Libro del Fuero de las Leyes (o Código de las Siete Partidas),
grueso y apreciable tratado de legislación romana del medievo, incluye párrafos
que aconsejan, protegen y valoran a los peregrinos que recorrían el Camino de
los Hombres Buenos hacia Compostela, desde hacía ya más de ochocientos años... (sigue)
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