A partir de los textos dejados por los cronistas hispanos de época
renacentista, se suele tomar a un buen número de aristócratas católicos como
descendientes de judíos conversos o cristianos nuevos, aunque en ningún momento
se los llama marranos ni se los pone en duda, persigue o extermina como era
costumbre con los judíos de castas más bajas. Hernando de Pulgar, cronista de
los Reyes Católicos con mucha más prosa que realidad histórica, además de
descendiente también de poderosos judíos, comenta en su libro Claros Varones de
Castilla que los abuelos del inquisidor general Tomás de Torquemada fueron del linaje de los
convertidos a la fe católica...
Entre los judíos protegidos y solicitados por los reyes católicos
estaban los citados Hernando de Pulgar y Tomás de Torquemada. Pero también se
encontraban otros de menor rango pero que habían adquirido grandes posibilidades
financieras, como Abraham Seneor e Isaac Abravanel. Abraham Seneor fue rabino, financiero,
negociador, gobernador y recaudador real, cambió su nombre por el de Ferrán o
Fernando y fundó el noble linaje castellano de los Coronel. Isaac Abravanel se
negó a cambiar de nombre y a la expulsión de los judíos de castas más bajas, pese
a ello fue tesorero del rey de Portugal Alfonso V el Africano, financiador de
Isabel I de Castilla y de los poderosos estados de Nápoles y Venecia regidos
por purpurados vaticanos.
Isaac Abravanel, erudito judío |
En una carta a los Reyes Católicos, Isaac Abravanel escribió: Nosotros los judíos
admiramos y estimulamos el poder del conocimiento. En nuestros hogares y
lugares de rezo, el aprendizaje es un objetivo practicado durante toda la vida.
Este aprendizaje es una pasión que dura mientras existimos, es el corazón de
nuestro ser, es la razón para la que fuimos creados. Nuestro amor a aprender
contrarresta el excesivo amor al poder… Vuestras Mercedes pueden disponer de
sus poderes, pero nosotros poseemos la verdad por encima de todo. Podrán
desposeernos como personas, pero no podrán despojarnos de nuestras almas
sagradas ni de la verdad histórica, nuestra sublime testigo.
Los anales católicos rememoran también que Isabel y Fernando
peregrinaron a Santiago de Compostela el otoño de 1486 y que en su viaje la
reina regaló la Hornacina
del Santo Milagro de O Cebreiro, una leyenda acomodada por sus cronistas en el
siglo XIII y protagonizada por un campesino del poblado cercano de Barxamaior,
en la que, gracias a su portentosa fe, la hostia y el vino se convirtieron en
carne y sangre de Cristo. Según estos relatos, cuando los Reyes Católicos
llegaron a Santiago vieron que no había ningún hospital preparado para acoger a
todos los peregrinos que llegaban a la ciudad, pese a que ya existían varios
desde el siglo XI, y decidieron financiar la construcción de un gran hospital
de talla renacentista con muchas dependencias, gran cantidad de personal
eclesiástico y una compleja organización para asistir a los peregrinos.
Los inventores de historias católicas de la época, entre los que
destacaron el citado Hernando de Pulgar y el misterioso Andrés Bernáldez, llamado
el Cura de los Palacios y autor de una historia sobre los Reyes Católicos y de
la primera crónica completa sobre Cristóbal Colón, pintaron a Isabel I de
Castilla como modelo de virtudes. Sus comentarios desentonan con estudios
históricos efectuados a la luz de los hechos. Sabemos por ellos que la Católica tenía la piel blanca y
el pelo rojo (rubio se decía entonces), una de las señas de identidad de los
Trastámara, el mismo color encendido del cabello de Abderramán I, emir omeya de
al-Andalus en el siglo VIII con antepasados vándalos asdingos de origen germano
y distinguido. Y que desprendía un espantoso olor corporal debido a su falta de
higiene personal, aunque esta característica resalta como la mejor una vez
conocidos otros detalles de su agitada vida.
Isabel ordenó el envenenamiento de su hermano Alfonso. Le robó el
reino a su sobrina Juana la Bentraneja.
Sembró el terror con los procesos y los autos de fe de la Inquisición para
someter a sus súbditos. Expulsó a los disidentes o herejes de toda condición. Apadrinó
con el rey Fernando la conversión y el bautizo de la familia de Abraham Seneor,
que cambió su nombre por el de Fernando Núñez Coronel, y la de su yerno Mayr
Malamed, que se llamó Fernando Pérez Coronel. Permitió el exterminio de los
guanches o antiguos habitantes de las islas Canarias con mezclas bereberes, la
aniquilación de muchos aborígenes americanos por los llamados conquistadores y
el tráfico de esclavos africanos para la implantación de un nuevo sistema
económico y de producción tras la colonización de las nuevas tierras.
Reguló y aprovechó los grandes beneficios económicos de la
prostitución femenina en sus dominios, pese a los abusos de los nobles
encargados de los burdeles. Su reinado fue un continuo deambular de un lado a
otro y a caballo, uno de esos viajes sin descanso le provocó a Isabel un aborto.
Su matrimonio con Fernando II de Aragón fue poco más que puro trámite
burocrático de altos vuelos. En su carácter agrio y dominante sobresalía una insaciable
ambición de poder que trascendió el tiempo. Utilizó todos los medios a su
alcance para tejer una red de potestad a lo largo y ancho del mundo, trama de
la que sus cinco hijos fueron unos hilos más y los llevaría hacia la muerte
prematura, la locura o la desgracia.
Para empezar, el 3 de diciembre de 1490 casaron a su primera hija
Isabel de Aragón y Castilla, de veinte años, con el infante Alfonso de
Portugal, hijo del rey Juan el Perfecto. Alfonso tenía quince años el día de su
boda y en julio de 1491 murió al caer de un caballo. Enamorada del príncipe
adolescente, la infanta Isabel se cortó sus cabellos rojizos y pidió permiso a
sus padres para hacerse monja y vivir en un monasterio. Pero Isabel y Fernando
le denegaron el permiso, tenían previsto esperar la muerte del rey portugués
Juan II el Perfecto, cosa que sucedería en 1495, y casarla con su sucesor,
primo y cuñado Manuel I el Afortunado.
Como Isabel, Fernando fue dorado y
abrillantado en las crónicas oficiales por sus narradores de pago. Se sabe que
pasó buena parte de su vida entre prostitutas, era conocida su afición a la
caza y a las mujeres. Esta última preferencia provocó los celos de la reina
Católica, especialmente al enterarse del nacimiento de varios hijos ilegítimos
de su esposo y otras damas. Existe un dicho sobre ello: Tanto monta, monta
tanto, Isabel como Fernando. La historiografía al uso relaciona esta frase con
el poder compartido por los dos reyes y su igualdad en la política y las
decisiones de gobierno. Pero las evidencias históricas delatan la frase como un
chascarrillo popular que ironiza sobre las monturas preferentes de cada uno de
ellos: Isabel supervisaba sus dominios montando a caballo casi sin descanso,
tuvo un aborto por ello, y Fernando hacía otro tanto sobre escogidas hembras en
los prostíbulos de sus señoríos...
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